Chihuahua, Chih.
Impetuosos, avasalladores; los acontecimientos se desgranan abrumadoramente en los tiempos de la 4T. Uno tras otro se abalanzan y tornan obsoletos los inmediatamente anteriores.
A los devastadores resultados de la batalla de Culiacán, se ha sumado la desastrosa elección del partido gobernante, Morena, a la que el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) le ha dado una tremenda estocada, al determinar la revocación del proceso de renovación interna, por unanimidad.
Tan impactantes acontecimientos se suceden uno tras otro. Así ha sido de este modo en los últimos años y particularmente en los dos años más recientes.
Es lógico, estamos en los albores del desmantelamiento del anterior régimen, que se debe, sí, a la decisión del grupo gobernante, pero también a la inercia de la sociedad mexicana que ha sido capaz, tan sólo en el curso de dos décadas, de derrotar electoralmente al régimen del partido hegemónico, luego al del partido casi único, e instalar la época de las elecciones competidas y luego casi borrar electoralmente a los partidos del régimen.
Nos equivocaremos si concluimos que por fuerza la actual situación tenderá indefectiblemente a la instauración de un régimen democrático consolidado, con la existencia de un sistema de partidos estables, elecciones plenamente confiables y con un accionar gubernamental basado en la más completa apertura, transparente y con el acompañamiento de una estructura institucional, de órganos autónomos, fiscalizadores y vigilantes del quehacer gubernamental, que en el camino de la derrota del viejo estado de cosas los mexicanos fuimos construyendo y defendiendo de los afanes controladores de las fuerzas del régimen autoritario del pasado reciente.
Dos son los principales problemas que deberá afrontar la 4T; de su éxito en ellos dependerá en grado sumo el futuro de Morena y, por supuesto, del país.
La seguridad pública y la economía, aparte de otros no menores problemas, son los mayores retos de la sociedad mexicana. En ambos, las expectativas no son halagüeñas, tanto por el comportamiento de ambos fenómenos, como por las políticas implantadas por el nuevo grupo gobernante.
Precisamente por lo rafagueante e importancia de lo ocurrido en las últimas semanas alrededor del partido gobernante, Morena, y por el papel que puede jugar en los próximos años, además de la profundidad de la crisis que padece y la extremada injerencia de los organismos electorales en la vida interna de los partidos, es que la polémica y frustrante conferencia de prensa en la que el presidente López Obrador y su gabinete de seguridad intentaron explicarle al país el fallido operativo de Culiacán, será abordada la próxima semana, si otros acontecimientos a cual más de importantes no nos impiden reflexionar sobre este episodio, sin duda el evento más ilustrativo de la fuerza e implantación del crimen organizado en la sociedad mexicana y de lo equivocada de la estrategia usada a lo largo de las últimas dos décadas para combatirlo, cuyas consecuencias afronta el país, con el evidente agravamiento de la crisis de inseguridad, que ha arrojado el mayor número de víctimas de la violencia que el país haya sufrido en la historia.
Y esa estrategia, con variantes, es la usada por los gobiernos de Vicente Fox, Felipe Calderón y la actual administración. No son los únicos gobiernos que la han aplicado, es una estrategia instrumentada en prácticamente todo el mundo, ante cuyos resultados la ONU ha llamado a rediscutirla globalmente.
Una cosa sí es pertinente anotar: La evidente contradicción entre los dichos del presidente López Obrador y la estrategia de su gobierno en el combate a los elevados índices delictivos. Sí, pues a los frívolos comentarios de que los delincuentes serán acusados ante sus mamás o sus abuelitas -que le han generado infinidad de justificadas críticas- se contrapone la decisión de combatir al crimen organizado con la activa participación de las fuerzas armadas, transformadas en la base de la Guardia Nacional y cuyos resultados aún no se aprecian, ni en un sentido, ni otro.
