Chihuahua, Chih.
Alguna vez, el finado pintor español, Salvador Dalí, conocido por ser un emblema de la pintura surrealista, dejó ver que no habitaría en nuestro país, pues lo consideraba ¡más surrealista que sus pinturas!
De manera semejante, el poeta Javier Sicilia, comentó en cierta ocasión -en una de sus célebres colaboraciones de la revista Proceso- que, habiendo charlado con el escritor Gonzalo Celorio, aquél le dijo que “si Kafka hubiera vivido en México, no hubiera sido surrealista, sino costumbrista”.
Las palabras de Sicilia y Dalí cobran sentido por lo acontecido la víspera de ayer.
Mientras el quehacer cotidiano de nuestra comarca y de nuestra nación es lamentable, y se esperaría un acuerdo nacional que atajara la violencia ¡los políticos se siguen peleando por la candidatura de 2024!
Tanto los morenistas como los opositores, contienden –de manera subrepticia o abierta- por ver, de manera un tanto adelantada, quien será el sucesor de Andrés Manuel López Obrador al cabo de un par de años.
Empero, hay dos escenarios distintos, pues, mientras el oficialismo cuenta con cuadros destacados quienes sin duda están dando una batalla tempranera; la oposición parece tener, lo que el guerrerense Rubén Figueroa denominó, al calor del siglo pasado, como la “caballada flaca”.
Esto porque, en el seno de la oposición, los buenos perfiles no abundan, sino que se cuentan con los dedos de la mano.
Quien más destaca es el ex líder del PAN, ex diputado federal y ex candidato presidencial, Ricardo Anaya; pero, según las encuestas, no sería un adversario de cuidado para el eventual ungido del morenismo. Y si Anaya se encuentra en esas duras circunstancias, ni qué decir del puñado de “precandidatos” que han surgido de las filas opositoras, tales como Lilly Téllez (quien saltó del oficialismo a una oposición denodada); el ex Secretario de Turismo, Enrique de la Madrid; así como el actual líder del PRI, el decadentista Alejandro Moreno; a quienes se unió, en últimas fechas, el diputado y ex Secretario de Gobernación en tiempos del foxismo, Santiago Creel; así como el vociferante diputado federal panista (y ex abanderado del extinto Nueva Alianza en 2012), Gabriel Quadri.
De este puñado de “presidenciables”, considero que los menos malos serían De la Madrid y Creel. Ambos dieron resultados en sus respectivas áreas, tienen una idea clara de nación y han intentado practicar algo difícil en estos tiempos de polarización inmisericorde: el diálogo respetuoso con el adversario, aunque en diferentes tesituras.
El caso de Creel es palpable: mientras Marko Cortés vociferaba alarmismos contra el gobierno federal; Creel intentó establecer un cauce de diálogo y una zona de distensión con el oficialismo, vía la SEGOB. No lo logró, pero no ha cejado de insistir en ello (fue, junto a Ildefonso Guajardo, de los pocos diputados en exponer, con razones, los motivos por los cuales se oponía a la reforma eléctrica de la 4T).
De la Madrid, en tanto, no ha sido un practicante asiduo del diálogo, pero ha sido, al igual que Creel, un polemista a la altura de las circunstancias. Desde su lugar de enunciación como adversario, De la Madrid ha resaltado lo que él observa como los “yerros de la 4T” y no sólo eso, sino que ofrece algo que pocos presidenciables (incluidos los de la coalición gobernante) toman en cuenta, no obstante su cabal importancia: su proyecto de país a futuro.
Cuando la mayoría de los “apuntados” buscan llegar a Palacio Nacional sin blandir un proyecto en mano; De la Madrid busca retomar el abortado rumbo neoliberal, haciendo ajustes quirúrgicos.
Podrá ser polémico y hasta podremos discrepar con él en cuestiones de agenda o ideología: pero es de los pocos que realizan ese ejercicio. Su bemol, a contrapelo de otros suspirantes, es que no es popular, como tampoco lo fue su señor padre, el finado ex Presidente Miguel de la Madrid (1982-1988); son sujetos versados en el alto mundo de la política y la academia, pero se encuentran lejos del México de a pie; hecho que lo hace ver como distante ante los adversarios de MORENA y aliados, pues AMLO dio un giro de 180 grados a la narrativa precedente.
En este mismo tenor, si la víspera de las elecciones presidenciales ya se habían tornado en una comedia, podemos decir que, en lugar de ataviarse con las vestiduras de la seriedad, podemos decir que el derrotero cómico se ha acrecentado.
