Morena y el presidente  López Obrador. Compleja relación

Morena y el presidente López Obrador. Compleja relación 21 de septiembre de 2020

Hernán Ochoa Tovar

Chihuahua., Chih

La noticia que ha estado en boca de los medios de comunicación por espacio de los últimos días, ha sido la de la renovación de la dirigencia de MORENA a nivel nacional. 

A contrapelo de lo acontecido en otros partidos, donde los cambios de dirigencias solían plancharse vía acuerdos internos o por acuerdos verticales (PRI); o bien por una relativa democracia interna (PAN); el cambio en la estructura de MORENA ha entrañado una dificultad inimaginable, no obstante de ser el partido que actualmente gobierna nuestro país. 

A pesar de ello, en MORENA ha primado el conflicto; situándose más lejos de lo que el propio PRD (el otrora partido histórico de la izquierda mexicana) pudo llegar en algún momento. A todo esto, la relación con el Presidente López Obrador ha sido compleja y contradictoria, no obstante el maridaje y las metas que algunos y algunas integrantes del partido comparten con él, y la dan visión a través de sus planteamientos y vía sus ideas plasmadas en las redes sociales. A continuación, explicaré porqué considero que esa compleja relación no sólo existe, sino que persiste.

Durante el Presidencialismo (1929-2000) se consideró que el Presidente de la República era el “primer priista”, pues, aunque el tricolor tenía un líder formal, éste era nominado por el primer mandatario, así como casi todos los actores políticos de la época: desde gobernadores, legisladores, hasta el grueso del gabinete legal y ampliado (los organismos autónomos son una criatura que data de la década de 1990; durante mucho tiempo fueron inimaginados); incluso algunos Ministros de la Suprema Corte de Justicia eran flamantes miembros del otrora partido oficial, quienes, destacaban -muchas veces- más por ello que por su larga hoja de servicios en la carrera judicial. 

En esos tiempos, la relación del partido para con el Presidente se caracterizó por ser de verticalidad y sumisión, resultando certero aquel viejo dicho que versaba: ¿Qué horas son? ¡las que usted diga, señor Presidente¡ Pues, prácticamente, el partido y el país danzaban al compás que el habitante de Los Pinos iban marcando, y el instituto político se tornaba en apéndice para lograr sus metas, siguiendo, por supuesto, su consabido ceremonial y ritualidad. 

El Presidente no existía sin el partido; y el partido no se visualizaba sin su jefe máximo; ambos se retroalimentaban y complementaban mutuamente.

Dicha dinámica se modificó con la consolidación de la Transición a la Democracia. Ernesto Zedillo, si bien era un soldado del tricolor, probablemente no tenía impregnada la ideología como algunos de sus antecesores, o, bien, quiso jugar un rol semejante al de Adolfo Suárez en España. El caso es que, desde el momento en el cual tomó posesión, el Dr. Zedillo dejó ver que tendría una “sana distancia” con su partido; dando a entender que, a partir de ese momento, se separaba el poder político del poder gubernamental. 

Ello creó diferendos y malentendidos entre cierto sector de la clase política tricolor, pues, aunque la tecnocracia pudo haber concebido el modernismo de su adagio, los remanentes del viejo PRI no lo vieron de la misma manera. De tal suerte que se gestó una pugna soterrada entre los mismos, y se pusieron candados para que personajes cercanos a Zedillo (Santiago Levy o José Ángel Gurría) fuesen candidatos a la Jefatura de Gobierno del Distrito Federal (Levy) o a la Presidencia (Gurría); el PRI quería que uno de los suyos, quien tuviera la ideología en la piel, fuese su representante. Ello influyó en que priistas de viejo cuño y larga hoja de servicios, como Alfredo del Mazo González y Francisco Labastida, terminaran siendo los candidatos, y las derrotas las terminaran cargando a cuestas, pues el fracaso de Labastida llevó a que se produjera la primera transición presidencial, en el año 2000. 

Por otra parte, un hecho similar se generó durante la presidencia de Vicente Fox. A pesar de que, durante su largo camino opositor, los panistas (sobre todo los de viejo cuño) esgrimían que “debían tener el gobierno sin perder el partido”, su actuar a lo largo de sus dos sexenios en el poder fue contrastante y contradictoria en esta materia. No obstante de haber sido el primer mandatario emanado de las filas blanquiazules, se comenta que un sector del PAN veía con recelo a su Fox, pues no era de sus militantes históricos, sino de los neopanistas que comenzaron a brillar a finales de la década de 1990, especialmente al calor de las controversiales “concertacesiones”, previo haber tenido un acercamiento con Manuel Clouthier. Cierto sector no lo veía como uno de los suyos. Máxime, cuando, al momento de nombrar su primer gabinete (el mismo sufrió diversas recomposiciones a lo largo de los seis años) nominó a diversos externos y propuso a un equipo de reclutadores (head hunters) para acercar a los mejores perfiles.

