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Lealtad

Lealtad 25 de septiembre de 2020

Hernán Ochoa Tovar

Chihuahua, Chih.

La renuncia de Jaime Cárdenas, efímero director del novel Instituto para Devolverle al Pueblo lo Robado (Indep, otrora SAE), ha sido la nota de la semana. Ello, porque ha puesto en tela de juicio una noción que ha permanecido como requisito para el cabal funcionamiento del quehacer político en México: me refiero, específicamente, a la lealtad.
En el México moderno (específicamente en el presidencialista) había que ser leal hasta la ignominia.
Fallarle al Presidente, al PRI, al país, o a la consabida “revolución” se convertían en afrentas y en estigmas que podía pagar caro el político en tela de juicio, pudiendo llegar a vivir el ostracismo, la irrelevancia política, o en el peor de los casos, el destierro o la prisión. Aunque, en la edad contemporánea, las viejas lealtades -al igual que las ideologías- se han vuelto líquidas en muchos de los casos (utilizando la noción del finado politólogo Zygmunt Bauman), pues se ve que diversos políticos-as cambian de ideología como si se tratase de equipos de futbol, en el seno de la 4T, la lealtad ha adquirido tintes singulares, por el significado que sus integrantes (y el propio Presidente de la República) le han otorgado a este concepto, desde que el partido guinda emergió, hace poco más de un lustro.
De acuerdo a la narrativa actual, y al estilo personal de gobernar de López Obrador, la lealtad es un componente indispensable dentro de los cuadros políticos que integran la administración pública.
Se visualiza a este concepto como una afinidad para con la ideología, el proyecto de nación y las metas que consigue la administración obradorista a corto y largo plazo.
Debo señalar, esto me parece bien, pues sería utópico que un gobierno pretendiese funcionar con funcionarios quienes, o no simpatizan, o bien, descreen de los postulados medulares de la gestión que se encuentra en curso. Sin embargo, la discusión de hasta dónde debe llegar y llevarse la lealtad, es un discurso que, a lo largo de la presente semana, se ha tornado en la manzana de la discordia y en célebre objeto de los más profusos análisis.
Comento esto porque, durante mucho tiempo, Jaime Cárdenas fue un personaje muy cercano al Presidente López Obrador.
Durante su fase como consejero del IFE (hoy INE) se caracterizó por su talante izquierdista y crítico; y, tiempo después, hizo campaña para ser diputado federal por el PT, en compañía de Porfirio Muñoz Ledo (aún recuerdo una fotografía, publicada en La Jornada, realizando, ambos, proselitismo electoral, al calor de las elecciones intermedias del 2009) y, desde la tribuna, defendió, con brillantes argumentos jurídicos y retóricos, la causa enarbolada por el tabasqueño.
Tiempo después, fungió como representante jurídico en una de las campañas presidenciales de AMLO, y hasta colaboró en la construcción de MORENA (se le puede ver, en otra fotografía que circuló en las redes, cercano a López Obrador en un mitin, en la campaña presidencial del 2018).
Como podemos ver, Cárdenas no era un tipo desleal, un advenedizo o un bisoño, sino todo lo contrario, era un sujeto quien creía en el proyecto gubernamental de la presente gestión y, al ser nominado para ocupar un puesto de segundo nivel en el organigrama federal, aceptó -probablemente por idealismo-; sin embargo, al igual que Urzúa, Toledo y Espriú, terminó yéndose por la puerta de atrás, enviando una carta detallada, donde le explicaba al Presidente de las deficiencias y huecos que halló en el Indep, enunciando una falta de voluntad del gobierno para combatir, a carta cabal, los ilícitos que afloran en el instituto que, a día de hoy, se ha convertido en emblema del gobierno, debido al sentido social y popular que le ha brindado.
Baste decir, el Señor Presidente no tomó muy bien la dimisión cardenista, pues, de otorgarle justo reconocimiento al momento de su nombramiento, meses atrás, describiéndolo como un profesional capaz y honesto; pasó a recalcar esta última cualidad, pero unificado con el sambenito de que había gente honesta y con méritos, pero sin las credenciales necesarias como para ocupar un cargo público ¡Voilà¡


