Chihuahua, Chih.
Pronto, muy pronto el ciudadano Meade se olvidó de esa categoría y se asumió como dirigente real del PRI, abrazando de manera íntegra los modos y rituales del PRI, incluido, pero por supuesto, el presidencialismo, del que ha hecho gala el priismo de toda la vida.
De manera simplista, no simple, explicó su integración al partido que lo postula: “… soy hijo de un priísta”.
Así, en unas cuantas semanas, y seguramente al darse cuenta del fracaso del intento de hacerlo aparecer como un ciudadanizado candidato, que tuviera capacidad de atraer a una parte del electorado, el de corte centro-derecha y disputárselo al candidato panista, cambiaron la estrategia.
Inmersos en una inocultable crisis de interminables sangrías de priistas, tanto al partido de López Obrador, como al PAN, la dirigencia de la campaña del candidato priista, José Antonio Meade, resolvió, -para salir al frente de tal sangría, necesitados de reforzar el espíritu “de partido” pues muchos priistas no se identificaron con el cinco veces Secretario de Estado, funcionario federal de primer nivel de cuatro sexenios consecutivos- que en el acto de aniversario del PRI hiciera -o intentara- enviar un mensaje de sólida pertenencia a ese partido.
Se hizo cargo de los errores cometidos por el PRI, además de, dijo, los grandes aciertos de los gobiernos emanados de ese partido: “Hoy sabemos cuándo nos equivocamos, dónde perdimos rumbo, qué decisiones implicaron costos para el país y para el partido, y cuáles, al dejarlas de tomar pusieron en riesgo la estabilidad y el crecimiento. Porque conocemos y reconocemos políticas equivocadas, estamos decididos a impedir que el país vuelva a tropezar”.
Meade no dejó de lado el uso de la primera persona en plural al dirigirse a la élite priista, cuyos integrantes fueron los únicos convocados al acto de aniversario, perdidos los recursos que les permitían reunir a inmensas muchedumbres.
Ausente hasta de los discursos, el presidente Peña Nieto recibió, como todos los presidentes priistas, una tibia crítica del aspirante presidencial.
Así, Meade le planteó a los priistas puras cosas cosas abstractas, visto el panorama de una profunda crisis nacional, de seguridad pública, institucional, de las finanzas públicas y en medio de la más violenta oleada criminal: “¿Qué le ofrecemos a México en nuestro aniversario: perder o ganar? Perder es cuando se violentan los derechos humanos de las víctimas; ganar es cuando se les hace justicia. Perder es hipotecar el futuro de nuestros hijos; ganar es crecer cuidando nuestro ambiente entero. Perder es permitir que se lleve a la bancarrota al país; ganar es construir un gobierno a la medida de las necesidades de cada quien”.
Y justificó la generalizada indignación en contra del gobierno de Peña Nieto y el extendido hartazgo ciudadano: “Hay legítimas expresiones de enojo y decepción; un fundado reclamo, malestar e indignación por la inseguridad y la violencia, por la impunidad y la corrupción. Pero hay millones de servidores públicos honestos, de todos los partidos, priístas y ciudadanos. Ellos y yo, como nadie, repudian la corrupción y exigen que se castigue a quienes han violado la ley, sean del partido que sean”.
Pero esas expresiones ¿Abarcarán al presidente y su círculo de colaboradores, entre los cuales se encuentra él mismo ahora que se ha declarado priista por ¡Herencia!?