Aunado a ello, varios de los “hombres fuertes” del foxismo no eran connotados soldados del blanquiazul. Creel era un panista novel; mientras Castañeda nunca fue miembro del partido; en tanto, las finanzas nacionales estuvieron todo el sexenio a cargo de Francisco Gil Díaz, conocido priista que se había desempeñado con la tecnocracia emergente de las décadas de 1980 y 1990. Por todo eso, la relación de Fox con el PAN fue compleja, pues, en ocasiones, tuvo en Luis Felipe Bravo Mena (a la sazón líder blanquiazul) a un aliado; pero, a veces, se tornó en un contrapunto que dejaba ver sus desacuerdos con algunos de sus polémicos dichos y decisiones.

Las cosas se modificaron -por lo menos en la superficie- con Calderón. A diferencia de Fox, él sí era visto como un panista de cepa, pues su padre (Luis Calderón Vega) había sido un relevante ideólogo del PAN michoacano, así como un histórico opositor al tricolor. Además, a contrapelo de Fox, Calderón sí llenó el gabinete de panistas, aunque la mayoría cercanos y de su grupo compacto (Mouriño, Nava, Alejandra Sota, Cordero), llegando, incluso, a tener un secretario de Hacienda panista (Cordero; Carstens y Meade nunca pertenecieron a ningún partido). 

Sin embargo, algunos analistas comentan que, a contrapelo de Fox, Calderón sí buscó incidir en la vida interna del PAN. Tanto, que, tras el mal interludio de Manuel Espino, alfiles de Calderón como Nava y Martínez Cázares terminaron determinando la vida interna del partido. Este hecho no terminó muy bien, desatando algunas contradicciones y reyertas en el seno del propio blanquiazul, pues, algunos panistas consideraban, eso era caer en las acciones contra las cuales habían luchado históricamente.

La Presidencia de Peña Nieto, en tanto, intentó ser un revival de los viejos usos y costumbres del PRI. Si Zedillo marcó su “sana distancia”, Peña Nieto se mostró como un afanoso y orgulloso militante priista. Sin embargo, esto también terminó afectando al histórico partido, pues, cuando el descontento con el peñismo era ya incuantificable, el PRI no pudo deslindarse y acabó cayendo al foso junto con el prestigio del ex mandatario.


Por otro lado, como esgrimía al principio de esta colaboración, la relación del Presidente López Obrador es compleja. Si bien fungió como el fundador y el elemento carismático que permitió la arrolladora victoria -y el sorpasso- del novel partido político en 2018, desde que tomó posesión se ha visto una dinámica interesante y distinta. 

Esto, porque los partidarios del instituto guinda siguen, con gran ímpetu, la agenda Presidencial. Sin embargo, él parece estar concentrado en su actividad gubernativa, lejos de las lides partidarias. Si hace casi tres años, él era el elemento cohesionador, el cemento y el elemento carismático de su instituto político, al día de hoy se percibe su ausencia en la conducción partidaria. 

Resulta paradójico que, siendo la primera fuerza política nacional, no se perciba un capitán de barco para conducir su actuar. En el mismo tenor, los grupos parlamentarios de MORENA parecen estar más en la sintonía con la narrativa presidencial que con la de su cúpula partidaria, la cual se asemeja, literalmente, a un cero a la izquierda (me parece llamativo, con la sobresaliente trayectoria de Alfonso Ramírez Cuéllar, izquierdista de cepa). 

Del mismo modo, es preocupante ver tantos aspirantes a la Presidencia y a la Secretaría General, teniendo que fungir un externo -en este caso el INE y el TEPJF- como referís de un proceso interno. Preocupa ver que en el partido que gobierna este país, el conflicto sea consustancial al mismo. Es ahí cuando me pregunto si AMLO debería fungir como líder partidario, al tiempo que lo hace como Presidente, de manera semejante a como se hace en las democracias europeas o lo llevan a cabo diversos mandatarios de izquierda (Pedro Sánchez, Evo Morales, Rafael Correa). 

Sin embargo, por la historia que hemos analizado, eso sería volver a la era del priismo más rancio, a menos de que se ensayaran reformas trascendentales. Nada está escrito. Lo dejo a la reflexión…

Hernán Ochoa Tovar

Maestro en Historia, analista político.