A este respecto, opino que la actitud de Jaime Cárdenas fue la correcta.
Quien esto escribe siempre ha sostenido que contar con simpatías o lealtades con eventuales proyectos o ideologías políticas (en este caso en particular, la izquierda y la 4T) no implica otorgar cheques en blanco, o, parafraseando a Luis de la Barreda, volverse acólitos.
Creo que hay que utilizar el discernimiento y saber decir no, cuando determinada actitud o hecho contravenga a nuestros principios o, en el peor de los casos, actuar conforme a derecho cuando se visualicen hechos transgresores de la legislación en turno. En este caso, creo que Jaime Cárdenas actuó de manera correctamente, no obstante su perspectiva no haya sido comprendida del todo.
En este sentido, considero que el Señor Presidente debería escuchar más a sus subordinados y a algunas opiniones discordantes, pues, aunque en el universo de opiniones puede haber algunas que se hagan en mala lid, en el seno de su entorno cercano puede haber críticas constructivas que ayuden a realizar una mejor gestión, lo cual redundaría en un beneficio para la causa que persigue.
La compleja coyuntura ya llevó a AMLO a distanciarse de Cárdenas. Sin embargo, ya antes, Espriú (quien, de manera semejante a Cárdenas, luchó codo a codo con AMLO y creyó en su proyecto durante muchos años) había decidido despedirse, por el diferendo en torno al control de la Marina en los puertos mexicanos; y Urzúa, otro viejo conocido suyo (había sido su primer Secretario de Finanzas en el DF), dimitió molesto, y de fea manera, al gobierno federal, tras señalar que sus propuestas eran sistemáticamente ignoradas.
Si bien Víctor Toledo (ex titular de SEMARNAT) no fue un compañero de batallas de AMLO ni fundador de MORENA, en un determinado momento creyó en su proyecto y aceptó colaborar con la Cuarta Transformación.
Pero las discordancias se tornaron tan fuertes, que, al igual que los otros funcionarios, su gestión terminó volviéndose efímera y, tras año y medio, terminó siendo removido del cargo.
Aún quedan funcionarios y funcionarias valiosos en el gabinete.
Arturo Herrera es un tipo con credenciales, quien ha sacado la casta, no obstante la complicada coyuntura económica que estamos viviendo. Marcelo Ebrard igual: ha sabido estar a la altura de las circunstancias, en los diversos retos que se le han encomendado.
Lo mismo Alfonso Romo, quien ha tratado de ser un vaso comunicante con el empresariado. Creo que debería escucharlos más a ellos y recomponer su gabinete, pues, considero, algunos y algunos de quienes lo componen ya dieron de sí, y el Presidente debería de rodearse de más colaboradores proactivos, quienes estimulen el diálogo en lugar de amarrar navajas.
Por ejemplo, considero que Graciela Márquez es una profesional de los menesteres económicos, y alguien quien conoce bien ese mundo; pero, por desgracia, ha tenido un muy bajo perfil a lo largo del sexenio; mientras, Rocío Nahle e Irma Eréndira Sandoval, si bien tienen las aptitudes para desempeñar sus encargos, ya le han causado diversos problemas al Presidente, debido a su ocasional radicalismo e intolerancia (no obstante su lealtad al ocupante de Palacio).
Creo que el Presidente debería repensar a quién quiere tener cerca, y, en mayor o menor medida, de eso dependerá el éxito de la 4T y de que sus proyectos estrella se cristalicen.
Las lealtades no deben ser cobija para el dogmatismo o el pensamiento absoluto, considero. Ser o no ser, esa es la cuestión, dijo Shakespeare.

Hernán Ochoa Tovar

Maestro en Historia, analista político.