Lupita y Paquita: me estás oyendo inútil

I parte

Lupita y Paquita: me estás oyendo inútil 25 de septiembre de 2022

Alfredo Espinosa

Chihuahua, Chih

1.- El amor es un arte letal; y las canciones, el arma blanca con que se hieren los corazones de los amantes. La canción mexicana disecciona el alma y con frecuencia logra reconocer al amor a través de sus agresores como la traición, el desengaño, la humillación, el despecho, los traumas de la separación, etcétera, y por el grado de dolor que provoca. 

Desde el inicio, el amor es un combate. Y sin embargo, el enamoramiento se percibe como un encantamiento. Posee la magia de trasformar en fascinantes a los animales fieros, y en atractivas a las flores carnívoras.

Ya deberíamos saberlo, pero se nos olvida: todo es ilusión en el amor; excepto las espinas.

A quien ama lo invade un sentimiento de felicidad que lo hará vivir entre las nubes; sobrevalora a la persona amada y subestima la contundencia de la realidad. La súbita ceguera con la que se enferman los que aman acarreará su desgracia; se sentirán felices dependiendo de la persona amada, harán esfuerzos desmedidos, se someterán a suplicios sin importarle que su dignidad se arrastre y se enlode. Sus alegrías crecerán cuanto mayor sea su pertenencia al amado, y se sentirán dichosos si tan sólo fueran sus esclavas. Si el otro se mantiene en sus cabales, aunque no esté conciente de ello, podrá saborear el deleite supremo del amor que reside en la certidumbre de hacer el mal. 

Eso le ocurrió a Paquita. En un episodio que apenas se recuerda, con tal de seguir disfrutando de los besos de miel amarga de su amado, arrastraba su dignidad como un perro su mecate y se tiraba a sus pies dócilmente, implorándole:

                     Por piedad, por compasión no me desprecies,

                     me moriría sin tu amor, no me desprecies.

                     No por amor de Dios, no te me vayas, te lo ruego,

                     que en la vida como un perro pasaré,

                     sin hablar, y sin llorar, sin un reproche,

                     siempre tirada a tus pies, día y noche.

 


2.- Las sociedades avanzan en la medida que las mujeres conquistan sus derechos. Y hasta hace pocos años el respeto al código masculino era la ley, y las mujeres se sometían a él. Pero los tiempos cambian y los comportamientos también. Las mujeres ahora prefieren que el dinero que sus hombres despilfarran cantando El Rey lo aporten para hacer menos dura la supervivencia y que las horas que dilapidan en las cantinas las ocupen ayudando a mantener el techo sin goteras, destapando el caño, instalando el abanico, echando a andar el carro, o ya de perdis, que pasen por las tortillas. 

A partir de los sesenta del siglo XX, arrecian los movimientos sociales y políticos que exigían una flexibilidad del poder y reprobaban al autoritarismo egocéntrico. La intolerancia comenzaba a concebirse como uno de sus rasgos más detestables y empezaron e empujar la equidad en lo político, religioso, sexual y artístico.

Sin embargo, para aquellas mujeres no resultaba fácil sacudirse las cadenas de la dependencia económica y las telarañas morales. Y nomás sentían que su hombre se podría ir, se les derrumbaba el mundo porque ellas se habían unido para toda la vida con el hombre que el mismísimo Dios les había elegido, y pues ni modo que las mujeres anduvieran revolviendo las sábanas que ni siquiera habían tendido:

 


                       A mí, que hasta con Dios te comparé

                       que siempre te he tenido en un altar, 

                       me das una amargura de saber 

                       que piensas con lo nuestro terminar.

                       ...me dejas con el vicio de tu piel

                       no sé que voy a hacer si te me vas. 

                       A mí, que todo de la vida te enseñé, 

                       a mí, tu profesora fiel de intimidad...

