Chihuahua, Chih.
1º.- Las universidades son un botín político, y si no lo son, es necesario convertirlas en uno. Hay que apropiarse de cada espacio de poder en las universidades, desde la rectoría hasta los puestos menores. El control se ejerce de arriba hacia abajo, por sobre los consejos y los consejeros universitarios, quienes son los peones de un ajedrez donde mandan las reinas o los reyes que gobiernan desde palacio.
La democracia universitaria es una figura decorativa que se dobla ante el mandato de un gobernador(a) y de los grupos de poder que gobiernan los territorios de la educación superior. Un voto de un consejero universitario puede ser una forma de hincarse ante el poder y agachar la cabeza. El guión bajo el cual actúan los consejeros universitarios puede tener la forma de la abdicación y el sometimiento.
2º.- La autonomía universitaria es un imaginario que está construido en el reino de la tinta y el papel.
En el estado de Chihuahua, las autonomías universitarias son una fachada nominal que pertenecen al ámbito de las siglas (UACH), y de una historia paradójica y absurda. “Autonomía” se escribe con hache al principio, en medio o al final: “hautonomía”, “autonohomía”, “autonomíah”… No importa, la hache es muda, y la “autonomía” es sorda y ciega, además inútil.
Aunque tal vez, la autonomía universitaria pueda servir para algo más que para nada. Por ejemplo, puede servir para dar risa.
3º.- No es la mano del rector la que firma su renuncia. Un rector es un amanuense del poder en turno, que al asomarse al frente de su casa mira su perdición. La rectoría de la UACH se ubica sobre las calles Escorza y Carranza, en la ciudad de Chihuahua.
El palacio de gobierno y la oficina desde la cual despacha la gobernadora se ubica enfrente, sobre las calles Aldama y Carranza.
Y en medio, justo en medio, hay una plaza pública cuyos corredores son un laberinto que conduce de la rectoría a la oficina del gobernador(a). En esos corredores, que tienen una forma laberíntica, se extravía el mapa que conduce a un lejano territorio que ha sido nombrado: “autonomía universitaria”.
4º.- Hay hilos que sujetan la mano con la cual un rector firma su renuncia. Hay una mano que va moviendo esos hilos a conveniencia del poder en turno. Hay un titiritero que desplaza esos hilos que no se logran ver a simple vista.
De arriba hacia abajo, entre la justificación y la denostación, entre la conveniencia y los servicios prestados al poder, la prensa local se ha encargado de mover los hilos que sujetan la mano con la cual un rector firma su renuncia.
Para justificar el cambio de rector, primero se descalifica al grupo de poder que resulta estorboso, y enseguida se pone en marcha un escenario de sucesión prefabricada.
Hay que denostar al rector y sus cercanos, hacerlos trizas en la prensa. Hay que ofrecer la cabeza del rector en las ocho columnas de los periódicos locales, aún antes de que la renuncia sea oficializada.
Enseguida, la prensa debe ungir y alabar el nuevo nombramiento. Muera el viejo rector y viva el nuevo rector, sin interregnos de por medio, sin vacíos de poder.
Y si algún vacío se hace presente, puede ser llenado con los servicios que la prensa le presta a un gobernador(a).
5º.- Detrás de la renuncia inducida de un rector, se deja ver el cinismo de la clase política local. Los panistas y priistas que señalan el intervencionismo de López Obrador sobre la autonomía universitaria y sobre los poderes legislativo y judicial de la federación, aplauden el intervencionismo de María Eugenia Campos en la UACH y en los otros poderes locales.
La prensa local que critica el poder desmesurado que ejerce López Obrador, justifica y facilita la operación política que deposita el poder universitario en las manos de María Eugenia Campos. Entre los priistas, los panistas y la prensa local que los acompaña, hay dos raseros en las maneras de entender los actos del poder y el ejercicio de la democracia.
Hay quienes fungen como demócratas de las ocho de la mañana a las tres de la tarde, y descansan las demás horas del día y los fines de semana.
Son demócratas a medias, demócratas de aparador, que practican el deporte recurrente del travestismo de la democracia.