Chihuahua, Chih.
No sabemos que suceda al final del día con la república y el pueblo de Bolivia.
Puede entronizarse un dictadura racista y fundamentalista a la manera de algún país islámico, o puede que triunfe de nueva cuenta el movimiento social y se establezcan reglas democráticas de convivencia al parejo que se mantiene un proyecto de transformación para beneficio de las mayorías.
El golpe de Estado ha dejado al descubierto la terrible polarización ideológica y política por la cual se ha despeñado la sociedad boliviana.
En pleno siglo XXI, las ceremonias, los estandartes, las consignas de la oposición al gobierno de Evo Morales y ahora de los funcionarios golpistas, parecen sacadas de una página de la historia medieval. Hablan de una segunda conquista y evangelización de los indios porque la primera, comenzada hace cinco siglos no ha sido suficiente.
Con una envoltura ideológica distinta, pero en la sustancia igual al nazismo, estas derechas latinoamericanas han encontrado en la religión y en los grupos u organismos católicos o evangélicos administradores de las creencias, un poderoso instrumento de agresión y opresión. Estandartes, modos y prácticas han sido retomados de los fascistas. Guardias de asalto, escuadras paramilitares aliados con la policía y el ejército, casi iguales a las de Hitler y Mussolini hoy actúan con la misma impunidad para golpear, asesinar, humillar y aterrorizar.
Estos movimientos reaccionarios, se han remontado hasta fuentes medievales para encontrar allí inspiraciones y motivaciones. Las derechas alimentan los más oscuros sentimientos y pasiones de ciertos sectores de las clases medias, como es el odio por los diferentes o la pretensión de superioridad de los blancos sobre los indígenas, a los cuales se les reserva una condición de parias.
En la cúspide de esta ideología de la barbarie, se coloca un pensamiento unívoco, integrado por un núcleo duro de dogmas religiosos usados para dominar y controlar. Se edifica de esta manera el reinado del irracionalismo, que una vez instalado, puede amparar los peores crímenes y genocidios, verbigracia la Alemania de los años treinta.
Dentro de estas aberraciones, insisten en refundar una “república cristiana”, conceptos que son antagónicos, pues por definición el Estado moderno es laico, universal, o no es Estado.
¿Qué significa “meter de nuevo la Biblia al palacio de gobierno?
¿Significa como en las llamadas repúblicas islámicas que se rigen por la ley sharia, que la ley de Dios inscrita en ese libro está por encima de las humanas?.
¿También irá la Biblia a las escuelas? ¿Que será de la investigación científica si quienes se dedican a ella no o pueden apartarse de los dogmas?
¿Irá a los códigos penales, para instituir de nuevo el delito de apostasía?
¿Castigarán de nuevo a los descreídos, a los blasfemos, a los pecadores con la cárcel y la tortura?
¿Será el aborto un delito igual al de un crimen calificado, cometido con los agravantes de alevosía, premeditación y ventaja?
¿Habrá quemas de libros demoniacos? ¿De brujas y hechiceros? ¿De feministas? ¿De homosexuales? ¿De masones, comunistas y liberales?
Todas estas preguntas tienen una respuesta afirmativa, de inmediato o en el mediano plazo, si se permite que esta barbarie religiosa se consolide en los gobiernos. En Brasil lo están intentando y en Bolivia lo ejecutarán si logran afianzarse los caudillos de estos movimientos que antecedieron al golpe de fuerza.
Desde hace rato, las corrientes derechistas han caminado hacia el extremo del extremo.
Han encontrado en la peor de las versiones del cristianismo su fuente primigenia para confrontar a sus rivales, tenidos por enemigos a quienes deben eliminar.
Son cruzados modernos, intérpretes y realizadores de la voluntad divina.
En Bolivia, lenguas, cultos, ideas, concepciones del mundo, símbolos de los indígenas deben desaparecer. Por eso hablan de otra evangelización ante el fracaso de la primera que no completó su tarea de exterminio.
América Latina arde hoy en amplios movimientos de protesta social contra las desigualdades y los privilegios.
Los abusos de pequeñas élites gobernantes, así como su incapacidad para reducir los endémicos males sociales como la violencia delictiva, la extrema pobreza, los altos cotos de los servicios generales, han provocado una rebelión de masas en Chile, Ecuador, Colombia para poner los países donde se han dado los ejemplos de mayor intensificación y combatividad.
En Bolivia, durante el prolongado gobierno de Evo Morales, se pudieron paliar y hacer retroceder las calamidades que han azotado históricamente a ese país.
Hoy, los golpistas -quienes no dudan en mostrarse haciendo la odiosa seña del “poder blanco” con los dedos de la mano derecha- buscan el retorno a un pasado ominoso.
Falta ver si las fuerzas sociales progresistas, entre las cuales forma filas el movimiento defensor de los derechos históricos de los pueblos indígenas, los dejan pasar.