La violencia actual lo mismo es económica, que política, social o histórica. Un primer síntoma de la violencia se aloja en los rastros del lenguaje que ha comenzado a ser transformado. Hacia el año 2006 comenzaron a aparecer en México algunas palabras que surgieron a raíz de la violencia: “cocinar”, “levantar”, “sicarear”, etc. Cada una de estas palabras aloja una serie de significados de la “violencia” que desconocíamos hasta hace poco tiempo.
El acto de “cocinar” o “hacer pozole” es un procedimiento mediante el cual los cuerpos de los ejecutados por el narco son introducidos en tambos con sustancias químicas para disolverlos y desaparecerlos. Santiago Meza López, El Pozolero, narra la manera en que se deshacía de los cuerpos de los ejecutados por el Cártel de Tijuana:
“Aprendí a hacer pozole con una pierna de res, la puse en una cubeta, le eché un líquido y se deshizo. Comencé a hacer experimentos y me convertí en pozolero…
- ¿A quiénes deshacías aquí?
- No sé quiénes eran. A mí solo me los daban.
- ¿Los despedazabas?
- No, los echaba enteros en los tambos.
- ¿Cuánto tardaban en deshacerse?
- Catorce o quince horas.
- ¿Qué hacías con lo que quedaba?
- Lo enterraba.
- ¿En dónde?
- Aquí – dijo El Pozolero, mientras apuntaba con los ojos al suelo”. (Héctor de Mauleón, “Marca de sangre”, 2010).
“Levantar” a una persona es mucho más que un secuestro, el significado de esta palabra tiene que ver con los actos de desaparición de personas en el contexto del crimen organizado y la impunidad de los años recientes. Los “levantados” son sometidos a un cobro de facturas o de venganza que caminan al margen de la legalidad y la justicia. Los “levantados” son miles de desaparecidos que continúan siendo buscados sin descanso.
El sustantivo de “sicario” que se refiere al papel que desempeña un asesino a sueldo, se convirtió en verbo y es utilizado para nombrar a los asesinatos cometidos por las células del crimen organizado.
La violencia se aloja en el lenguaje y en las formas de vida de la sociedad actual. Los videos e imágenes de la violencia cometida en espacios escolares, calles, carreteras, comercios, oficinas, etc., son el reflejo de una manifestación sistemática de lo peor de lo humano que se registra sin palabras de por medio. Los primeros años del siglo XXI en México son miles de historias que narran a la violencia y a la muerte.
Hay dos espacios que resultan significativos en la generación de la violencia, uno es el económico, el otro es sociopolítico. Las recientes acciones de las compañías mineras en Chihuahua para reducir drásticamente las utilidades de sus trabajadores son una forma de violencia económica que lentamente ha ido adelgazando al derecho laboral y a los salarios de los trabajadores. Los sueldos que se pagan a los trabajadores de la industria maquiladora son un ejercicio de la violencia económica que constriñe las vidas de las personas y las familias a lo mínimo posible en el sustento socioeconómico.
¿Quiénes están dispuestos a empeñar sus vidas por un salario de mil pesos a la semana, sin mayores prerrogativas que un bono de productividad, unas vacaciones disminuidas a dos semanas por año, un servicio médico que resulta cada vez más precario y una pensión que lo único que garantiza es una vejez sumida en la miseria?
En las últimas tres décadas los derechos laborales y salariales de los trabajadores han ido siendo desmantelados hasta convertirse en una entelequia. La violencia económica también se explica en las jugosas ganancias de las compañías administradoras de las Afores que resultan estratosféricas.
Debido a manejos monopólicos, a principios de mayo de 2017 la Comisión Federal de Competencia Económica (COFECE) impuso una multa de mil 100 millones de pesos a cuatro Afores: Profuturo GNP, Sura, XXI Banorte y Principal Afore. Mientras las compañías de las Afores hacen jugosos negocios y enriquecen a unos cuantos, millones de trabajadores aspiran a un ahorro pensionario que a todas luces resultará insuficiente para una sobrevivencia digna en la vejez.
La violencia también es sociopolítica. Vivir en un espacio de 120 metros cuadrados, en tres o cuatro habitaciones, sumidos en las limitaciones del espacio y el hacinamiento es también una forma de violencia, un encierro que al paso de los años causará estragos de una u otra forma.
Habitar un espacio urbano sitiado por los actos del crimen organizado es una forma de violencia que resulta monstruosa. La impunidad es otra forma de la violencia que tiene lugar a partir de la negación de la justicia. Violencia contra las mujeres (feminicidio), contra los hombres (homicidio), contra los jóvenes (juvenicidio), contra la naturaleza (ecocidio), contra los indígenas, contra los periodistas y defensores de los derechos humanos, etc., etc.
En el caso de México tendríamos que hablar de una violencia exacerbada. Una violencia que por momentos se aproxima al desasosiego. Una violencia cuyos nombres más precisos son: corrupción, impunidad, injusticia, colusión, inacción y cinismo. Una violencia que no deja de crecer y que nos muestra cada vez más nuestro fracaso como sociedad y como país.