Chihuahua, Chih.
La semana pasada describí, como lo permite un artículo, de manera sucinta, los acontecimientos que se dieron del 6 de julio de 1988 a la entrega de la última constancia de mayoría, a los que la Comisión Federal consideró ganadores se su elección distrital.
En aquella elección presidencial fueron candidatos Manuel J. Clouthier Del Rincón por el PAN, Carlos Salinas de Gortari por el PRI, Cuauhtémoc Cárdenas Solorzano por el Frente Democrático Nacional en el que se aglutinaron el Partido Auténtico de la Revolución Mexicana, Partido del Frente Cardenista de Reconstrucción Nacional y el Partido Mexicano Socialista y Rosario Ibarra de Piedra por el Partido Revolucionario de los Trabajadores.
Seguramente, los pocos lectores de este artículo les será difícil comprender la narración si no explicamos cómo funcionaban las elecciones en el ya lejano 1988. Nada de lo que hoy existe institucionalmente en el tema de las elecciones existía hace treinta años, por eso me parece necesario dar un panorama de cómo funcionaban las elecciones, también es conveniente señalar que la informática en aquella época se encontraba en pañales, hoy parecerá raro pero no existía el Internet ni la interconectividad, los celulares eran algo rústico, ni soñar en los Smartphone.
El sistema electoral mexicano descansaba en el gobierno. En esa época éste organizaba y ejecutaba las elecciones y el Partido Revolucionario Institucional era una especie de secretaría de elecciones del régimen que operativamente se supeditaba a la Secretaría de Gobernación.
En la cúspide del sistema electoral mexicano se encontraba la Comisión Federal Electoral, que el Gobierno controlaba a todas luces. Era presidida por el Secretario de Gobernación, contaba con 16 representantes del Partido Revolucionario Institucional y 2 representantes del Congreso que también eran priístas, lo que en conjunto sumaban 19 votos. En caso extremo se enfrentaban a solo 12 representantes de los partidos de oposición, por esa razón, aunque el gobierno perdiera la discusión, ganaba la votación.
Había un Registro Nacional de Electores, cuerpo técnico dependiente de la Comisión Federal Electoral, encargado del Padrón Electoral en el que se registraban a los ciudadanos con derecho a votar y expedía las credenciales de elector. Éste órgano también era controlado por el Gobierno y era importante para obtener los resultados electorales deseados, pues podía ser manipulado en los estados y en los distritos electorales por expertos que decidían quién permanecía y quién podía desaparecer del padrón.
Entre las comisiones estatales electorales, las distritales y sus correlativos del Registro Nacional de Electores y el Partido Revolucionario Institucional, empadronaban a los ciudadanos, distribuían las credenciales de elector, integraban los funcionarios de casilla, más los representantes del PRI, localizaban la ubicación de las casillas, manejaban la paquetería electoral y todas las acciones correspondientes a una elección.
La Comisión Federal Electoral y el Registro Nacional de Electores tenían en cada estado y en cada distrito un órgano que cumplía las mismas funciones que sus entes superiores a nivel central. Las comisiones estatales electorales era presididas por hombres de confianza de los gobernadores y lo mismo sucedía con los registros estatales de electores. Otra cuestión fundamental para el control de las elecciones era que las constancias de mayoría de cada uno de los 300 distritos electorales estaban centralizadas y se entregaban en la Comisión Federal Electoral.
Para garantizar una comunicación segura entre los organismos electorales estatales y distritales con la Comisión Federal Electoral, así como de los comités directivos estatales y el Comité Ejecutivo Nacional del Partido Revolucionario Institucional, se utilizaban teléfonos de magneto que establecían línea directa entre emisor y receptor, en aquella época imposible de ser intervenidos.
Este entramado institucional y partidario permitió el fraude electoral de 1988.
La noche del día de la elección –ya lo dijimos en la primera parte de este artículo- a la Secretaría de Gobernación y al Comité Ejecutivo Nacional del PRI llegó la información del Distrito Federal y los estados cercanos sobre el desastre electoral que se estaba presentando en la elección de presidente de la república. El sistema político necesitaba que se callara el sistema de información, era necesario darse tiempo para manipular los resultados electorales.
Después de la elección transcurrían tres días para hacer los cómputos distritales, en ese lapso de tiempo el régimen debía arreglar los resultados, así en los comités distritales donde fue posible, se hizo lo necesario para que Carlos Salinas de Gortari ganara la contienda. La “operación” fue precipitada y de gran magnitud, eso implicaba la manipulación de boletas y actas para revertir, según mis cálculos, dos millones de votos.
La tarea para manipular las boletas era inmensa, no así las actas, pues solo era necesario alterar tantas actas como distritos electorales fueron manipulados, por eso es que se destruyó la paquetería electoral incinerando las boletas y las actas manipuladas se microfilmaron, de tal manera que desaparecidas las boletas nadie puede comprobar el fraude electoral de 1988.
Manuel Bartlett fue el comandante en jefe del fraude electoral de 1988, del día de la elección a la entrega de la última constancia de mayoría de los 300 distritos electorales. Entregada la última constancia de mayoría, Bartlett desapareció de la escena y otros actores hicieron acto de presencia en las negociaciones que se iniciaron con Luis H. Álvarez y Diego Fernández de Ceballos por parte del PAN, y del lado del PRI, Manuel Camacho Solís.
Tres años después, la noche del 20 de diciembre de 1991, a propuesta de Diego Fernández de Ceballos, la Cámara de Diputados resolvió la quema de 10 toneladas de papelería electoral que contenía las boletas de la elección de 1988 y que eran los únicos documentos que podían probar el “golpe de estado” que se dio en la elección presidencial de 1988.
Bartlett le sirvió bien al Sistema. Unos meses después, Salinas lo nombró Secretario de Educación y después fue Gobernador de Puebla.
Así como Saulo de Tarso, de persecutor de cristianos evolucionó hasta ser columna del cristianismo, ahora parece que también Manuel Bartlett experimentó en el camino a Damasco una revelación divina que lo ha llevado en los últimos lustros a confluir con el proyecto político que encabeza Andrés Manuel López Obrador.
En lo personal, pienso que la conversión de Manuel “De Tarso” Bartlett Díaz no es suficiente para pagar los costos que tuvo su actuación como Secretario de Gobernación en 1988.
Solo es para mí, un asunto de ética política.