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Honestidad política

Honestidad política 17 de septiembre de 2018

Francisco Flores Legarda

Chihuahua, Chih.

Lo que debe suceder, sucede siempre en

el momento en que debe suceder, de forma inesperada, como un milagro.

Jodorowsky


“Si vives en una sociedad donde todo el mundo rompe las normas, tienes más probabilidades de pensar que está bien hacerlo”.

La honestidad es un valor moral positivo vinculado a la verdad y a la transparencia, y es lo contrario a la mentira, la falsedad y la corrupción. Ser honesto es tener una actitud acorde con la verdad en nuestras relaciones con los demás, incluyendo nuestra familia, amigos, compañeros de estudio o de trabajo, vecinos, y todas las personas con las cuales nos relacionamos de una u otra forma.

No solo es un valor que debemos ejercer sino también es un valor que debemos exigir de los demás.

La honestidad es la base para otros valores que se desprenden del ser honesto, por ejemplo, ser leal, actuar razonablemente, ser justo. El ser honesto supone no tener contradicciones entre lo que se piensa, se sienta y se haga.

Desde este punto de vista, la honestidad es el valor positivo que se contrapone al valor negativo de la hipocresía de la que ya he comentado en otras columnas. Sin embargo, en nuestras relaciones del día a día tendemos a menospreciarla usando el eufemismo de la diplomacia, donde suele ser extremadamente delgada la línea que la separa de la falsedad.

Pero para adentrarnos en el razonamiento deductivo que cada semana me motiva a escribir para la reflexión, construcción, e ir más allá que la simple crítica tóxica de lo que nos aqueja quiero que nos detengamos a pensar en estas situaciones como ciudadanos, individuos, familiares, porque no debemos olvidar que los valores deben primero vivirse personalmente, antes de exigir que los demás cumplan con nuestras expectativas.

Sin necesidad de hacer profundos y complejos análisis, podemos determinar que todos y cada uno de nosotros somos portadores de una historia y personalidad que nos hace únicos.

No hay dos personas iguales, nuestras biografías difieren radicalmente a pesar de estar inmersos en una misma sociedad regida por los mismos valores y objetivos. Estas diferencias nos hacen seres especiales, sin embargo la sociología, el derecho y la religión nos han enseñado que debemos cumplir con ciertos convencionalismos sociales para que las mayorías no rechacen al individuo que va en contra de lo preestablecido.

Sin ánimos de hacer apología al radicalismo, creo que en nuestras relaciones diarias tendemos a ser deshonestos; nos reunimos con gente que detestamos y somos incapaces de decir lo que pensamos por miedo al rechazo.

Con esto hay que ser muy cuidadoso también, porque una cosa es que usted sea capaz de decirle la verdad en la cara a una persona si así se lo pide, y lo haga de forma asertiva, manteniendo la compostura y sin rasgarse las vestiduras. Pero otra cosa es que nadie le esté preguntando su opinión y usted vaya por la vida diciéndoles a las personas algo que no le compete, entrometiéndose en los asuntos personales de los demás.

En otro aspecto que percibo la que gente adolece de honestidad es en el ámbito laboral ya que por miedo al despido, o simplemente aceptar automáticamente lo que diga el jefe, tienden presentarse con esa actitud que yo defino como “el comportamiento del perro”; porque solo le mueven la cola al amo, pero entre los pares son capaces de morderlos y robarles el hueso si se presenta la oportunidad.

La culpa no siempre es del empleado, cabe destacar, ya que la cultura organizacional en oportunidades desalienta al que transforma, al que opina, y al que quiere proponer nuevas ideas, por lo tanto, lo correcto sería atender aquella frase de Steve Jobs que dice: “No tiene sentido contratar a personas inteligentes y después decirles lo que tienen que hacer. Nosotros contratamos a personas inteligentes para que nos digan qué tenemos que hacer”

En el ámbito de la amistad el tema también puede ser polémico; para empezar hay que tener claro cuando se tiene una amistad, o simplemente cuando pasas tiempo con las personas por mera distracción.

Hace poco le comentaba a un gran amigo, que hoy día considero mi hermano de vida: Entre la Hipocresía y la diplomacia hay una línea muy delgada, distinguirla requiere de ojo crítico y asertividad.

Porque ya sea en tu patria, o como emigrante, no tiene sentido reunirte con la gente solo por llenar espacios de tiempo, cumplir con convencionalismos sociales, o por ese mito patriotero que porque estás fuera de tu país, a juro debes reunirte con tus paisanos así se odien entre todos. En este aspecto pienso que es importante la honestidad, porque es preferible que tu círculo de amistades sea sincero pero pequeño, a que sea amplio y tóxico; porque “una velada en que todos los presentes estén absolutamente de acuerdo, es una velada perdida”.

Son muchas las situaciones donde podemos destacar este valor, pero es importante distinguir que la honestidad no solo consiste en no mentir, es mucho más complejo el concepto, ya que implica ser justo y sincero.

Podemos empezar por aceptar cuando se comete un error no culpar a los demás por ello; por reconocer los méritos ajenos; hacer las tareas asignadas sin que sea necesario que nos supervisen, decir de frente a las personas lo que se piensa sin necesidad de hablar a sus espaldas, pagar las deudas sin que nos lo soliciten, no engañar a los clientes con publicidad engañosa, aceptar la situación, posición social o condición en la que se vive; no alabar a las personas para conseguir su aprobación, no seguir una doctrina o filosófica en la que no se cree, solo por pertenecer a un grupo y conseguir beneficios individuales, entre muchos ejemplos más.

A nivel más general se puede decir que el nivel de corrupción en una sociedad influye en la honestidad de sus ciudadanos, de forma que, cuánto más propenso es el entorno a vulnerar las normas, menos honestos tienden a ser los individuos, pero yo me pregunto si el simple hecho de que no seamos honestos en lo individual no sería la causa de que a nivel colectivo nuestras sociedades se hayan vuelto tan corruptas.

La gente limita su nivel de deshonestidad según lo que percibe como aceptable en su sociedad y lo que ve a su alrededor. Por lo tanto, es el momento de empezar por nosotros mismos, ser sinceros con nuestro entorno, porque una persona honesta tarde o temprano es reconocida por vivir según este valor, y al ser confiable, creíble y leal, encontrará que se abren muchas puertas y se nos presentan oportunidades para el éxito.

Puede que ser honesto no te consiga amigos, pero siempre te conseguirá los correctos: John Lennon.



@profesor_F

Freelance

Francisco Flores Legarda

Abogado y analista. Profesor por Oposición de la Facultad de Derecho de la UACH. Profesor F.