La maestra de la estafa

La maestra de la estafa 16 de agosto de 2019

Epigmenio Ibarra

Chihuahua, Chih.

Todo comenzó con una traición

Todo comenzó en la casa de Carlos Salinas de Gortari cuando este, según cuenta Carlos Ahumada, otro impresentable, abrió una de las vitrinas de su biblioteca y sacó de ella una de las bandas presidenciales que había usado durante su mandato, se la dio a Rosario Robles y le pidió que se la probara.

Se consumaba así el primer acto de una tragicomedia que hoy continúa representándose en una celda de la penitenciaria de Santa Martha Acatitla. Sucumbía, ante el poder y la riqueza, al ceñirse esa banda, una de las más importantes dirigentes de la izquierda mexicana y se comprometía a trabajar contra la causa por la que había luchado, y a cerrarle el paso a su compañero de partido Andrés Manuel López Obrador.

“No hay héroes vivos”, decían en la guerra en El Salvador. Ante la amenaza de muerte, tortura o el ofrecimiento de recompensas, muchas y muchos se quiebran. Solo la muerte confiere la calidad definitiva de héroe a quien por sus actos lo merece.

La traición —hija natural de la miseria humana— siempre es posible mientras se vive y la de Rosario fue —si cabe— una traición aún más abyecta. No fue motivada por el miedo a morir o resultado del tormento; traicionó por pura vanidad, por infame codicia.

Fracasó Robles. Fracasaron quienes, en el PRI y en el PAN, con ella conspiraron. Hoy AMLO despacha en Palacio y ella enfrenta, en prisión preventiva, un proceso penal por el desvío de más de 5 mil millones de pesos del erario. Fracasó con ella el viejo régimen en su esfuerzo estratégico por perpetuarse en el poder.

Robarse la Presidencia en 2006, con la complicidad de Vicente Fox e instalar en ella a Felipe Calderón, comprarla con el apoyo de la televisión en 2012, para sentar en la silla a Enrique Peña Nieto, le dieron a ese régimen 12 años más de vida y una ineluctable condena de muerte que se cumplió en las urnas en julio de 2018.

Esos 12 años le costaron a México más de 250 mil muertos, 40 mil desaparecidos, más de un millón de víctimas, la demolición hasta sus cimientos de lo que quedaba en pie de las instituciones y el saqueo de las arcas y los recursos de la nación.

De todo esto fue cómplice (aunque no se le juzga por esto) Rosario Robles. A todo eso, a la masacre y al saqueo perpetrados impunemente, contribuyó desde el momento en que conspiró con priistas y panistas para impedir un cambio de régimen. Su traición fue el primer paso. Luego, a imagen y semejanza del régimen corrupto, terminó convertida en maestra de la estafa.

Peña la utilizó para diseñar estrategias que atrajeran a líderes cercanos a la izquierda a los que ella “movilizó” utilizando a su antojo -con la aprobación de Peña- los recursos del erario. Rosario era la pieza estratégica de la campaña, la poseedora de la fórmula secreta. Los estafó a todos y ya en la derrota quedó desprotegida; corrió la suerte de los traidores que son, en tanto advenedizos, desechables.

La ruta de Rosario no tiene retorno. Los viejos policías judiciales decían que había traidores a los que era preciso asestar solo dos golpes: uno para que comenzaran a hablar y otro para que se callaran.

A ella no la golpearon, solo hicieron trizas su vanidad al encarcelarla.

Comenzó de inmediato a hablar igual que Lozoya Austin.

Ya señaló a Peña y a Meade, sus patrones.

Ojalá y la justicia, para serlo realmente, también los alcance a ellos.