Chihuahua, Chih.
“Hoy las familias de cuatro doctores y una catedrática de la UACJ deben llorar desconsolados por un infortunio que les cambió radicalmente la vida en una noche de alcohol”.
Mire usted, yo no voy a andar diciéndole a nadie como haga su trabajo y menos cuestionaría ninguna opinión, siempre y cuando ésta no exceda los límites de la libertad de expresión por ser éstos los que definen a través de este derecho inalienable y primordial para la paz social, la construcción de una sociedad democrática; los que excluyen los discursos de odio e incitación a la violencia, que se fomente algo tan brutal como lo es la CULTURA DE LA VIOLACIÓN ocurrido en la ciudad fronteriza de Juárez, emblemáticamente conocida por ser un paradigma en feminicidio.
Créame cuando le digo que no lo haría y menos quedarme callada cuando a través de las líneas editoriales se absuelve a agresores sexuales y más aún, se apela a la compasión para evadir el juicio social y penal que merecen con afirmaciones como que se afectará su trayectoria académica y la “pérdida” que le supone a la sociedad juarense el haber invertido en su formación, el dolor causado a sus familias e incluso habla del stress que en el ejercicio de su alta especialización padecen.
En una controversial columna solo faltó decir: “pobrecitos”.
A mí no me falta decir: ¿Y la víctima? ¿Qué?
Entre líneas casi se le señala a ella por denunciarlos y así, responsabilizarla de hacer perder a la sociedad lo que del erario se invirtió en su educación. Así de absurdo, así la abyecta moral que persiste en su insistencia de proteger agresores.
En un desmedido lujo de detalles revictimizantes, supimos las condiciones en las que se dio el agravio. Cuatro machos misóginos embrutecidos por el alcohol como vil jauría aprovecharon la inconsciencia de una mujer.
Puesto en estas palabras nadie imaginaría que los sujetos son doctores en aeronáutica, ¿verdad? Porque pareciera que se habla de otro tipo de hombres, de clase baja, con ocupaciones menos “dignas”, por eso este caso nos estrella en la cara varios puntos para el análisis.
Uno de ellas es la noción que las aspiraciones académicas satisfechas crean mejores personas. El pasado día 23, por todo el país, se realizaron acciones contra el acoso universitario, la finalidad es visibilizar la compleja situación que cursan las mujeres que adquieren educación superior al paso por cualquier universidad.
Múltiples docentes, directivos y administrativos de toda unidad académica en planteles públicos o privados tienen señalamientos sobre acoso, violación o agresiones de tipo sexual; sin embargo, hasta que estalló el #MeToo estas se hicieron masivas porque en otro tiempo denunciar siendo estudiante provocaba la pérdida de becas, semestres, no ser candidata a proyectos de investigación o tener que ser expulsada de la facultad.
Así, ¿cuántas mujeres conocemos que abandonaron sus estudios de educación superior por una razón así? No lo sabemos con exactitud.
Aún no se cierra la brecha de acceso a este nivel educativo, como para realizar estimaciones en este sentido, porque además sucede lo que nos ha puesto en esta polémica: las mujeres, en aras del bien de ellos y su desarrollo profesional, son perfectamente sacrificables.
Se ha normalizado tanto esta práctica, que cuando alguna acción se toma para su seguimiento a ellas se les tacha de exageradas y si tiene sustento su denuncia, como es el presente caso, entonces se apela a las excusas como las que hemos visto y escuchado tanto tiempo: “no sabían lo que hacían”, “fue el alcohol”.
Pero, ¿En serio? ¡Son doctores! ¿Tanta academia y estudio exhaustivo de alta especialización que les implicó desgaste económico, físico y moral no les enseñó que violar está mal?
El alcohol tampoco es excusa, la mayoría de los hombres, al menos socialmente beben y no todos violan y menos de modo tan artero como éste ¿por qué salen a relucir los recursos del erario a modo de dispensa al señalar lo que los violadores van a perder su futuro e inversión de tiempo?
En todo caso, ¿por qué no se habla del cargo al erario que le implica al Estado los procesos judiciales que la violencia sexual genera? Y no solo judicializando los casos.
Acá hay una docente que al igual que ellos cuenta con estudios de alta profesionalización que entrará en un proceso terapéutico para recuperar su vida como la conocía, ¿qué tanto se hará cargo la universidad de acompañar su proceso? ¿qué garantías le genera?
Sobre todo, siendo sus perpetradores sus compañeros de trabajo, ¿cuál es la política de la universidad en materia de acoso y con los agresores? ¿cuenta ya la UACJ con un protocolo para las denuncias?
Ninguna universidad puede considerar elevar su nivel académico sin tomar en cuenta esto, no se puede pretender que el mundo laboral ya considere que personas con antecedentes de violencia sexual o doméstica (sean denunciados formalmente o no) no sean aptos para ser contratados en ciertos empleos o empresas porque su bajo nivel de tolerancia a la frustración tarde o temprano va a provocar dinámicas tóxicas en el entorno laboral, como para que las universidades sigan fuera de esa lógica.
A 10 años de la sentencia del Campo Algodonero, a 20 de la lucha contra el feminicidio, una podría suponer que estas cosas ya no suceden, no aquí.
Pero suceden y hay medios que se atreven a señalar que las mujeres no podemos divertirnos y lo que suceda es responsabilidad nuestra, porque el sistema patriarcal que se apuntala a través de la cultura de la violación infantiliza a los hombres relevándolos de su responsabilidad cuando ya son adultos
¡Caray! Hasta doctores y aún con eso se pretende liberarlos ¿De verdad no se ve la gravedad de esto? Es la Universidad como la máxima representación de la universalidad de las ideas y creación de conocimiento quien castiga a las mujeres, alumnas y docentes por asistir, simbólicamente, no es un sitio seguro para estar porque las relaciones de poder siguen permeando para insistir en que seguimos como hace décadas, siendo las de pelos largos e ideas cortas.
¿Y si dimensionamos en toda su magnitud para que no sigan egresando personajes que se atreven a señalar que los violadores, siendo los criminales que son, no merecen el peso de la ley?
La violación no es un infortunio, es un delito.
Las agresiones sexuales no son deslices ni travesuras, son crímenes de odio por realizarse bajo ciertas condiciones muy específicas (la misoginia).
El ejercicio periodístico mueve conciencias o apuntala los peores vicios de la sociedad.
Como sociedad, ¿de verdad, como se le pretende instar, va a disculpar a violadores que impunemente agreden y consideran que por tener méritos académicos les es permitido hacerlo?
Yo no.
marielacastroflores.blogspot.com
@MarieLouSalomé