María

María 29 de agosto de 2020

Leonel Reyes Castro

Chihuahua, Chih.

Temprano, en la noche de un invierno, Pelón, ya fatigado de manejar su auto todo el día, llega a un pequeño poblado ubicado a pocas millas de San Antonio, ahí acostumbra pernoctar, lo acompañan su esposa y un par de pequeños hijos, hace tiempo cada mes, se desplaza de la ciudad donde vive a Houston. 

La distancia es larga, cruza el desierto inmenso entre la frontera de México y Estados Unidos de América. La primera ocasión que llegó al poblado y vio un letrero que decía Kervint Texas, de inmediato entró al túnel del tiempo y retrocedió casi tres décadas, a cuando era un niño casi adolescente. Recordó que así se llamaba el lugar donde María le había dicho que vivía, treinta años atrás. 

Acostumbraba dormir en Kervint y en la mañana recorría las calles mirando a todos lados con la ilusión de encontrar a María, en alguna vuelta de esquina.

La imaginaba como una mujer hermosa a quien reconocería, lo mismo que ella y  tras la sorpresa del encuentro se abrazarían y resucitaría un amor nunca olvidado y siempre vivo.

Entonces podría verse de nuevo en aquellos ojos que recordaba de un azul luminoso y que un día con dolor vio cómo se alejaban a bordo de un vagón de tren.

María llegó al Barrio de la Estación y a su vida al inicio de un verano que fue especialmente caluroso. 

El desierto norteño se encarga cada año de confirmarle a sus habitantes que el infierno existe al asestarles el calor de temperaturas que suben por encima de los 40 grados al sol de mediodía. Desde esas horas y hasta el atardecer, todo mundo se refugia en sus casas de adobe, muchas de ellas sin enjarre, dentro de ellas es tolerable la vida, los muros siempre frescos y los techos de terrado son una barrera natural a la canícula del verano, las calles, sin pavimento, ayudan a mitigar el calor.

Martes, jueves y sábado a las seis de la tarde, los vecinos del barrio escuchan el silbato que anuncia la llegada del tren de la frontera, aunque la hora no es más que un indicador pues rara vez el tren cumple con el horario.  

El ferrocarril se llama Kansas City México y Oriente. Tampoco el nombre refleja la realidad pues ni viene de Kansas, ni llega a México, ni transita hacia el oriente. El escaso ingenio norteño para bautizar cosas y hechos bautizó al tren como el “Siti-Kansas” porque el tramo de un poco más de 200 kilómetros, suele recorrerse en diez horas, tiempo que con frecuencia se duplica y en algunas ocasiones dura hasta más de un día para llegar de la frontera a la capital del Estado.

Termina el mes de Junio, todos los que van a la escuela están de vacaciones, Pelón es uno de ellos. Así le dicen en el barrio,  porque en su casa, seguramente para ahorrarse los cinco pesos del corte mensual de pelo, acostumbran mantenerlo al rape. Apenas tiene 11 años y cursa quinto de primaria. Aunque su  papá es come-curas aceptó que lo inscribieran en una escuela dirigida por Jesuitas. 

A Pelón le repatea rezar a todas horas, rezan cuando entran a clases, cuando salen a recreo, cuando regresan y a medio día antes de salir a comer; de regreso a las tres de la tarde, otro rezo, a las cuatro y media de nuevo rezo y a las cinco, que termina el descanso vespertino, toca rosario. Después de las seis de la tarde es libre para juntarse con los demás muchachos que son parte de la pandilla del barrio.

Es martes, los amigos se encaminan a la estación, esta vez, cosa rara, el tren llega con solo una hora de retraso. Pelón acostumbra subir a los coches de pasajeros buscando hacer un trabajito momentáneo cargando equipaje de los pasajeros, los que le premien con un tostón o un peso, le ofrece sus servicios a las mujeres, de preferencia a las que traen niños y con un le "ayudo, le ayudo" consigue la clientela. Casi siempre se escucha alguna voz que le dice “ayúdame muchacho” y le señala unas maletas, las carga y las lleva a algún carro de sitio, enseguida recibe la propina por la tarea. Con ella se completa para una soda, un lonche de salchicha y un par de chiles curtidos.

La gente que usa el tren proviene de los pueblos del desierto, seguramente son campesinos de esos que apenas producen lo que se comen y que también viven de la recolección y venta de la candelilla que compran los gringos para hacer cosméticos y para la industria. A los pasajeros se les nota la pobreza en la vestimenta y hasta en el equipaje, bolsas de ixtle, cajas de cartón y uno que otro con velices de lámina abollada.

