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José Vicente Anaya y la eternidad de la disidencia

José Vicente Anaya y la eternidad de la disidencia 1 de agosto de 2020

Leonardo Meza Jara

Chihuahua, Chih.

UNA ESCRITURA DESDE LOS MÁRGENES

El siglo XX es el tiempo del abismamiento histórico de la poesía, de una caída que no deja de precipitarse hacia un fondo no previsto, ni sabido. 

La poesía se encuentra en crisis, asfixiada en sí misma, arrinconada en libros leídos por unos cuantos, convertida en objeto estructuralista o posestructuralista en los estudios academizados de la literatura, hundida en las batallas perdidas por la alta cultura ante la cultura de masas, desestimada como llave o como luz que pueda abrir camino a los hombres en los siglos por venir. 

La poesía prosigue su caída, sujeta de la herencia histórica de la cultura humanista, de procedencia griega y renacentista. 

Pero, si la caída de la poesía en este siglo no ha terminado de acaecer, si esta caída aún no llega a un lugar definitivo, esto significa que la poesía aún persiste, aún respira a través del lenguaje y de la vida. El latido de la poesía en su caerse, se mueve en el péndulo de su salvación y su no salvación.

En este sentido tiene lugar una pregunta crucial, una pregunta a la que habría que desprenderle sus ambiciones metafísicas. 

La pregunta no sería: ¿Puede la poesía salvar al mundo?, sino: ¿Puede la poesía salvar algo del mundo? 

La primera pregunta es una persecución del mesianismo, la poesía como sustancia salvífica del mundo. La segunda pregunta es recatada, muestra las limitaciones de la poesía en sus extensiones hacia lo social, lo político y lo histórico.

Lo que ha sucedido con la poesía en los últimos años de la historia humana es la construcción de facto de una respuesta a la segunda pregunta, en el territorio de autosalvación que le va quedando a la poesía para sí misma. 

Los poetas se han dedicado a salvar a la poesía para salvarse a sí mismos, para extender una genealogía de pensamiento y de vida que se niega a morir de forma alguna. 

Aquí hay algo proscrito, algo de exclusión y de abandono. 

Pero por lo pronto, no puede ser de otra forma, por lo pronto, la poesía no tiene la potencia para salvar algo demás, algo de-más. Este es el tiempo histórico en el que la poesía puede ser sublimada o no sublimada, reconocida o no reconocida, navegada o dejada a la deriva en los intersticios de los años o los siglos. 

Este es el tiempo de escritura y poetización de José Vicente Anaya. La de Anaya, es una poesía escrita a finales del siglo XX, alojada en las sombras del no reconocimiento en las décadas de 1970, 1980 y 1990. La de Anaya, es una poesía que rebrota hacia los primeros años del siglo XXI, que ha sido releída y estudiada con avidez en los años recientes. 

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A pesar de las variadas publicaciones del poemario “Híkuri” desde la década de 1980 hasta la fecha, la obra de José Vicente Anaya apenas comienza a ser reconocida, 40 años después de la publicación de su primer poemario “Los valles solitarios nemorosos” (1976). 

Desde sus primeros poemas publicados, Anaya se concibe a sí mismo como un poeta marginado, orillado al pensamiento y la escritura desde la periferia, desde un espacio que termina convirtiéndose en bastión de resistencia cultural, política e histórica.

«Tengo largo tiempo de ya no estar aquí,

aunque nadie lo entienda;

porque estoy gritando con los gruñidos de mi rabia autobiográfica

arañando los pies del siglo XXI…» (“Morgue”, 1981)

«Porque nunca tendré tiara

la tierra que me arrancan

no puede dolerme.

Pueden quitarme todo,

mi pie volado sabrá del aire

porque tampoco puede ser

asido. Mi pie alado.» (“Los valles solitarios nemorosos”, 1976)

La condición marginal de la poesía no es parte solamente de los tiempos actuales, es un estigma que se ha manifestado en diversos momentos de la historia humana. 

Platón intentó inútilmente expulsar a los poetas del reinado de su “República”. En el segundo de los poemas citados, Anaya refiere que jamás podrá ser el portador de una “tiara. La “tiara” es el símbolo de un reinado, de un reconocimiento, que difícilmente podría ser colocado sobre la cabeza de los poetas marginales, como es el caso de Anaya. 

Hay un reclamo manifiesto, hay una indignación en la escritura de Anaya, quien de manera constante se asume como una voz que habla desde los márgenes, desde un espacio contestatario y de permanente lucha.

