Chihuahua, Chih.
"Ojalá me toque ver el día en que la fuerza de una mujer no sea determinada por la cantidad de abuso que puede soportar sin romperse.”
Karen Dianne Padilla
A partir de que la ola de feminicidios no cesa y que estos cada vez como fenómeno político-social son más cuestionados negando su existencia porque “también se matan hombres”, ante los afanes sociales e institucionales, imposible no reflexionar sobre la necropolítica.
En términos teóricos, lo contrario sería la biopolítica como Michel Foucault definió: la relación entre la política y la vida. Lo adverso a este concepto es eso que se determina como una suerte de lógica perversa, negligente y criminal ubicada desde lo político como forma de exterminio para la dominación; desde ahí, las agresiones a la dignidad, el despojo, la tortura, etc, son herramientas para el control de minorías étnicas, sociales, colectivos y ciertas políticas públicas.
Las narrativas que se suscriben a las de un país insensible y bárbaro han normalizado la brutalidad y crueldad de la cual las personas que delinquen son capaces y en ello, hechos como los asesinatos de mujeres por razones de género han comenzado a pasarse por alto y se corre el riesgo de ser invisibles a pesar de la lucha de activistas y feministas de las últimas décadas que se han esforzado por visibilizar el fenómeno en su verdadera dimensión. En medio del caos, el principal precio lo pagan grupos indígenas, activistas, defensores de derechos humanos y minorías que a razón de esta política de exterminio son juzgados de modo sumario al dicho de: “fue el narco, no el Estado” como aquel infame twit emitido por Pablo Hiriart cuando supuestamente condenaba el asesinato del periodista Javier Valdez Cárdenas.
Pero no es una percepción particular, es una opinión que se ha tornado generalizada.
Como política de Estado para la dominación, la necropolítica ha conseguido lo que los gobiernos ineptos no han podido conseguir del todo y de forma abierta: convertir a las personas en mercancía de intercambio o desechable según las leyes del mercado; es una nueva gestión de poblaciones, que se hace más evidente en los Estados (en el caso de nuestro país) donde vivimos en guerra.
En relación de la violencia exacerbada y la de género, la antropóloga social feminista Itzel Hernández Avilez, afirma: “La violencia del narcotráfico sólo recrudeció la violencia ya existente contra las mujeres y dificulta el esclarecimiento de los feminicidios. Por eso urgen análisis críticos de la situación de narcoviolencia feminicida… porque nos están matando, nos siguen matando por ser mujeres y ahora además del escarnio usual nos culpabilizan por "andar con quien no debíamos, en lo que no debíamos". Como ejemplo podemos mencionar a Lizeth Portillo de 24 años enfermera y modelo que fue asesinada a tiros la semana anterior en la colonia Zootecnia, a la que comentarios en medios de comunicación condenan por su propia muerte y que por no haber muerto en medio de las condiciones infamantes que un feminicidio describe, su asesinato ha sido (sin que intermedie la acción de la justicia) relacionado al narco, exculpando con eso además a la autoridad de su responsabilidad de integrar una investigación eficiente que garantice a la víctima acceso a la justicia y a su familia, reparación del daño.
Otra de las estrategias que facultan a la necropolítica como sistema económico-político es la alienación de quienes trabajan temas que en su labor inclinan la balanza a favorecer (sin desearlo) a objetivos que no privilegian la vida, la integridad y la salud de las personas primordialmente, sino la muerte y el asesinato como objeto visible y no objetivo a desmontar.
En opinión de la filósofa y escritora feminista Dahlia de la Cerda: “es de notar (sic)… que la mayoría de estrategias que proponen algunos grupos feministas contra los feminicidios reproducen las necropolíticas del Estado. Piden tipificación del feminicidio, protocolos de investigación y capacitación sobre temas de criminalística y ciencia forense con perspectiva de género. Es decir, casi todo está enfocado al acceso a la justicia de una mujer muerta, pero casi nada para evitar que nos sigan matando."
Por desgracia, estamos muy lejos de ver la violencia de género, en especial la feminicida, con una perspectiva y método científico, mediable y cuantificable que permita la prevención estableciendo medidas contra ellos y no estudiándolas a ellas. Porque a pesar de que 2/3 partes de asesinatos de mujeres son perpetrados por exparejas o parejas, ellas no lo ven venir, no hay una escalada de violencia y es necesario establecer parámetros de riesgo una vez que un agresor cuenta con algún antecedente.
Es decir, es muy bueno entender los procesos de violencia, cómo es que se conceptúa y comprende la indefensión aprendida y reaprender formas diferentes de relacionarnos cuando decidimos compartir tiempo o vida en pareja; sin embargo, es momento de centrar la atención, esfuerzos y estudios a la forma en que se construye un agresor, solo así pudiéramos revertir la espiral de violencia que le roba la vida a las mujeres.
La clave sería esa, entender procesos como el despojo, la depredación del medio ambiente, la violencia de género, los asesinatos a periodistas, la criminalización de las y los jóvenes como parte de un complejo sistema político, económico y social que requiere una cuota de muerte para luego de establecerse, permanecer y perpetuarse.
Entenderlo así, nos permite ampliar la reflexión y motivarnos a la acción.
marielacastroflores.blogspot.mx
@MarieLouSalomé