 


3.- Los traumas se heredan, se reeditan y esos errores congénitos rápidamente se concretan --oh, ¿quién lo iba a imaginar?- en el hijo mimado de mamá o en el rechazado --para el caso da lo mismo--, al que ya crecidito, a ellas -¡vaya suerte!- les habría tocado lidiar.  Las mujeres ya no desean recordar aquellos días aciagos en que tragaron el anzuelo del amor en el momento en que sus machos, acompañados por mariachis o, en la versión romántica, por tríos, las adularon al pie de la ventana y ellas, en la embriagada dulzura de un susurro y bajo la luna llena, le confesaron que no podrían vivir sin él, a quien definieron con aterradora convicción y sin temor al ridículo como lo mejor que les había sucedido a sus vidas.

Pero ya trizadas las ilusiones, y todavía dolidas por la ruptura (con foto de boda o sin ella), las mujeres entran de lleno al desencanto convencidas de que apenas es el comienzo de una interminable serie de tropiezos. Años atrás, este mismo sendero ya lo habían recorrido sus madres y sus abuelas engrosando el maltrecho expediente de la psicopatología de la vida cotidiana. Las jóvenes mujeres se resistían a repetir todo lo habían criticado en sus madres. ¡Y pensar que tantas veces se juraron a sí mismas jamás reeditar la historia! ¿Cómo pudieron creer en las mentiras tan dulces que les decía su peor es nada? ¿Cómo pudieron dormir tanto tiempo con el enemigo?

Hipócrita, sencillamente hipócrita,

Perverso, te burlaste de mí.

Con tu savia fatal me emponzoñaste,

 


Y sé que inútilmente me enamoré de ti.

Y sábelo, escúchame y compréndeme,

No puedo, no puedo ya vivir.

Como hiedra del mal te me enredaste,

Y como no me quieres, me voy a morir.

4.- Los problemas sobrevienen cuando el amor, ese país de los espejismos se desvanece y se cristaliza la realidad tal cual es. La pareja se desempareja.

El enamoramiento es una caída, gozosa mientras vuelas, pero atroz cuando te estrellas. Cuando te repones del encandilamiento y empiezas a darte cuenta en dónde estás, lo primero que descubres con perplejidad es que la persona que amaste con devoción ha sido víctima repentina de una metamorfosis inversa: el príncipe azul se ha convertido en sapo y la mariposa en una oruga peluda.

Súbitamente, las mujeres descubren que el amor que habían mantenido a la altura de la fantasía, en realidad estaba al ras de un pantano. Las flores y la música se desvanecen y se inicia una sinfonía reproches, quejas y gritos, y muy pronto, el inmerecidamente amado adquirirá la demoledora virtud de arruinar el diseño del novísimo proyecto familiar que ellas, como cualquier mujer que se jacte de moderna, ya se disponían a fundar con las primeras piedras, aunque a última hora hayan decidido utilizarlas para arrojarlas contra esos hombres-niños intentando descalabrar sus egoísmos incorregibles.

Desde perspectiva femenina, los hombres cada día magnificaban sus fallas sumiéndolas en una decepción abisal. Un consuelo les quedaba a las mujeres a diferencia de sus madres y abuelas: ellas no se resignarían a permanecer unidas a tales monstruos ni a padecerlos en silencio. 

Los tiempos habían cambiado, se lo repetían para convencerse, y luego de recobrarse del duelo (la pérdida de un mal amor todavía se siente como un fracaso aunque en realidad sea una liberación), deciden reelaborar una estrategia distinta para sus vidas. Necesitan un estilo de vida distinto, una nueva identidad. Las mudanzas son impostergables:


                        Hoy quiero y debo cambiar,

                        dividirle al tiempo y sumarle al viento 

                        todas las cosas que un día soñé conquistar.  

                        Porque soy mujer como cualquiera 

                        con dudas y soluciones, con defectos y virtudes, 

                        con amor y desamor.  

                        Suave como una gaviota, felina como leona, 

                        tranquila y pacificadora pero al mismo tiempo                       

                        irreverente y revolucionaria, 

                        felina e infeliz, realista y soñadora, 

                        sumisa por condición mas independiente por opinión. 

                          Porque soy mujer con todas las incoherencias  

                         que nacen de mí.

                      Soy sexo débil.

 


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