Esa tarde, al bajar el sol, de la estación del tren, la pandilla se va a la esquina de la calle 26, ahí hacen bola y platican de la nada. Pelón voltea al portón de la vecindad del barrio y ve salir a dos adolescentes, a una la conoce, es Carmela, la hermana de Raúl a quien todos en el barrio le dicen “El Jinete”, la otra es una chavala más o menos de la misma edad que él, de inmediato se le nota que no pertenece a la comunidad, por lo pronto Pelón nunca la había visto. 

Cuando las chiquillas se acercan, Pelón abre la boca y jala aire, frente a el está una niña, es igualita a las gringuitas que se topa en cada esquina en el pueblo texano donde radican sus parientes a los que ritualmente visita cada año, la ve un poco más bajita que él, pelo castaño, muy claro, casi rubio, abundante y rizado, cara redonda y piel muy blanca con un mar de puntitos, de esos que les dicen pecas, tiene una pequeña nariz respingona, barba partida, labios carnosos y dos enormes ojos de color azul, rematados de enormes pestañas. De ahí no hay nada más que ver, es una niña en la que apenas brotan sus senos.

….

 


A esas alturas de su vida Pelón no está entrenado para echar requiebros a las muchachas, pero haciendo de tripas corazón, le lanza la pregunta de cómo te llamas? María, responde ella con un acento apochado fácil de reconocer para los que radican en la frontera.

-¿De dónde eres?- 

-De Kervint Texas y me apellido Merill Martínez, mi papá es americano y mi mamá mexicana, ando de vacaciones aquí con mi tía Chepina. Me voy a estar dos meses 

-Kervint…¿Dónde está esa ciudad?...

-No es ciudad es un towncito cerca de San Antonio…

-Tampoco sé donde está San Antonio.  

Carmela rompe la conversación con un ahí nos vemos Pelón, porque vamos a la tienda. Las ve partir y fija su mirada en las piernas y el trasero de María, que ya despunta como una promesa para el futuro.

Toda esa tarde y hasta entrada la noche, desde la esquina de la 26, revuelto entre la pandilla, a cada momento Pelón voltea al portón de la vecindad con la esperanza de ver salir a María. Cuando al fin lo hace, ella dedica un buen rato a brincar al lazo junto a un grupo de chiquillas.

Al obscurecer, se empiezan a escuchar gritos de algún enviado de la autoridad familiar, que por su nombre llama a cada uno de los chavalos, cuando se escucha ¡Pelón te habla mi mamá!, éste voltea por última vez a la puerta, no ve a María y se retira a su casa. 

A la hora de cenar los rigurosos frijoles con tortillas de harina hechas en casa y de tomar canela, Pelón entusiasmado le platica a todo el que quiere oírle que llegó de vacaciones al barrio una gringuita de ojos azules y de nombre María. Pasa un buen rato, se acuesta y hasta que concilia el sueño sigue pensando en la niña.

Al día siguiente, apenas desayuna se va a montar guardia a la esquina de la 26, al rato van llegando los miembros de la pandilla, el Borrado, el Güero, el Fito, el Baby y otros más. 

Pelón atiende poco el barullo, pues no quita la mirada del portón por donde tendrá que salir María. La espera al fin rinde frutos, María ésta vez sale sola con rumbo a la tienda que pintada de azul destaca con letras blancas “La Violeta”.  En cuanto ella se aproxima, Pelón le pregunta si la puede acompañar…. María sonríe y muestra una fila pareja de dientes muy blancos, María lleva un vestido de algodón, con puntos rosas y fondo blanco de esos que tienen vuelo y les dicen plisados.  

Ahora sí por primera vez van solos y platicando, llegan a la tienda, María pide algunas cosas, paga y se retiran. Pelón quiere saberlo todo y en el trayecto le tunde todas las preguntas de rigor para conocerla mejor

-¿Cuántos años tienes?

-Once.

- Y ¿Hermanos?

-Tres mayores que yo.

-¿Con quién vienes? 

-Sólo con mi mamá 

-¿En qué trabaja tu papá?

-En la construcción

-¿Cómo es tu pueblo? 

-Es pequeño. En el verano hace mucho calor y en el invierno hace mucho frío, en el invierno es temporada de caza y mucha gente va a cazar venados.  

Llegan a la puerta de la vecindad y Pelón se integra de nuevo a la pandilla, solo para recibir las burlas de sus amigos … “Ese Pelón yo pensé que eras joto…”, “A poco crees que la gringuita te va a hacer caso”, “Hasta que agarraste una con zapatos”, “De esas pulgas no saltan en tu petate”, “A lo mejor te hace caso pero necesitas bañarte porque hueles a chivo”. 

Pelón nomás sonríe.