Desde el primer poemario que Anaya publica bajo el sello de la UNAM (“Los valles solitarios nemorosos”, 1976), se hace manifiesta la condición marginal del poeta a partir de la figura de Safo. 

Este poemario se compone de dos apartados, en el segundo de estos apartados el texto de Anaya posee un tono narrativo fijado en Safo, la poeta griega que fue denostada y que siglos después sería rescatada y revalorada. La figura de Safo que transcurre el poema de Anaya es un símbolo de la marginación y la lucha por el reconocimiento de la poesía. “Pero si ya no tienes agua, Safo, / la culpa no la tienes. / Es que diste la vida por la vida. / Y nadie comprendió tu danza. / Y nadie observó tu lágrima en la mano” (“Los valles solitarios nemorosos”, 1976).

En el poema de Anaya, Safo es simbolizada a partir del agua como elemento que traza la dialéctica de la vitalidad y el abandono, de la presencia en forma de reconocimiento y de la ausencia en forma de marginación. 

El agua humedece la extensión de la vida bajo la forma de un “lago”, del “rocío” y de la “lluvia”. El agua es una vitalidad de la presencia. Pero, el agua significa también al abandono bajo la forma de una “lágrima”. 

El agua es la tristeza de un abandono que se repite una y otra vez, que inicia con las diatribas y la marginación que se lanzan sobre la figura de Safo, y que se extiende hasta los poetas marginales de los siglos XIX y XX. “Cuando no tienes agua: / Te abandonan las aves, / los árboles se vuelven / alambradas, tus peces / quisieran volar para escaparse / y quedan atrapados en la arena. / Pero todo esto no es ningún desastre, / sino que tú, Safo, / pierdes tus ritos en el lago. (Ibidem.).

A lo largo de la modernidad se ha impuesto una desacralización del arte y de otras actividades humanas. Desde hace mucho tiempo la poesía dejó de estar investida por la ritualidad y la religiosidad que le fueron impresas en la antigua cultura griega. 

Una de las líneas de escritura de Anaya escarba sobre los contenidos rituales y religiosos de la poesía, su búsqueda ha sido incesante en este plano y queda manifiesta en el mismo epígrafe del poeta místico San Juan de la Cruz, que abre el poemario “Los valles solitarios nemorosos” (1976).   Investir a la poesía de misticismo, hacerla retornar a su condición ritual y religiosa, es una de las premisas de las que parte la poesía y la ensayística de José Vicente Anaya.

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En un artículo que Anaya escribe sobre Carlos Montemayor, hace referencia a la dialéctica de la marginación y el reconocimiento sobre la poeta Safo:

«(…) Montemayor hace una necesaria apología de Safo, quien por siglos había sido tratada como meretriz, ante lo cual cuenta que una tarde Solón “escuchó una canción de Safo en labios de su nieto; al terminar éste, Solón le pidió que se la enseñara, pues le explicó: quisiera aprenderla antes de morir. Conviene recordar aquí el epigrama atribuido a Platón en que a Safo le llama Décima Musa; también aquel que contiene la hermosa designación de musa inmortal entre inmortales musas”. 

Y su poesía es bien ponderada así: “La musicalidad y dulzura de su lenguaje fue proverbial en la historia de la poesía griega, en una lengua de suyo tan sonora, vocálica y rica.”» (“La Jornada”, 18 de julio de 2010)

La figura de Safo, que simboliza la dialéctica de la marginación y el reconocimiento de la poesía y del poeta, es proyectada desde Grecia hasta la actualidad en la obra de Anaya. 

Esta jugada literaria traza una condición problemática que se ha repetido una y otra vez a lo largo de la historia de la humanidad, y que se exacerba en los tiempos actuales. 

En el contexto de la crisis de las humanidades hacia finales del siglo XX y principios del XXI, los poetas y la poesía viven una de las etapas históricas más aciagas, más densamente oscuras.  

La poesía que en occidente se enraíza en el mundo helénico y que desde ahí llego a ser parte fundamental de la alta cultura, ha sido desplazada por la cultura de masas. 

La dialéctica de la marginación y la lucha incesante por el reconocimiento de la poesía, está presente a lo largo de toda la obra de Anaya. En este autor hay una fascinación por lo marginal. El título de uno de los últimos poemarios publicados por Anaya es significativo en este sentido: “Paria” (2010). Un “paria” es un marginal, un desterrado de los territorios social y culturalmente aceptados y hegemonizados. 

