Chihuahua, Chih.
David Owen nos dio con su obra En el poder y en la enfermedad, un importante texto para la comprensión de nuestro tiempo. Su lectura profunda requiere de conocimientos políticos, siempre más asequibles, y médicos, que resultan más especializados, cuando no francamente propios de conocimientos científicos, técnicos y complejos.
Es el libro perfecto para que lo lea un buen político que, a la vez, sea médico, y si experto en psiquiatría y psicología, mucho mejor. Me curo en salud: puedo tener conocimientos de lo primero y me confieso ignorante, salvo en lo elemental, del resto que es, a final de cuentas, la aportación de Owen con este texto.
El libro es interesante porque nos da noticia de las enfermedades que padecieron a lo largo de cien años jefes de Estado y de gobierno que afectaron sus decisiones y, desde luego, también produjeron efectos sobre la historia de un siglo.
Por sus páginas desfilan figuras como el primer ministro inglés Eden, el presidente Kennedy, el Sha de Irán, el presidente socialista Mitterrand, y son de especial atención las dos ultimas partes del libro que nos hablan de la embriaguez del poder en medio de la guerra de Irak en dos personajes sobresalientes: George Bush hijo y Tony Blair, supuesto exponente de una “tercera vía” que no fue.
Pasa de ahí a las lecciones que el autor nos presenta para aquilatar en el futuro, donde advierte: “Lo que el mundo necesita son líderes más prudentes y más sanos”. Es mucho pedir, pero el autor mejor se decanta por el establecimiento de democracias avanzadas con todos los controles y contrapesos que limiten, precisamente, el lado oscuro o de la enfermedad de los jefes de Estado y de gobierno.
El elenco de personajes no se agota en los políticos mencionados. Hay muchos otros de los que se vale para hacer matices en cuanto a las severas críticas que luego se formulan contra ídolos queridos en sus sociedades y comunidades que han alcanzado un alto nivel de reconocimiento y que al trastocarse pueden inconformar la visión de los seguidores.
Así, resulta difícil hablar de Lincoln, Churchill o Mao Tse Tung, entre otros que han alcanzado la reputación de héroes.
Es subrayable que los comportamientos maniáticos en el liderazgo sirvan para lograr apoyo popular; incluso el pueblo puede llegar a reclamarlos
Si bien el esfuerzo de leer un poco más de quinientas páginas vale el tiempo invertido, es en la Introducción y en las Conclusiones del libro donde más nos podemos acercar a esa conjunción que el inglés hace de medicina y política, que reúne temas de las ciencias médicas y que concreta precisando lo que significa la Hybris, que nos viene heredada desde la Grecia antigua, donde la moral de la mesura se desarrolló por los grandes filósofos de aquella época.
En griego Hybris significa “desmesura», y alcanzó significación porque, a través del concepto, se explicaban las transgresiones por parte de los hombres a los límites impuestos por los dioses, que se visualizaban en seres humanos mortales, terrenales.
Probablemente es en el teatro donde más se examinó esto y se le veía como el desprecio temerario del espacio personal ajeno, atado a la carencia de controles a los impulsos propios, lo que hacía de la Hybris la expresión de un sentimiento violento, de personas exageradas, con alta carga hacia lo irracional y desequilibrado.
La Hybris siempre encontró el castigo de su Némesis, que impone al descarriado volver al redil de la mesura. “Todo con mesura”, pronunció un sabio legendario.
Como en tantos otros aspectos de nuestra cultura, el origen griego del concepto y su precisión ayuda bastante para entender ahora lo que es esta enfermedad del liderazgo y de los políticos conocido con ese término. Como una especie de premisa mayor, el autor refiere los más básicos conceptos de lo maníaco y apunta lo que serían los signos y síntomas que auxilian a la hora de hacer un diagnóstico de esto. En esa fase maniaca enumera:
Aumento de la energía, la actividad y la inquietud
Estado de ánimo eufórico, excesivamente “alto”
Irritabilidad extrema
Pensamientos que se agolpan, hablar muy de prisa, saltando de una idea a otra
Distracción, incapacidad para concentrarse bien
Necesidad de pocas horas de sueño
Creencia poco realista en las capacidades y poderes de uno
Juicio deficiente
Un duradero período de conducta diferente de la habitual
Aumento del impulso sexual
Abuso de drogas, en especial cocaína, alcohol y fármacos para dormir
Conducta provocativa, impertinente o agresiva
Negar que pasa algo
Despilfarro de dinero
Para Owen bastaría que un líder político reportara al menos tres de estos síntomas para considerarlo afectado de Hybris
El autor se detiene en el concepto de “narcisismo”, empero en esta reseña lo que me interesa es brindar una exposición, basada en el autor, de lo que es Hybris.
