La Puerta de Chihuahua

La Puerta de Chihuahua 21 de noviembre de 2022

Alfredo Espinosa

Chihuahua, Chih.

Nadie puede decir que conoce la ciudad si no ha pasado a través de la Puerta de Chihuahua.

La Puerta de Chihuahua es una enorme escultura de formas geométricas que, como un desplegable, manifiesta su hechizo ante quien se detenga a mirarla. Es una realidad hecha de tiempos y espacios.

Entre cerros, puentes y redes carreteras, abierta a la ciudad, danza sobre el tapiz del desierto.

Conforme se le circunda, la escultura se abre y se cierra, cae y sube, se adelgaza, se desborda, se repliega y se despliega, se desmaterializa o afirma su presencia. La sensibilidad del acero, la calidez de sus formas, las emociones de los cuerpos seducen con el lenguaje de una portentosa imaginación que se revela en expresiones a la vez elocuentes y herméticas.

Sus módulos se desplazan, ora se hunden, ora sobresalen.

Despliegan la poética de la geometría. Aparecen de pronto nuevas puertas en La Puerta, y otras esculturas, monumentos de aire cuyos límites son las orillas de los cuerpos de la Puerta de Chihuahua: grescas prehispánicas que remiten a los penachos de reyes indígenas; inmensas tijeras que recortan según sus caprichos el extenso telar azul del cielo y abren ventanas para mirar a los cerros, para que por ellas se asomen a mirarla las constelaciones.

Siendo de acero, la Puerta obedece más que a la física, a un código misterioso y encantado.

Toda obra de arte verdaderamente poderosa es un compuesto singular de forma y caos, de razón y sueño. Pese a que la Puerta de Chihuahua es una pieza de gran volumen, de enorme peso y estática, posee elementos que le otorgan movimiento, levedad y escala humana sin perder sus proporciones matemáticas y su congruencia geométrica. Surge en el desierto como si una enorme planta florecida brotara milagrosamente.

De perfil, la Puerta de Chihuahua se convierte en un portentoso obelisco, en un dolmen de gran escala que modifica radicalmente las imágenes frontales que se han impuesto en la experiencia masiva e instantánea y a través del diseño y la publicidad.

La Puerta de Chihuahua es distinta desde las diversas perspectivas.

Los cubos de los módulos presentan sus diferentes caras, rombos, cuadrados, prismas rectangulares. 

Pero también, como si un dios niño jugara ejercitando su destreza en la papiroflexia y el origami, se descubren formas ocultas, flechas, palomas, peces. La luz y la sombra juegan también en esos volúmenes geométricos. Los brillos le nacen como si fuesen fuentes de una luz oculta. La luz participa iluminando y ocultando, otorgando movimiento, nuevas fases y faces, imponiendo la lógica azarosa de la descomposición de los sólidos.

¿Puede una escultura de miles de toneladas de acero poseer formas sensuales? 

Sí, siempre y cuando el acero se haya sometido a aventuras estructurales, rompimientos de la lógica, arriesgues de ingeniería, ritmos diversos, exploraciones espaciales, apuestas artísticas, proezas arquitectónicas, novedades científicas difíciles de aprehender. 

Y, además, que la escultura mantenga los juegos de la proporción y una actitud lírica a punto de cantar, danzar, volar.

Existe un momento en que los cuerpos mantienen un desorden caótico. 

Ahí empieza a escucharse la inquietante música de los cubos. La Puerta de Chihuahua es una sinfonía en el desierto. La columna sube en su allegro y desde las alturas parece lanzar cohetes festivos al cielo; luego, con un rápido movimiento en arco, los hace suspenderse en el aire súbitamente y estallar en fuegos de artificio para descender en un surtidor de hechizos coloridos que igual nos seducen y nos asombran con sus certezas y sus engaños.

Las luces y las sombras son por sí mismas esculturas que a cada instante se modifican. En su reino se encuentra la demostración tangible de lo oculto.

Acaso un duende se entretiene, un mago, un prestidigitador, un tahúr que frente a nosotros despliega un asombroso juego de manos, tira los dados desde la altura y éstos se petrifican en el momento de su caída. Suerte echada sobre un alto tapete de concreto.

Caprichos de la geometría, dados de acero cargados de luz y sombras, juegos empecinados a detener el río de la imaginación creativa. La infinita arte combinatoria se entretiene ordenando al caos. 

Sebastian afirma: «[…]donde el verdadero arte surge están la esencia, el orden, la regla, manifiestos en la forma».

¿Son de acero estos cubos o de sombra compacta?

El arco une al cielo con la tierra. Es música y poesía. 

En la Puerta de Chihuahua suceden las bodas del cielo y de la tierra, del acero y el arcángel. A veces, los pesados módulos de la Puerta de Chihuahua parecen flotar. 

¿Qué, quién, los sostiene? Al no poder explicarse, la escultura se goza. Y cuando la lógica se rinde, empieza el disfrute de una obra artística que se impone.

La Puerta de Chihuahua es un guiño a la aventura. Una invitación para atreverse a traspasarla y sentir el peso de su magnificencia, a extraviarse entre la multiplicidad de planos, a hacerse cómplice de la imaginación espacial del artista.

La Puerta convida los deseos. Las formas del acero se entretejen tan sutilmente que parecen un petate. En una posición se observan los volúmenes como si estuvieran en un plano superficial, pero basta con dar unos pasos y los planos se multiplican y aparecen con profundidades insospechadas.

La Puerta de Chihuahua invita a ser penetrada. Como todas las puertas posee una profunda reminiscencia erótica. Las puertas ofrecen conducirnos al paraíso; permiten la entrada a los goces supremos y la salida a los frutos de esas incursiones. Aunque las puertas se abren y nos permiten penetrarlas, también nos expulsan y nos despiden. 

Las puertas reciben y nos dicen adiós.

La Puerta de Chihuahua es una escultura tan hermosa como las mujeres norteñas. 

Tiene su alto porte, la gracia de sus movimientos, su coquetería. Y como ellas, trenza en la luz sus cabellos y por la noche los desteje y, ya sueltos, sin ceñidores, en la sombra se entrega a los juegos amorosos.