Enrique Servín, un hombre de paz

Enrique Servín, un hombre de paz 19 de octubre de 2019

Flor María Vargas*

Chihuahua, Chih.

Siempre me decía  "fleuuur", así, en francés alargado, o "Reina de oro"  o "Perínclita" como a todo el mundo. Era su  manera de acercarse, de romper el hielo, con un seudónimo cariñoso. Para mí era "Mi Henruchh" o "El hombre más guapo de Chihuahua". El alcurnioso que nació en pañales de seda -según Olguita Burciaga- pero se convirtió en defensor de los tarahumaras y por eso se le perdonaba todo.

Ciertamente se le quería y respetaba por los amigos y colegas.

Por desgracia, Enrique fue una víctima más de la violencia desatada que se vive en este Estado en más de un sentido.

Qué cómodo decir bellas palabras ante su cadáver como si las palabras -dichas de ese modo por quienes detentan ahora el poder- fuesen capaces de borrar la tajante realidad que significa la muerte y ocultar los fallos de un sistema incapaz de reconocer con acciones, no con demagogia, la valía de las personas, porque el maestro Servín nunca fue plenamente reconocido.

Se le toleraba como una rara avis, más no hubo demostraciones fehacientes de querer ayudarlo y potenciar las posibilidades que su genialidad ofrecía para la entidad.

Los agravios laborales contra Enrique Servín se acumulaban, desde aquel sexenio cuando lo despojaron de su antigüedad laboral y del servicio de Pensiones Civiles como a todos los trabajadores del extinto ICHICULT, o en aquel otro que se le tenía -dicho por él- en calidad de secretaria bilingüe y se le había retirado la compensación, o en ese otro donde lo tuvieron los seis años en un baño por oficina.

Sí, un baño al que solamente le retiraron la taza del excusado y el lavabo.

Administración en la que, además, lo trataron de involucrar en un asunto de gastos inexplicables de la dependencia.

Como muchos otros, veía cómo cada vez le retiraban más presupuesto a sus proyectos, los cuales eran casi siempre geniales. Si hubiera nacido en otras latitudes hubiese sido por lo menos invitado a colaborar con las universidades o con instituciones de prestigio académico, pero bueno, aquí no hay nada de eso que valga la pena. 

Era  un genio con extraordinarios talentos, pero sobre todo un hombre de paz, de amor infinito que no merecía ni el trato que se le dio en vida ni mucho menos el que te arrebató esa vida y que se ha pretendido soslayar a través de las consabidas filtraciones de información manipulada, tan socorridas por las instancias policíacas cuando quieren evitar las presiones de la indignación social generalizada. 

¡Carajo! Cualquiera tiene derecho de vivir feliz su vida sin que por ello deba ser arrebatado de la misma y enseguida ser denigrado por la prensa, menos el querido y admirado Enrique Servín.

Ahora, a sus amigos y discípulos nos corresponde vigilar que su muerte no se convierta en una estadística más de víctimas del odio y exigir que este crimen no quede impune.