En principio, para él es incorrecto, en el lenguaje político, tildar de “locos” o “megalómanos” a los líderes porque todavía no hay un respaldo científico, aunque al final parece que se decanta por el reconocimiento tendencial de esta conducta como enfermedad.
Es subrayable que los comportamientos maniáticos en el liderazgo sirvan para lograr apoyo popular; incluso el pueblo puede llegar a reclamarlos, para después someterlos a crítica cuando se cae en desgracia.
Pero al final se sustenta que la profesión médica ha desechado esos adjetivos por su contenido inapropiado para la ciencia médica.
“Hybris no es todavía un término médico” (p. 26). Para Platón fue intemperancia y de ahí pasó al drama. El autor recurre al filósofo David E. Cooper para definir Hybris: “…exceso de confianza en uno mismo, una actitud de mandar a freír espárragos a la autoridad y rechazar de entrada advertencias y consejos, tomándose a uno mismo como modelo”.
Sin embargo, a mi juicio, es mejor punto de partida la opinión que Owen reseña de Bertrand Russell cuando sustenta que algo ocurre en los líderes por su “embriaguez de poder” (pp. 20, 481). Es decir, se trastorna la estabilidad mental en proporción al poder que se adquiere.
Subyacen unas preguntas: ¿La Hybris la predispone un género de conducta ligado a la política? Y lo más delicado, ¿aumenta en intensidad conforme aumenta en la jefatura? (p. 28) Con ese propósito propone partir de los síntomas conductuales que podrían dar lugar a un diagnóstico de síndrome de Hybris, cito:
- Una inclinación narcisista a ver el mundo, primordialmente, como un escenario en el que pueden ejercer su poder y buscar la gloria, en vez de como un lugar con problemas que requieren un planteamiento pragmático y no autorreferencial
- Una predisposición a realizar acciones que tengan probabilidades de situarlos a una luz favorable, es decir, de dar una imagen buena de ellos
- Una preocupación desproporcionada por la imagen y la presentación;
- Una forma mesiánica de hablar de lo que están haciendo y una tendencia a la exaltación
- Una identificación de sí mismos con el Estado hasta el punto de considerar idénticos los intereses y perspectivas de ambos
- Una tendencia a hablar de sí mismos en tercera persona o utilizando el mayestático “nosotros”
- Excesiva confianza en su propio juicio y desprecio del consejo y la crítica ajenos
- Exagerada creencia –rayando en un sentimiento de omnipotencia– en lo que pueden conseguir personalmente
- La creencia de ser responsables no ante el tribunal terrenal de sus colegas o de la opinión pública, sino ante un tribunal mucho más alto: la Historia o Dios
- La creencia inamovible de que en ese tribunal serán justificados;
- Inquietud, irreflexión e impulsividad
- Pérdida de contacto con la realidad, a menudo unida a un progresivo aislamiento
Tendencia a permitir que su “visión amplia”, en especial a su convicción de la rectitud moral de una línea de actuación, haga innecesario considerar otros aspectos de ésta, tales como su viabilidad, su coste y la posibilidad de obtener resultados no deseados: una obstinada negativa a cambiar de rumbo
Un consiguiente tipo de incompetencia para ejecutar una política que podría denominarse incompetencia propia de la Hybris. Es aquí donde se tuercen las cosas, precisamente porque el exceso de confianza ha llevado al líder a no tomarse la molestia de preocuparse por los aspectos prácticos de una directriz política. Puede haber una falta de atención al detalle, aliada quizá a una naturaleza negligente. Hay que distinguirla de la incompetencia corriente, que se da cuando se aborda el trabajo, necesariamente detallado, que implican las cuestiones complejas, pero a pesar de ello se cometen errores en la toma de decisiones
Para Owen bastaría que un líder político reportara al menos tres de estos síntomas para considerarlo afectado de Hybris. De ahí que concluya con una caracterización de este mal de la siguiente manera:
“El Síndrome de Hybris tiene la singularidad de que no debe ser considerado como un síndrome de personalidad, sino como algo que se manifiesta en cualquier líder pero solamente cuando está en el poder –por lo general sólo después de haberlo ejercido durante algún tiempo– y que después es muy posible que se debilite una vez ha perdido el poder”.
