Chihuahua, Chih.
I.- Toda radicalidad ideológica y política es incómoda.
La mayor incomodidad de las posturas radicales son las rupturas del “status quo”. El feminismo es una sacudida de las formas de vida patriarcales y cristianas, que han sido hegemónicas en occidente. Sacudir las verdades patriarcales y cristianas que han predominado históricamente en occidente, no es poca cosa. El movimiento feminista de principios del siglo XXI resulta incómodo para muchos(as).
Uno de los objetivos, explícitos o no explícitos del feminismo, es generar incomodidad.
La radicalidad del feminismo ha mostrado que el piso histórico del patriarcado y del cristianismo está plagado de fisuras y de huecos. Cada acción de radicalidad del feminismo, cada sacudida provocada, hace que las fisuras y los huecos ideológicos del patriarcado y del cristianismo se muestren con mayor notoriedad.
La estrategia feminista consiste en mostrar de forma ostensiva esas fisuras y esos huecos. Una y otra vez, las injusticias del patriarcado y del cristianismo han sido mostradas por las radicales feministas. Las estrategias radicales del feminismo han generado numerosos debates e inconformidades en las redes sociales y en otros espacios. Estos debates e inconformidades, a favor o en contra de la radicalidad del feminismo, son una especie de termómetro para medir las incomodidades causadas por el feminismo al “status quo” del patriarcado y del cristianismo.
El feminismo seguirá causando incomodidades, de eso no cabe duda. La tarea más radical del feminismo en el siglo XXI es causar esas incomodidades de manera repetida, hasta el cansancio, hasta que las fisuras y los huecos ideológicos del patriarcado y del cristianismo en occidente derriben una historia en la que las mujeres han quedado al margen.
Los siglos XX y XXI serán reconocidos como un tiempo histórico de feminización de la política, de la sociedad y de la verdad misma.
II.- Desde hace tiempo, las feministas radicales han marcado una serie de distancias. Toda radicalidad ideológica y política marca una serie de distancias. Eso es muy notorio en las movilizaciones y las marchas feministas, donde los hombres que simpatizan con ese movimiento deben permanecer a la distancia.
Pero, ¿de qué están hechas las distancias que el feminismo radical ha construido desde su militancia?
Están hechas de una decisión que está tomada bajo la lógica del amigo-enemigo (aliado-enemigo). Las feministas radicales han construido discursivamente y en los hechos, a sus aliados(as) y a sus enemigos(as). En la política, la dialéctica aliado-enemigo resulta básica como forma de posicionamiento y de lucha.
Bajo la lógica aliado-enemigo dentro de las filas de la misma izquierda, la radicalidad feminista ha puesto en juego preguntas que resultan sumamente incómodas para muchos(as): ¿Pueden los hombres que militan en la izquierda ser aliados del feminismo? ¿Bajo qué premisas y de qué formas, pueden los hombres de izquierda ser aliados del feminismo?
De forma paradójica e irónica, esta pregunta ha sido respondida mediante la invención ideológica y política de la figura del “Macho progre”.
A través de la figura del “Macho progre”, las feministas radicales han construido a uno de sus enemigos dentro de las mismas filas de la izquierda. Es obvio, que las feministas radicales han optado por una política anti-aliancista, en un momento histórico en el que la política de alianzas resulta clave para esta fuerza política.
Hacia finales del siglo XX, persiste una inercia aliancista que ha permitido a las izquierdas arribar al poder, como es el caso del triunfo de López Obrador en México. En términos pragmáticos, las alianzas son una fortaleza para la izquierda que busca acceder a espacios de poder político. La tendencia aliancista de las izquierdas en América Latina y en el mundo, está influenciada por la teoría política de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe (“Hegemonía y estrategia socialista”, originalmente publicado en 1985).
Las radicales feministas han construido una especie de fortaleza ideológica y política, cuyos muros han marcado una distancia con la militancia masculina en la izquierda, de esta forma han tomado una decisión que resulta debatible.
Pero, ¿desde la lógica estricta del movimiento feminista radical, a quién le pertenece esta decisión? Es obvio que esta decisión les pertenece a las mujeres feministas en su radicalidad.
La distancia que las feministas han marcado ante los hombres que militamos en la izquierda, es parte de una radicalidad que rompe con el “status quo” de esta fuerza política. Estamos hablando de una radicalidad inaudita, que no se había hecho presente en la historia de la izquierda.
III.- Los hombres que militamos en la izquierda tenemos la decisión de entender, o no entender, la radicalidad que las feministas han ido construyendo en lo ideológico y lo político. En este sentido, lo más difícil es entender esta radicalidad desde una exterioridad, desde un afuera. La radicalidad feminista no nos pertenece a los hombres que militamos en la izquierda. Desde luego que la construcción de este afuera resulta ideológica y políticamente desconcertante e incómodo.
Una cosa queda clara, los hombres que militamos en la izquierda tenemos la capacidad de decidir, si entendemos (o no entendemos), el afuera que la radicalidad feminista nos ha dado.
Y tendremos que hacer el esfuerzo (o no hacerlo), para llegar a este entendimiento. Sobre lo que no tenemos capacidad, es sobre la decisión de convivir o no convivir con las maneras de hacer política que han construido las feministas radicales.
En los hechos, el feminismo radical ha marcado una distancia con los hombres de izquierda, ha trazado sus propias decisiones y sus propias rutas, y va avanzando sobre ello.
De cualquier forma, en los años que siguen el feminismo radical estará ante nosotros, construyendo una de las luchas más fructíferas para la izquierda en el siglo XXI.