Chihuahua, Chih.
En las últimas décadas la figura del enemigo se ha transformado en las filas de la propia izquierda. No me refiero al enemigo de la izquierda que reside en su contraparte: la derecha, los conservadores, los neoliberales. Me refiero al concepto y/o imagen del enemigo, que los militantes de la izquierda han construido respecto a otros militantes de esa misma fuerza política.
Entre los militantes de la izquierda hay distintas formas de entender el mundo y de colocar los pies sobre él. En la izquierda hay diferencias que pueden conducir a un distanciamiento de difícil y/o imposible resolución. La no-coincidencia y la no-identidad plena en una sola postura ideológica y/o política es uno de los principios clave de la dialéctica marxista.
En las filas de la izquierda, históricamente hay una posibilidad abierta para las diferencias y el antagonismo, que en términos de la dialéctica son uno de los motores que impulsan la transformación del mundo.
Lo que habría que analizar son las formas históricas de la no-coincidencia y la no-identidad ideológica y/o política.
A lo largo del siglo XX el trotskismo se convirtió en una de las principales representaciones de la no-coincidencia y la no-identidad ideológica y política en las filas de la izquierda. En México hay una historia singular a este respecto, que atraviesa de lado a lado la biografía de José Revueltas.
Aquí cabe preguntarse: ¿De qué formas la no-coincidencia y la no-identidad ideológica y política entre los militantes de la izquierda, se convierte en un territorio de luchas en el cual surge la figura del enemigo? ¿De qué formas un militante de la izquierda llega a convertirse en enemigo de otro militante de la izquierda?
Lo que habría que analizar son las formaciones históricas de la figura del enemigo en las filas de izquierda. Uno de los significados más radicales y más dolientes de la figura del enemigo entre los militantes de la izquierda es el Gulag. En la historia de la izquierda el Gulag significa: denostación, exilio y encierro.
En las purgas del estalinismo, un prisionero del Gulag es un traidor que después de haber sido sometido a un juicio sumario, es exiliado y condenado a una prisión de frialdades climáticas y políticas.
En el siglo XXI la figura del enemigo en las filas de la propia izquierda se construye de manera diferente al Gulag. Aunque actualmente es posible encontrar similitudes con el Gulag a este respecto, que pueden ser más o menos próximas. Por ejemplo, las acciones realizadas por Daniel Ortega en Nicaragua resultan muy próximas al Gulag de Stalin.
En el caso de México, hacia adentro de las filas de izquierda hay dos figuras del enemigo que se han construido históricamente en los años recientes, las cuales ameritan ser analizadas a profundidad: el “macho progre” y los enemigos del lópezobradorismo en la misma izquierda. En este texto ambas figuras son analizadas someramente.
La primera de estas figuras ha sido conceptualizada con cierta claridad desde el feminismo. En las maneras de conceptualizar al “macho progre” resaltan los mecanismos discursivos de ironización, que se identifican en la página de Facebook de “Nacho Progre”.
En esta página, la figura del “macho progre”, enemigo del feminismo en las filas de la propia izquierda, se ha construido a través de narrativas e imágenes que ironizan. Aquí cabe hacer un análisis de la risa y la ironía como estrategia de lucha política. La creatividad del feminismo en las formas de luchar políticamente contra sus enemigos es sorprendente. Aunque en la figura del “macho progre” se identifican indicios de un posible fundamentalismo.
En el caso de los enemigos del lópezobradorismo en las filas de la propia izquierda, no existe todavía una denominación (un nombre, una palabra), ni una conceptualización (un significado) claros. Resulta extraño que en un tiempo histórico en el que hay una frondosa resignificación de la figura del enemigo ideológico y político, no exista todavía un nombre para referirse a los militantes de la izquierda que toman una distancia crítica del lópezobradorismo en México.
Actualmente, hay un campo semántico en movimiento para nombrar a los enemigos políticos con un lenguaje florido: “chairos”, “fifís”, “derechairos”, “feminazis”, “fecal”, etc. Pero, todavía no hay una denominación precisa para nombrar a quienes desde la misma izquierda difieren y critican al lópezobradorismo.
Lo que insistentemente se dice sobre los militantes de la izquierda que comienzan a ser pensados como “enemigos” del lópezobradorismo, es que son “conservadores”.
En esta referencia hay una vaguedad evidente que se relaciona con las maneras de nombrar lo alterno que causa ruido e incomodidad. En las maneras de nombrar a los enemigos ideológicos y políticos existen procedimientos discursivos que operan como juicios sumarios (descalificaciones y denostaciones generalizantes) y que traen consigo incluso cargas de religiosidad (profanación, herejía, apostasía).
Aún en el siglo XXI, es posible identificar la religiosidad de la política. Cuando la política transita por los senderos de la religiosidad hay que tener cuidado.