Y continúa la cita con una especie de advertencia: “Los factores exteriores clave son, según parece, estos: un éxito aplastante en la consecución y conservación del poder; un contexto político en el que hay unas limitaciones mínimas al ejercicio de la autoridad personal por parte del líder, y el tiempo que éste permanece en el poder”.
Tiene importancia para mí, que he insistido mucho en mi trabajo periodístico, que Owen se apoye en las siempre valiosas opiniones de Bárbara Tuchman, autora de La marcha de la locura, porque para la escritora norteamericana el poder genera locura y lo demuestra a través de la historia.
La cito: “…impide a menudo pensar, de que la responsabilidad del poder muchas veces se desvanece conforme aumenta su ejercicio. La general responsabilidad del poder es gobernar de la manera más razonable posible en interés del Estado y de los ciudadanos.
En ese proceso es una obligación mantenerse bien informado, prestar atención a la información, mantener la mente y el juicio abiertos y resistirse al insidioso encanto de la estupidez. Si la mente está lo bastante abierta como para percibir que una determinada política está perjudicando en vez de servir al propio interés, lo bastante segura de sí misma como para reconocerlo, y lo bastante sabia como para cambiarla, ese es el súmmum del arte de gobernar”.
Concluyo con dos o tres comentarios.
Muchos líderes mexicanos de hoy padecen Hybris. Basta ver los indicadores e irlos incluyendo o descartando para hacer el propio catálogo de los personajes que encontramos en todas las membresías partidarias.
Siempre se piensa en los que mayor poder tienen, pero habría que reconocer que en realidad la talla no importa y que aquí desde un alcalde hasta el presidente de la república, pasando por los legisladores y gobernadores, se pueden infectar de Hybris.
Es un fenómeno llamado a tener siempre presente y que prohíja la veneración de los líderes, la intolerancia, el fanatismo, la polarización y la pugnacidad y que resulta altamente costoso para las sociedades en las que estos dirigentes políticos no tienen contrapesos y que además hacen hasta lo imposible para no tenerlos.
Impide, además, el diálogo y el encuentro humano, lastrando la posibilidad de la política en sus mejores notas para tejer soluciones a las contradicciones y conflictos.
Hybris, a la hora de publicarse el libro de Owen, no alcanzaba el rango de enfermedad, pero el autor hace una doble observación: en primer lugar, que eso no es obstáculo para que en el argot cotidiano se tilden de “enfermos” a estos líderes, por una parte; por otra, el señalamiento de una tendencia en las ciencias médicas a catalogarlo ya como una patología.
Es probable que por esto Owen abogue por políticos sanos en el liderazgo, o las buenas instituciones del poder que se controla y contrapesa con otro poder, como lo ha postulado el pensamiento ilustrado más influyente en la consolidación del Estado moderno.
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David Owen es un médico y político inglés, nacido en Plymouth, en 1938. Cuenta con una vasta obra escrita en la que combina sus conocimientos médicos y de neurología aplicados a la política, particularmente a líderes con poder gubernamental y de Estado. Ha sido rector de la Universidad de Liverpool, representante ante la Cámara de los Comunes y miembro independiente de la Cámara de los Lores. Fue ministro de Sanidad y de Asuntos Exteriores del gobierno laborista de James Callahan, cofundador y dirigente del Partido Social Demócrata. El ejercicio de la medicina ha sido una constante, no obstante sus cargos públicos. Es de lo médicos que se ha especializado en el Síndrome de Hybris.
–Owen, David. En el poder y en la enfermedad. Enfermedades de jefes de Estado y de Gobierno en los últimos cien años. Ediciones Siruela. Madrid, 2011.