Estampas de la Cuarta Transformación

Estampas de la Cuarta Transformación 31 de agosto de 2019

Víctor Orozco Orozco*

Chihuahua, Chih.

El tren maya

Cada mexicano que viaja a Europa o a Japón y China, se hace siempre la pregunta ¿Porqué en México no podemos tener trenes como los que aquí existen?.

Desplazan a millones de pasajeros, son más baratos que cualquier otro medio de transporte, cómodos y atraen el turismo. 

En México, la construcción de ferrocarriles comenzó desde mediados del siglo antepasado, recibió un enorme impulso durante el porfiriato y casi se quedó allí por lo que hace a las longitudes de las vías, esto es, alrededor de 25,000 kilómetros. 

Hasta fines del siglo XX, los trenes de pasajeros prestaban un gran servicio a la población no sólo como vehículos de tránsito, sino también eran arterias vitales por donde corría la savia económica, cultural, de aventura, de placer y de todo lo que uno pueda imaginarse. Miles de pueblos tenían en el tren a uno de sus atractivos y motores económicos principales. 

Durante el gobierno de Zedillo se acabó con la red ferroviaria de pasajeros y se redujo la de carga. 

Desaparecieron líneas completas como la que recorría el Noroeste chihuahuense, que extraño personalmente pues durante algún tiempo y cada semana, por razones de trabajo, abordaba la autovía cómodamente en la ciudad de Chihuahua por la mañana, laboraba como abogado en los tribunales del distrito de Guerrero o consultaba archivos todo el día y tomaba de regreso uno de los magníficos vagones y estaba de regreso en mi casa por la tarde, descansado y sin correr mayores riesgos. 

También era común tomar el autovía en Chihuahua o en Ciudad Juárez y plácidamente estar en una de las dos ciudades cuatro horas después. En cada región del país se cuentan historias y experiencias similares.

    Por ello, nunca dejaremos de lamentar la malhadada decisión de acabar con los trenes mexicanos de pasajeros y de reducir la importancia de los de carga para sustituirlo por el transporte en carretera, caro, riesgoso y que acaba con las cintas asfálticas en menos que canta un gallo. 

    Entonces, ¿Por qué tanta objeción al proyecto del Tren Maya?. 

Toda la experiencia dice que su construcción traería consigo una inyección no sólo económica a las diversas regiones que integran la península de Yucatán. 

Pueblos, rancherías, grandes ciudades, recibirían sin duda alguna grandes beneficios. Esto, desde luego, llevando a cabo una construcción que afecte lo menos posible el medio ambiente y los recursos naturales así como el patrimonio histórico.  Esto puede hacerse hoy en día. Es posible que a la iniciativa que lanzó López Obrador desde que era candidato le falten elementos y el proyecto final deba recibir más afinaciones, pero rechazarlo y denunciarlo como lo hacen muchos malévolos críticos, me parece un despropósito. 

En realidad, debería impulsarse la construcción de trenes en todo el país. Recuerdo que desde la campaña de 2006, varios juarenses le hicimos llegar a AMLO, la necesidad de construir un tren rápido para conectar Ciudad Juárez-Chihuahua-Torreón-Saltillo-Monterrey-Ciudad Victoria-Tampico. 

Parece una chifladura, pero es lo que hicieron los norteamericanos en el siglo XIX y es lo que hacen ahora los chinos a marchas forzadas y cuidando el entorno natural. Esta vía constituiría una de las más productivas y beneficiosas para el norte de México. 

En 2012, Peña Nieto se propuso construir el tren rápido México-Querétaro. Hubo un acuerdo unánime, aunque no fuera una obra de grandes alcances. No se tendió un solo riel y el proyecto fue cancelado, en medio de un escándalo financiero por el incumplimiento ante las empresas chinas contratadas, que por cierto tienen en su haber la edificación de los trenes más veloces y modernos del mundo, así como los que recorren distancias más largas. 

 


Los aeropuertos

Repaso la evolución de la mancha urbana de la ciudad de México durante el último medio siglo y veo como ha crecido inconteniblemente engulléndose vasos de antiguos lagos, canales, cauces de ríos y arroyos, cerros, lomeríos. Ningún obstáculo natural le ha podido frenar. Los grandes edificios han ocupado espacios cada vez más lejanos del centro histórico, que otrora los monopolizaba. 

Pero, hay una zona que, si se mira en una imagen nocturna, aparece como un hoyo oscuro dentro del área más iluminada del país. 

Es el vaso del antiguo lago de Texcoco. Nadie ha construido en el mismo durante siglos, pero sobre todo en los tiempos últimos, caracterizados por una vorágine de cemento y acero. 

¿Por qué la subsistencia de este vacío? ¿Por qué el torbellino urbano se ha detenido en sus orillas?. 

La respuesta es el subsuelo, literalmente compuesto de lodo. Nadie ha querido exponerse a los hundimientos. Sin embargo, allí se planeó levantar uno de los mayores aeropuertos del mundo, una de las tres grandes obras públicas prometidas por el gobierno anterior. 

¿Es posible ejecutar esta magna obra de ingeniería en este piso? Los técnicos dicen que sí, todo lo que se requiere es prolongar pilotes y cimentación hasta donde se encuentre la roca. Ello entraña como es de suponerse cuantiosas inversiones que hasta ahora ningún grupo de capitalistas esté dispuesto a realizar y tampoco nadie ha deseado asumir los riesgos. Sólo el gobierno anterior, magnánimo contratante con dinero del erario.

