Juárez tirasup
Justicia, aunque caigan los cielos y suban los infiernos

Justicia, aunque caigan los cielos y suban los infiernos 25 de noviembre de 2017

Mariela Castro Flores

Chihuahua, Chih.

Hoy, Día Internacional de la Eliminación de todas las formas de violencia contra las Mujeres y las Niñas, la conmemoración se cubre de duelo por el feminicidio de Nahomí, hermana de otras dos menores que fueron violadas -todas- al interior de su domicilio. “No tengo palabras para describir esta tragedia. La colonia Ampliación Felipe Ángeles se encuentra de luto, apoyamos a la familia afectada que está pasando por esto. Ellas son niñas estudiosas, de papás trabajadores y todo es por la falta de seguridad” dijo una de las vecinas lamentando el hecho (Lucio Soria/El Diario de Juárez-24/XI/2017). En aquella ciudad 10 mujeres menores de 17 años han sido privadas de la vida en lo que va del año, según las estadísticas de la FEM.



El crimen se incorporará a la sumatoria que ONUMujeres nos entrega: según datos recolectados entre 2005 y 2016, el 19% de las mujeres de entre 15 y 49 años de edad dijeron que habían experimentado violencia física o sexual, o ambas, a manos de su pareja en los 12 meses anteriores a ser entrevistadas. En 2012, casi la mitad de las mujeres víctimas de feminicidio en todo el mundo fueron asesinadas por su pareja o un familiar, en comparación con el 6% de los varones. La violencia contra la mujer se exacerba en los conflictos armados, ¿por qué mencionarlo? Porque no se puede negar lo evidente: esto es una guerra, una que se libra contra las mujeres.



Los datos lo confirman, de los 12 feminicidios que se cometen diariamente en América Latina, 7 suceden en México a pesar de como dice Rita Segato: “Nunca hubo más leyes, nunca hubo más clases de derechos humanos para los cuerpos de seguridad, nunca hubo más literatura circulando sobre derechos de la mujer, nunca hubo más premios y reconocimientos por acciones en este campo, y sin embargo las mujeres continuamos muriendo, nuestra vulnerabilidad a la agresión letal y a la tortura hasta la muerte nunca existió de tal forma como hoy en las guerras informales contemporáneas; nuestro cuerpo nunca fue antes tan controlado o médicamente intervenido buscando una alegría obligatoria o la adaptación a un modelo coercitivo de belleza…”. Como nunca y de la nada, a pesar de llevar al extremo cada una de las indicaciones patriarcales para no ser violadas y asesinadas lo seguimos siendo, cada vez más jóvenes, en el último espacio que debería ser infranqueable: el hogar mismo.



Así como desapareció Alondra del interior de su casa cuando dormía. Así cómo fueron atacadas Nahomi y sus hermanas mientras sus hermanos dormían y sus madres trabajaban en la maquila. Dos crímenes brutales que ya deberían estar sacudiendo al modelo de producción que impera en la frontera y esta ciudad, cuestionándole sobre su relación en el cuidado de hijos e hijas de sus trabajadoras y el derecho que tienen estás al cuidado de los infantes como parte de su seguridad social. Ya deberían las cámaras empresariales e industriales estarse pronunciando por los lamentables hechos derivados de sus omisiones.



Pero, ¿socialmente que es lo qué opera para que ante el avance de los derechos de las mujeres y su protección haya una respuesta tan furiosa de parte del patriarcado que se niega a perder terreno en el poderío que ejerce?



El cuestionamiento, las voces disruptivas que señalan abiertamente las agresiones padecidas. En España el juicio que esta siendo realizado contra #LaManada por la violación de una joven en los Sanfermines en el que un juez aceptó informes de detectives privados posteriores al delito con el que se esperaba comprobar que “ella siguió con su vida”, en Argentina recién un juez aceptó un dictamen emitido por una junta médica que determinó que Lucía Pérez no fue torturada ni muerta a consecuencia de ello a pesar de haber sido empalada tras ser violada (hecho que desató manifestaciones en aquella nación y otros países incluido, México), en Hollywood el caso Weinstein desencadenó decenas de acusaciones no solo a él, también a una serie de actores y productores que tenían en su actuar la violencia sexual como práctica común en el ejercicio de poder. Acá, la UNAM ha sido resguardo y cómplice de violadores confesos y el escándalo se ha puesto al descubierto en el Congreso #Mexilazos.



Todos los casos tienen un hilo conductor: la construcción hegemónica de la masculinidad. Esta se constituye por el sujeto-hombre con poder sobre mujeres e hijos afirmando así, el dominio masculino en el mundo; ese sujeto autosuficiente, capaz, racional y cultivador de conocimiento que puede hacer lo que le de la gana e imponer su voluntad y utilizar su poder para conservar sus derechos (que en realidad son privilegios basados en la comodidad de tener a su servicio material y emocional a mujeres que lo sirvan y conforten). Este constructo se sustenta y perpetua a través de un firme pacto (el patriarcal) que se respeta y se hace valer entre ellos, aunque no se conozcan o sean abominables los hechos que otro más haya realizado; por eso existen jueces que absuelven violadores, que otorgan penas mínimas y todas las atenuantes a asesinos en caso de feminicidio, que son en extremo severos en las penas que se les dictan a las mujeres que delinquen, una sociedad en voz de sus comunicadores y a título propio, que culpan a las mujeres por su muerte o agresión.



Hace falta que se deje de mirar a las mujeres como receptoras pasivas de la agresividad de los hombres, que se deje de pensar en políticas de muerte que solo buscan garantizar el acceso a la justicia de mujeres muertas, hace falta que los hombres se miren a si mismos como generadores de violencia, que se comiencen a cuestionar qué tanto duelen sus palabras, sus actitudes, qué tanto limitan el desarrollo de las mujeres que les rodean.



Porque de bien a bien, los hombres no están haciendo nada para que nos dejen de violar y matar. Comprometerse con las causas de las mujeres implica callar a sus amigos cuando hagan chistes de violaciones, entender que también es un problema suyo, que esos hombres que violentan no son “viciosos” o “enfermos” sino sus amigos, familiares, compañeros de escuela o de lucha. Solidarizarse para combatir el feminicidio, acoso y las violaciones también implica creerles a las víctimas, no dudar de su palabra y desde el sitio que se ocupa, utilizar la influencia propia para no encubrir agresiones, generar o respetar los espacios que las mujeres consideren seguros y no entorpecer los procesos de reparación que ellas articulan cuando se sienten vulneradas.



Hace falta que los hombres se reconozcan agresores y se hagan responsables de sus violencias.





marielacastroflores.blogspot.mx

@MarieLouSalomé

Mariela Castro Flores

Politóloga y analista política especialistas en género y derechos humanos.