I
La pistola asoma la orilla de su cañón de manera amenazante, detrás, la sujeta una mano que se torna borrosa. La silueta de un hombre se alcanza a mirar apenas, con un traje verde que asemeja en su vida color la vestimenta de los militares. Más atrás, la imagen aloja una bomba de gasolina que se mira también borrosa. El disparo es una metáfora del “gasolinazo”.
Como varias veces ha sucedido, la portada de la revista Proceso del 1 de enero de 2017 atisbó el estallido social que sacude al país en los primeros días del año. Más allá de los bordes de la imagen, del sur al centro y al norte del país, las protestas sociales estremecen a las estructuras económicas y políticas. Carreteras tomadas, oficinas gubernamentales sitiadas, gasolineras clausuradas simbólicamente o de facto, calles abarrotadas por gente que de la noche a la mañana tomó un papel político que rebasa por mucho la emisión de un voto electoral, pintas en edificios públicos y automóviles, cláxones que se repitieron en forma de simpatías acumuladas, saqueos que abonaron a la criminalización de la protesta social y la invención de un lenguaje que resulta novedoso en sus palabras y consignas.
El “gasolinazo” es una palabra cuyo estruendo se extiende hacia futuro y trae consigo una serie de rastros para desmontar los engranajes de la maquinaria neoliberal.
II
En el posicionamiento del 4 de enero por la mañana, Enrique Peña Nieto da continuidad a un largo monólogo que pretende justificar el aumento a la gasolina. Mientras habla, la guillotina que se había alzado al tope con el reportaje de la Casa Blanca y los 43 desaparecidos de Ayotzinapa, desliza su caída y la cabeza del aún presidente de México rueda cuesta abajo en la coyuntura electoral que va del 2017 al 2018.
Allá va el priismo también, en su nuevo fracaso después de retornar a la presidencia de la república en el 2012. Mientras ruedan las cabezas de Javier Duarte, César Duarte y Roberto Borge, mientras la cabeza de Peña Nieto es colocada en la picota de la protesta social, el priismo se mira en un espejo lleno de fisuras y resquebrajamientos.
Es el horror del fracaso lo que se mira ahí, después de las llamadas reformas estructurales (la energética, educativa y laboral). Es una figura cuyos bordes trazan la forma de una monstruosidad que aún se expande de lo verdadero hacia lo falso, de lo prometido hacia lo fracasado, de lo legalmente aprobado a lo socialmente reclamado.
Es el neoliberalismo alojado lo mismo entre priistas que panistas, perredistas, verde ecologistas y panalistas. Es un país que se quiebra y asoma a un impreciso periodo de desestabilidad social, política y económica. Esas son las entrañas del neoliberalismo, al que hay que explicar a través de sus imágenes: en la pistola de una bomba de gasolina, en la clase política cuyas cabezas ruedan, en un espejo que dibuja el fracaso bajo la forma de un monstruo una y otra vez fallido, en el descontento y la protesta social que brotan más allá de lo decible.
Ese es el neoliberalismo, una y otra vez fabulado, una y otra vez convertido en tecnicismos y fórmulas económicas, una y otra vez tratando de convertir a la economía en política. Es un estallido, un estruendo acumulado a lo largo de los años que no puede contenerse, que no puede ser administrado porque lo político y lo social resultan advenedizos a los formulismos de la macroeconomía… “Y retiemble en su centro la tierra / al sonoro rugir del cañón…”
III
Los argumentos y las fórmulas que intentan justificar el aumento a la gasolina en la voz de José Antonio Meade, Peña Nieto y los columnistas que se deslizan por los laberintos neoliberales, no son de carne y hueso. Su frialdad se aproxima a la muerte de lo político que aún respira y grita desde los barrios y las avenidas de las grandes ciudades, desde las comunidades rurales donde habita la gente común.
En esos territorios físicos y humanos, hay una vida social y política que se agitó con fuerza en la movilización social. Hay un corazón de lo político que continúa latiendo desde esos lugares que resultan lejanos a la clase política que habita una burbuja, rodeados de escoltas y camionetas blindadas. Hay unos pulmones y una garganta de lo social que formaron un grito de repudio al gasolinazo y a las medidas neoliberales que van resultando asfixiantes.
Hay una vida de carne y hueso, social y política (sociopolítica), que se agitó mostrando su violencia. Frente a frente quedaron, por un lado, las formularias explicaciones del gasolinazo con sus números y sus tecnicismos, por otro lado, los cuerpos expuestos de los protestantes en forma de grito y de vida humana que se extiende a través de la resistencia.
IV
En Chihuahua, las movilizaciones se extendieron por todo el estado en la toma de carreteras, las instalaciones de PEMEX y oficinas de distintos niveles de gobierno. Poco menos de cinco días los manifestantes permanecieron en la resistencia. De forma repentina las protestas fueron retiradas, por la fuerza pública y por sí mismas.
Por un lado, fue racional terminar con la toma de carreteras y la planta de PEMEX en Chihuahua, se había llegado a un límite de afectación en el que los ciudadanos inconformes contra el gasolinazo, pudieron haber sido enfrentados por los ciudadanos que se vieron afectados por la falta de gasolina y las repercusiones negativas en la vida laboral y familiar.
Por otro lado, los líderes e integrantes de las organizaciones que encabezaron las protestas se hicieron señalamientos de ida y vuelta. Los del Barzón fueron acusados por su cercanía y alianza con el gobierno panista de Corral. Los de las organizaciones de transportistas vieron los dedos señalando en su contra por su pertenencia a las organizaciones gremiales del PRI, lo que pretendían, según se dijo, era desestabilizar al gobierno de Corral. Haciendo uso de una argumentación conspiracionista que no ofreció evidencias para ser comprobada, la columna GPS de El Diario de Chihuahua (6 de enero de 2017), afirmó que las movilizaciones fueron orquestadas por una extraña alianza entre Corral y las organizaciones sociales (a las que se les refiere en un tono de descalificación como “profesionales de la protesta”) con intenciones corporativistas o electorales.
Lo que se mira de fondo en estos acontecimientos es el encuentro de diversas formaciones de la verdad que se construyen desde adentro y desde afuera de la lucha social y de la izquierda. Son verdades que terminan convirtiéndose en arma contra los otros y contra uno mismo. Son mecanismos epistemológicos y políticos que lastiman los caminos de la lucha social y de la izquierda. Son las verdades que en un tiempo herido por la posmodernidad, lo mismo llevan al relativismo, que a la imposibilidad de alianzas sólidas, los juicios sumarios y la inacción.
Mientras tanto, las derechas y los partícipes del status quo siguen orando y operando para que el relativismo y el divisionismo de la izquierda y de la lucha social prosigan, ese es su credo postmoderno, que extrañamente se arraiga en creencias religiosas o posreligiosas.
Tal vez, el camino de la lucha social y de la izquierda sea una herida cuya forma no entendemos todavía, una herida en el cuerpo de lo ideológico, lo político y lo histórico. Es una herida que nunca puede ser cerrada por completo. Una herida que en determinadas coyunturas queda abierta, mostrando sus orillas separadas y sus adentros que no alcanzamos a mirar con precisión, hay alguna oscuridad y alguna luz que se entrecruzan ahí, hay formas que a pesar de ser siempre las mismas se invisten de otredad.
Es una herida que en otros momentos resulta suturada, pero que no logra cicatrizar de forma alguna. En esto hay un dolor que no ha sido dicho todavía, es un dolor hecho de discursos y de luchas, de algo genuino que no logra ser transparente por completo, pero que hierve, que continúa hirviendo cuando pasa de las palabras a los hechos…