-¡Cállense! Que no la vieron que iba bien contenta, unos días más y le pido que sea mi novia.

Los siguientes días se repitió la misma película, Pelón de guardia esperando que María saliera a la calle, se veían y  platicaban  por un ratito. 

Al caer la tarde, parvadas de chavalos salían a la calle para jugar todo lo jugable, desde canicas, brincar el lazo, escondidas y muchos otros juegos, mientras las banquetas se llenaban con las Doñas que en pláticas interminables hacían el recuento de la vida diaria.

Los domingos en bola bajaban al Parque o a la Deportiva y si había dinero se metían al Cine Azteca, de mirones se metían a los bailes del barrio y ahí dos o tres veces Pelón le tomó levemente la mano a María. Los tiempos y la hormona no daban ni pedían más.

Un domingo en la tarde, sentados en la orilla de la Fuente del Parque Lerdo, donde había peces de colores, sintiendo mariposas en el estómago y con las manos sudorosas, Pelón le preguntó a María que si quería ser su novia

-Claro que si- respondió ella con una sonrisa en los labios- pensé que nunca te ibas a animar.

De ahí en delante novios fueron. 

Apenas daban las nueve de la mañana y Pelón ya estaba en la esquina esperando ver salir a María y en la noche se quedaba con ella hasta que escuchaba el grito de ¡Pelón te habla mi mamá!.  Prácticamente vivía para ver y estar cerca de María.

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Los meses de vacaciones que comprenden parte de junio, todo julio y agosto, Pelón se siente libre, se relaja la disciplina familiar y puede desaparecerse todo el día. Al cabo ni lo extrañan, entre 10 hermanos ni quien le eche de menos y seguramente los que asisten a comer festejan la ausencia de los que faltan, pues en esa casa se come a las 12 y media del día con los que están presentes y la regla es que al que no acude no se le guarda comida. Cuando alguien reclama, Petra Esperanza, la madre, sentencia parsimoniosamente, “hijos que no están presentes no ven morir a sus padres”.

Un domingo a fines de agosto, después de haber ido al Parque Lerdo y de regreso al barrio, María le dio la mala noticia:

-Se acabaron las vacaciones, mañana nos vamos. Pelón sintió que todo acababa, aturdido por el impacto, de sus ojos brotaron algunas lágrimas incontenibles.

Esa tarde se quedó al lado de María sin desprenderse ni un momento de ella. Se despidieron en la noche con un dulce y casi imperceptible beso en los labios, el primero para ambos.

Buena parte de la noche Pelón rompía en llanto, lloraba en silencio, fingiendo que dormía para que nadie se diera cuenta. Sentía que algo le oprimía el pecho y que moriría, eran sensaciones para él extrañas y desconocidas que le causaban un dolor semejante al que sintió cuando murieron sus abuelos.

El lunes a las siete y media de la mañana, Pelón esperaba frente al portón  de la vecindad la salida de María, la vio venir acompañada de su mamá y de algunos de la familia, cargando sus maletas. Se acercó y sólo atinó a decirle: ¿Te ayudo?. María le extendió la maleta y caminaron atrás de toda la familia hasta llegar a la estación, ni una palabra cruzaron, para qué, no era necesario, todo aquel amor se vería roto en unos minutos. 

Llegaron a la estación, subieron al tren, se acomodaron a esperar la partida. Se escuchó el silbato de la máquina, el tren inició su marcha y Pelón siguió sentado junto a María en el mismo asiento. Cuando el tren tomó velocidad la mamá de María, con cara de preocupación le preguntó  “a qué horas te bajas el tren, ya va muy recio” y él solamente contestó “no se”…  

La primera estación del tren se encuentra a 28 kilómetros al oriente de la capital, ahí el conductor revisó los boletos y observó que faltaba uno. La mamá de María explicó que el niño era un vecino del barrio que no se  había podido bajar.  

El conductor se dirigió directamente a Pelón  

-¿ A dónde vas? - No sé, a donde vaya María. El hombre lo bajó del tren dejándolo encargado a un rielero para que lo regresara a la ciudad. A medio día Pelón estaba de nuevo en el barrio. 

Por muchos días sintió que moriría al no ver más a María, su cabello castaño claro, ensortijado, sus ojos azules, sus labios carnosos, al no repetir aquel beso de amor, era tan fuerte su sentimiento de pérdida que le causaba un gran dolor. 

Simplemente nunca olvidó a María. 

Quizás por eso, treinta años después, cada vez que pasaba por aquel pequeño pueblo de Texas, caminaba por las calles, esperando y soñando con encontrar a María.

Leonel Reyes Castro

Abogado, analista político. Originario de Chihuahua, Chih.