Al final del poemario “Paria” (Ibidem.) hay cuatro textos en prosa que narran el encuentro de José Vicente Anaya con Juan Martínez, un poeta marginal que abandonó la “farándula cultural” de la ciudad de México y se dedicó a una vida sencilla e impregnada de misticismo, trabajando como lavador de autos en las calles de la ciudad de Tijuana. 

En el libro de ensayos “Poetas en la noche del mundo” (1977), Anaya escribe dos textos sobre la obra y la vida de Juan Martínez, subrayando la calidad de su poesía y la condición de marginalidad que el poeta buscó para sí mismo al retirarse del mundillo literario. Anaya afirma que la poesía de Juan Martínez no ha tenido el reconocimiento que merece.

La fascinación de Anaya por lo marginal, está también presente en el epígrafe con el cual se abre el poemario “Morgue” (1981) y en el epígrafe que se anota al inicio de las diversas ediciones de “Híkuri”: “A todos aquellos que han / gritado poemas premonitorios, / y que por sus ideas o / alucinaciones / han sido condenados: / paranoicos / esquizofrénicos / visionarios / mal-pensantes / rebeldes”.  

 


LAS LUCHA EN LOS TERRITORIOS DEL CANON LITERARIO

La profunda crisis de las humanidades en las últimas décadas, que ha derivado en la minusvaloración y la marginación de la poesía en occidente, es uno de los condicionamientos históricos y culturales que envuelve la escritura de Anaya. Este es el primer contexto desde el cual emerge la escritura del poeta chihuahuense, donde la poesía y la actividad de los poetas navegan a contracorriente, atrapados en un declive que se pronuncia hacia el futuro.

Hay un segundo contexto desde el cual surge la escritura de Anaya. Este segundo contexto tiene que ver también con la condición de marginalidad de los poetas, pero en el plano de la configuración del canon. El reconocimiento o la ausencia de reconocimiento, de una obra o de un autor, es un hecho que requiere ser leído a partir de la configuración del canon literario. José Vicente Anaya es un autor que ha escrito y promovido su obra desde los márgenes establecidos por el canon institucionalizado en México.

El surgimiento del movimiento infrarrealista en México, del cual Anaya fue miembro fundador a mediados de la década de 1970, toma forma a partir de un conflictivo territorio que se inscribe en la lucha por la configuración del canon de la poesía mexicana.

Durante la segunda mitad del siglo XX, el panorama de la literatura mexicana fue dominado por un conjunto de autores congregados alrededor de la figura de Octavio Paz. 

Desde la periferia, los infrarrealistas confrontaron a la hegemonía paceana. En un tono irónico, Heriberto Yépez se ha referido a esta hegemonía literaria como “pazentrismo” (“Versus: Otras miradas a la obra de Octavio Paz”, 2010). 

¿Quiénes son los impulsores del pazentrismo? Básicamente los integrantes de la revista “Vuelta” que posteriormente tomó el nombre de “Letras Libres: Enrique Krauze, Gabriel Zaid, Christopher Domínguez Michael, Guillermo Sheridan, José Martínez y Adolfo Castañón. 

En los primeros años del siglo XXI, el impulso del “pazentrismo” ha caminado a través de los proyectos literarios y políticos de las revistas “Letras Libres” y a través de otras instituciones, como la Fundación para las Letras Mexicanas, inicialmente nombrada “Fundación Octavio Paz”. 

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Madariaga Cano (“Los años que inspiraron los detectives salvajes”, 2010), señala que hacia la década de 1970, en el momento del surgimiento del infrarrealismo, el panorama literario en México estaba dominado por Octavio Paz y Carlos Monsivais. 

El primero estaba a cargo de la revista “Plural”, editada como suplemento cultural del periódico “Excelsior”. A raíz de la salida de Julio Scherer del periódico “Excelsior”, “Plural” se convertiría en la revista “Vuelta”. El segundo dirigía el suplemento “La cultura en México”, que formaba parte del proyecto periodístico de la revista “Siempre”. Para los infrarraelistas las puertas de las revistas “Vuelta” y “La cultura en México” estuvieron permanentemente cerradas, por lo que tuvieron que desarrollar su escritura y la promoción de su obra a contracorriente de las instituciones oficiales de la literatura mexicana.

En la lucha por la institucionalización del canon literario en México a lo largo del siglo XX y principios del XXI, tienen lugar tres momentos clave. 