En ese contexto, la decisión del TEPJF de anular las elecciones, al dejar sin efectos el padrón electoral de Morena utilizado para la elección interna, actualizado hasta el 20 de noviembre de 2017 y que dejó fuera de la elección a quienes se hubiesen afiliado hasta el mes de agosto de 2018, fecha límite para tomarlos en cuenta, de acuerdo con los estatutos del partido, lo ha sumido en la peor de la sima de su crisis, por momentos aparentemente terminales a raíz de la disputa por la dirigencia nacional y sus contrapartes locales, en la totalidad de las entidades del país.
El tribunal ordenó la reposición de la elección en la que podrán participar todos los militantes que solicitaron su afiliación a Morena hasta agosto de 2018.
La decisión de la máxima autoridad jurisdiccional electoral coincidió en la argumentación usada por la presidente en funciones, Yeidckol Polevnsky, de que debería acatarse el acuerdo 33 del Instituto Nacional Electoral (INE), que obliga a los partidos políticos a depurar sus padrones.
Así, el fondo político que había llevado a restringir el número de electores, el de que todos los recién llegados a Morena, atraídos por los crecientes números favorables a López Obrador en las encuestas previas a la elección constitucional, procedentes de prácticamente todos los partidos, y muchos de ellos con roles protagónicos en ellos, incluso con actitudes y conductas contrarias al tabasqueño y su causa, no fueran a influir determinantemente en la designación de Morena y con ello “apoderarse” de la dirigencia para ir en contra de los postulados originales de este movimiento, fue derrotado por la determinación del TEPJF.
Evidencias de tal confrontación las produjeron abundantemente, hasta llegar al extremo de que el Comité Nacional, fragmentado exactamente por la mitad, emitió, cada una de las partes, posicionamientos totalmente contrarios en plena marcha de la elección nacional, pues mientras la presidente Polevnsky decretaba la suspensión de la elección -sin facultades estatutarias para ello- la otra mitad del Comité Nacional y la Comisión de Honor y Justicia llamaban a la continuación del proceso, en medio de una muy probable maniobra saboteadora en una buena cantidad de las asambleas distritales, en las que las manifestaciones violentas fueron preocupantemente numerosas.
A pesar de ello, se realizaron exitosamente poco más de 200, de las 300 asambleas, algunas de ellas de manera ejemplar, como la del distrito 4 de Juárez, efectuada a la intemperie, luego de encontrarse clausurado el local en que debería desarrollarse.
Pero la confrontación entre Polevnsky y la aparentemente favorita de la mayoría de los militantes de Morena, Bertha Luján, fue escalando hasta el grado que el mismísimo López Obrador, luego de que la presidente Polevnsky fuera acusada de intentar manipular las elecciones, llamó a los militantes de Morena a no dejarse manipular “por nadie”.
En ese ambiente, la aparición del coordinador de los diputados federales, Mario Delgado, -también aspirante a la dirigencia nacional- aparentemente al frente de un numeroso grupo de supuestos militantes, no registrados en la asamblea, y llegados tardíamente, intentó participar en esa asamblea, a pesar de no estar registrado en ese distrito, le aunó no pocos ingredientes de seria rispidez a la elección.
Así, la incertidumbre política será la característica principal en Morena, pues en la elección que deberá realizarse en alrededor de tres meses, participarán casi el total de sus militantes, si es que el padrón a usar deberá ser de los afiliados hasta agosto de 2018, o todos, si es que el padrón será el de los afiliados hasta diciembre de este año.
Más allá de lo anterior, lo descollante de la actual situación es la intensa confrontación interna, que por momentos recuerda la ocurrida en todos los partidos políticos existentes hasta ahora -por supuesto, también de los desaparecidos- en la que la disputa por el poder ha sido la premisa principal, o casi única, y en la que Morena -si bien, como en casi todos los casos de los partidos de izquierda, existe una mayoría de militantes nobles, esforzados y desinteresados- ha mostrado a una capa dirigente portadora de los peores defectos de la clase política mexicana.
Llegar al poder le costó mucho, no sólo a los actuales militantes de Morena, sino al total de la sociedad como para que a unos cuantos meses de su arribo al poder echen todo por la borda.
Deberán demostrarle a los mexicanos que sí son diferentes.
Nos lo deben.
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