Esto porque, el día de ayer, el efímero delegado de Iztapalapa por el Partido del Trabajo, Rafael Acosta Ángeles “Juanito”, anunció que buscaría ser candidato presidencial pues, adujo, “era el único que podía derrotar a AMLO (porque lo conocía)”(sic).
Si estuviésemos en una nación donde el quehacer democrático estuviese más arraigado; o en otras épocas donde la cicuta del populismo (Pablo Hiriart, dixit) no hubiese hecho estragos en el devenir de la humanidad, los dichos de “Juanito” solamente serían tomados como una vacilada o una declaración de mal gusto.
Y es que, cual Pedro Láscurain o Pedro Carmona, “Juanito” destacó por su brevedad. No duró ni un par de meses en la delegación que dirigió, y sus bonos cayeron hasta el suelo. La fama que obtuvo, de manera circunstancial, le hizo perder la cabeza, y terminó siendo visto por las izquierdas como un traidor.
A continuación explicaré porqué.
Aunque él decía que había sido un seguidor de AMLO de larga data, lo cierto es que cobró notoriedad en 2009, cuando, por las consabidas pugnas del PRD, la hoy delegada iztapalapense, Clara Brugada, fue dejada fuera de la boleta en su lugar, por una impugnación que hizo que fuese sustituida por Silvia Oliva.
Como esa acción incomodó a los seguidores del obradorismo, Andrés Manuel López Obrador propuso que votaran por el “compañero Rafael Acosta” y que él, en el preciso momento, declinaría ante Brugada.
Los archivos hemerográficos de la época constatan aquel inusitado hecho. El hecho es que, la venia de AMLO hizo popular a un personaje que jamás lo había sido, pues, en un par de meses, pasó de ser un don nadie a un tipo conocido a lo largo y ancho de toda la República.
Sin embargo, tras ganar los comicios, Juanito comenzó a perder el piso. Las luces que había recibido le empezaron a agradar y ya no quería cumplir con el compromiso que había signado –con AMLO y los lugareños- “de palabra”.
Tras un primer rompimiento con el PT (partido que lo había postulado en la carrera por la delegación) Juanito comenzó a apersonarse en la alcaldía y actuar de manera despótica. En un hecho que no se sabe si fue por venganza política o por ¿certidumbre? (Clara Brugada y su grupo lo denunciaron por robo) y se deslizó una eventual usurpación de funciones ¡cuando era el delegado popularmente electo! Marcelo Ebrard, a la sazón Jefe de Gobierno del DF, buscó la sustitución de “Juanito” previa renuncia del mismo, al visualizar el talante amenazador que se cernía sobre él; Brugada fue quien terminó sustituyéndolo, tal y como se había planteado originalmente en aquel compromiso público de campaña.
A partir de ahí, su carrera política cayó en picada. Intentó unirse al PRI y decir que buscaría la Jefatura de Gobierno del Distrito Federal en 2012. Nadie lo tomó en serio. Posteriormente, y tras aducir amenazas y de caer en verdaderos episodios de parodia, intentó ser nuevamente delegado (ahora bajo el nombre de alcalde) de Iztapalapa en 2021, ahora bajo el manto de un partido efímero; pero su suerte estaba echada y fueron realmente pocos lo que votaron por él, quedando en uno de los últimos lugares en una de las alcaldías en la cuales MORENA venció de manera arrolladora.
Hoy, dice que quiere ser sucesor de López Obrador. Suena risible, pues ¡si ni siquiera ratificó su delegación, ¿cómo piensa aspirar a la Presidencia?!
Empero, la terca realidad nos dice que en política no hay imposibles. Rodolfo Hernández (el “Donald Trump” colombiano) era ninguneado por tirios y troyanos y desplazó a la clase política tradicional de su país; mientras, el propio Donald Trump era visto como un showman que decía sandeces, y ¡terminó siendo el Presidente de los Estados Unidos!
No digo que el tristemente célebre “Juanito” pueda repetir la suerte de Hernández o de Trump (ojalá que no). Pero la oposición está tan necesitada de candidatos, que en un descuido y lo vamos como abanderado de la (también) vilipendiada coalición “Va por México” o, quizás, por Movimiento Ciudadano.
Sé que es impresentable. Pero en política no hay imposibles. Menos, aún, en esta época donde se destrozan cartabones y se rompan paradigmas ¿A dónde iremos a parar?