Chihuahua, Chih.
"Llenamos de basura el mundo entero, envenenamos todo el aire, hicimos triunfar en el planeta la miseria. Sobre todo matamos. Nuestro siglo fue el siglo de la muerte".
Así de lapidarios son los versos de José Emilio Pacheco que reflexiona sobre el siglo pasado. Ay, si el poeta pudiera hacer un corte de caja de lo que ha sucedido en este casi primer cuarto del siglo XXI.
"Bajo el nombre del Bien, el Mal se impuso", remata Pacheco para no dejar lugar a dudas.
Me pregunto cómo es que seguimos sosteniendo la idea de que somos una sociedad cuerda, una civilización equilibrada y pensante.
No sé ustedes pero para mí es notable el desasosiego que provoca perseguir los eventos de un mundo que, en cuestión de días, explota en sucesos: un dictador perpetuándose como presidente de Venezuela, el planeta atento al cierre de los Juegos Olímpicos, a la "conversación" entre los titanes del bullying Musk y Trump, y al desenlace de la captura del narcotraficante mexicano más violento y longevo de la historia... en medio de tanto a mí me hace falta delimitarme, autoimponerme silencio y hasta negarme a ver o escuchar ciertos eventos porque en verdad creo que se compromete la salud mental bajo este tiroteo.
Estamos enfermos de lo demasiado.
Pero no hay encierro ni filtros digitales que alcancen cuando un país como México está en transición presidencial.
No hay resguardo para los sentimientos colectivos que están flotando entre nosotros.
Esta agitación airada, vaporosa, espesa, sostenida a gritos en las redes sociales es una tormenta emocional y antes o después tocará asimilarla.
Y tocará asimilar cuánto contribuimos a ella todos: los azuzadores de la furia, los que cedimos a publicar sin verificar la veracidad de un hecho, los que ampliaron la voz de un opinador desinformado, los que saltaron a meter las manos al fuego por el funcionario de turno y... los aplaudidores, ay, los aplaudidores.
De los bots que sólo tienen programado en su lenguaje el insulto primario, ya ni hablamos.
Y sin embargo, cómo negar que necesitamos este desahogo.
Estamos una vez más en el cambio verdadero, en el nunca más de los jamases, en el nuevo proyecto de nación vociferado por los flamantes políticos en función que suenan a corifeo de los políticos del sexenio pasado y del anterior y del anterior ad infinitum...
Ya sabemos, estamos acostumbrados a que cada cambio de gobierno trae sus castigos, sus premios, sus manotazos en la mesa, sus intercambios de nombres, sus liberaciones de presos y sus detenciones como venganza política.
Pero me atrevo a decir (serán los años andados y el patrón repetitivo visto hasta el cansancio) que llegamos a un punto de inflexión que descoloca.
Cada que leo la palabra "histórico" como adjetivo positivo sobre el hecho de tener a la primera presidenta de México, algo en mí se estremece.
Celebro el logro de la lucha de género (que no hace mucho no podíamos votar, que estábamos jurídicamente casi a la par de los esclavos) y la cosecha de ese fruto.
Pero al mismo tiempo abomino la retórica sin fundamentos del "tiempo de mujeres y nunca más la violencia contra las mujeres" en un país feminicida con 95% de impunidad...
Y luego pienso, ya que estamos históricos, en lo histórica que resulta la captura de un delincuente con cincuenta años de ejercicio criminal en el narcotráfico, el lavado de dinero, los delitos contra la salud, los homicidios.
Lo doblemente histórico que es que la Fiscalía General de la República, en lugar de revisar esos delitos, de solicitar la extradición del "Mayo" Zambada y enfocar la ley en lo que tiene al país de rodillas frente a la violencia... reaccione acusando de traición a la patria a otro narcotraficante.
Traición a la patria, con argumentos y todo. (Imagino que aquí truenan los aplausos de los aplaudidores).
Es hiriente, falta de toda ética y hasta moralmente pornográfica esa reacción del organismo encargado de perseguir los delitos porque la crisis de personas desaparecidas en México está directamente relacionada con el imperio del narco. Que nadie está pensando en las víctimas.
Pero sigamos con lo histórico: se condecoró a militares acusados de narcotráfico.
Y se consideró traición a la patria la detención del criminal que lleva medio siglo derramando sangre.
Sí, José Emilio: sobre todo matamos.
*Publicado en Reforma el 16 de agosto de 2024