    Cuando López Obrador anunció la cancelación del proyecto del llamado AICM y su sustitución por uno alterno en Santa Lucía, antigua base aérea militar, provocó una fortísima andanada de críticas que no cesan. 

Técnicamente ignoro, por supuesto, cual de estas opciones sería mejor. Pero me pregunto, con base en la consideración expuesta arriba: ¿Y si se hubieran proseguido las obras en Texcoco y luego comienzan a hundirse edificios y pistas de los aviones? 

¿Resistiría este suelo el impacto de quinientas toneladas que pesa un Airbus con 500 o 600 pasajeros a bordo?. 

No lo sé, pero es mejor no averiguarlo. Un accidente provocado por un hundimiento sería de incalculables proporciones y ya imagino los ataques al gobierno. 

¿Es posible que no hayan previsto tal desastre? 

¿Quien fue el estúpido al que se le ocurrió construir en el vaso de Texcoco?.   

 
Los programas sociales

Para quienes están formados en una escuela de pensamiento cuyos moldes impiden ver más allá de las relaciones privadas y estrictamente mercantiles, “regalar” dinero es siempre un mal y ruin negocio. Y, piensan, lo que hace ahora el gobierno federal con los múltiples programas sociales es justamente regalar billetes. 

La ajustada visera les impide advertir que las economías sociales o de las colectividades funcionan de muy distinta manera a la de un patrimonio personal. 

De hecho, los cambios se van advirtiendo a medida que este cúmulo de riqueza o de mercancías va ensanchándose desde las míseras posesiones de un campesino indígena hasta las de una gran empresa capitalista. El primero no puede separar de sus ingresos ni un  céntimo que no sea para satisfacer las necesidades primarias de su familia y menos para regalar a un extraño unos cuantos pesos. 

Los empresarios no regalan, pero pueden invertir en algunas cosas que pueden parecer improductivas o inútiles, como mejorar los uniformes de sus empleados o en centros y laboratorios de investigación. 

Pueden desde luego dilapidar en gastos superfluos. 

La economía de una sociedad, administrada o planificada en sus grandes rasgos por el Estado, puede y debe invertir o -“gastar” para muchos-  en obras que asemejan inútiles, pero que cumplen una función en la economía general. 

Por ejemplo ¿A qué empresario se le ocurriría contratar gente para que abra zanjas y luego las cubra? A ninguno desde luego. Sin embargo esto es lo que hizo el gobierno norteamericano durante las medidas extremas tomadas durante la Gran Depresión. Porque, además de salvar a los pobres de la hambruna, buscaba incentivar el mercado interno, entregando dinero a la población para que pudiera comprar mercancías. 

¿De dónde obtener estos recursos? Hay tres fuentes tradicionales: recortando gastos suntuarios como los altos salarios de los administradores entre otros, haciendo una redistribución fiscal y vendiendo patrimonio público. 

El gobierno de López Obrador le ha apostado a la primera vía, con su política de austeridad republicana. Si consideramos los elevados índices de corrupción padecidos en el gobierno mexicano y los abusos tan costosos para la sociedad, de aceptación unánime -aunque en muchos casos sea de los dientes para afuera-, la piedra está bien tirada. 

 Mucho puede abundarse en esta dirección, pero condensando, está claro que el recurso empleado en varias economías actuales, de otorgar becas, apoyos pecuniarios directos a distintos sectores de la población cumple con distintos objetivos: Apoya a los ancianos para que puedan sobrevivir en condiciones menos desventajosas o incluso crueles, es una inversión a largo plazo cuando concede becas a estudiantes o a jóvenes desempleados para que se integren al aparato productivo o de servicios, lleva a cabo un acto de justicia social para hacer menos gravosa la vida a personas con discapacidades. 

Los efectos positivos de estos programas se miran en plazos medianos o largos, pero además de las premisas de justicia que entrañan, contribuirán a reforzar la economía del país. Cada peso distribuido de manera directa a los beneficiados, va a parar al siguiente día o semana al mercado de comida o de ropa. Tiene pues un efecto multiplicador en el conjunto de las relaciones productivas.

Por otra parte, la decisión de entregarlos sin intermediarios complica desde luego su administración y provoca fuertes inconformidades y movilizaciones de las organizaciones que desde siempre se han encargado de representar, mal o bien, casi siempre mal a los intereses de sus presuntos mandantes. 

El tema tiene muchas aristas, aparte de la corrupción tradicional promovida y usufructuada por los funcionarios encargados de administrar los fondos sociales y los líderes de la cauda de organismos que han proliferado a lo largo de los sexenios, según la tónica, las preferencias y las relaciones de la administración en turno. 

Otra historia es la posible desfiguración o desmantelamiento de organismos intermedios entre el Estado y los particulares. 

El pasado enseña que sin la agrupación, coordinación de esfuerzos, acopio de alianzas, los sectores desposeídos de capital o medianos ingresos, son aplastados por gobiernos y grandes dueños. 

Esto es, las reivindicaciones y grandes conquistas sociales siempre han sido alcanzadas por la movilización de las masas. También su defensa. Luego entonces, las organizaciones sociales, entre ellas los sindicatos obreros, son indispensables en cualquier sociedad. 

La manera de evitar su degeneración para ponerlas al servicio de líderes eternos y aprovechados, es la instauración de reglas democráticas para su elección y para la indispensable rendición de cuentas.