El primero de estos momentos se concentra en la década de 1920, y desde ahí se proyecta hacia las décadas siguientes. La confrontación por el canon tiene lugar entre los estridentistas y el grupo de los contemporáneos. 

Durante el siglo XX, el canon literario fue hegemonizado a favor de los contemporáneos, cuestión que dio lugar al desplazamiento y la marginación de los estridentistas. Esta cuestión es abordada a detalle en el libro “Elevación y caída del estridentismo” (Escalante, 2010). En este libro, Escalante revalora la obra de los estridentistas y cuestiona los argumentos y los mecanismos que institucionalizaron al canon de los contemporáneos. 

Un segundo momento tiene lugar hacia la década de 1970, cuando los integrantes del movimiento infrarrealista se confrontaron a la hegemonía paceana. Esta es una cuestión que incluso se convierte en leyenda, cuando Roberto Bolaño incluye en la novela “Los detectives salvajes” (2011), que el cometido central de los “realvisceralistas” (los infrarrealistas) era chingar a Paz.

De la misma manera en que la confrontación por el canon entre los estridentistas y los contemporáneos, se extiende hasta el siglo XXI a partir de los debates abiertos por Escalante y otros autores, la lucha por el canon entre los integrantes y simpatizantes del infrarrealismo y el pazentrismo, se extiende desde la década de 1970 hasta la fecha.

El tercer momento de confrontación por la configuración del canon en la literatura mexicana tiene lugar en los primeros años del siglo XXI. Este tercer momento pudiera concebirse como una extensión de la confrontación entre los infrarrealistas y los pazentristas. José Vicente Anaya es una figura clave durante el segundo y el tercer momento en la lucha por el canon literario en México.

Los tres momentos referidos no retratan la complejidad que tiene lugar en la lucha por el canon literario en México, pero resultan claves para poner en claro algunas de las aristas que se muestran cuando suceden estas confrontaciones culturales y políticas.

Desde la misma escritura de su poesía, Anaya toma una postura crítica ante la marginación a la que su obra se vio sometida durante las décadas que van de 1980 hasta los primeros años del siglo XXI. 

«lo que escribo en el aire

vale más /por eso escribo aquí/...

yo me daré un premio literario

por lo que nunca escribo ¡palabras !

¡cinismo carcajeante!»  (“Híkuri”, 1987).

El poemario “Híkuri” de Anaya es uno de los textos desplazados por el canon impuesto desde la lógica pazentrista. Sobre este poemario de Anaya se ha comenzado a erigir una leyenda literaria. Siendo “Híkuri” uno de los libros de poesía publicados mayor número de veces en México, no tuvo un reconocimiento significativo sino hasta la segunda década del siglo XXI. Hay un reconocimiento tardío de la poesía de José Vicente Anaya.

En el año 2015, los integrantes del proyecto Malpaís Ediciones publicaron 10 libros de poesía que postulan un contracanon al pazentrismo. Desde el mismo nombre de la colección se pone en claro que las obras poéticas publicadas por Malpaís Ediciones son parte  de una postura antioficialista: “Archivo negro de la poesía mexicana”. Entre los 10 libros publicados está “Híkuri”. El proyecto editorial de “Archivo negro de la poesía mexicana” ha tenido una buena recepción entre los lectores, la crítica y la prensa que se ocupa de la literatura en México.

Esta actitud crítica y contestataria ante el dominio del pazentrismo, se ve reflejada en la publicación del libro “Versus: Otras miradas a la obra de Octavio Paz” (2010), compilado y prologado por el mismo José Vicente Anaya. En el prólogo de este libro se subraya:

«Los fundamentalismos intelectuales han derivado en caudillismos con sus típicos abusos en la intolerancia. Debemos ver a la poesía como un territorio utópico en el que todavía se puede soñar que son posibles los imposibles, un territorio de la imaginación en la que se propicia la tolerancia a todo lo diverso.

Por eso, y en principio, no creo que la influencia de Octavio Paz sea “decisiva”; considero que su aplastante presencia se debe principalmente a un efecto de la manipulación a través del poder y la publicidad.»

La postura de Anaya en contra de la dominación pazentrista, se enraíza en los postulados del infrarrealismo, que como movimiento literario duro apenas de 1976 a 1979, pero que como postura literaria y política se extiende hasta las primeras décadas del siglo XXI. 

La de Anaya es una disidencia en contra del establishment de las letras mexicanas, y es a la vez es una disidencia poética, una disidencia que toma la forma de la eternidad… 

Leonardo Meza Jara

Maestro, analista político.