Chihuahua, Chih.
Mientras el ambiente se torna evangélico, con personas vestidas de blanco y azul portan cartulinas con consignas bíblicas, exigen al gobierno hacer las cosas conforme Dios dictó según ellos y sus religiones, frente a la catedral de Chihuahua hay un pequeño kiosco.
Hay algunos niños jugando, la noche está por consumir la luz del sol, pero aún hay suficiente para poder ver las formas retorcidas del hierro del barandal del kiosco, y ahí en el centro de cada columna un rostro me sonríe, en un segundo mi memoria me regresó a 1999.
Todos los días, a las dos de la tarde, mi padre compraba un pollo rostizado en la emblemática calle cuarta, -ahí a unos cuantos locales de la avenida Niños Héroes- medio kilo de tortillas de maíz, y cuando la venta de bolis y paletas de hielo iba bien, agregábamos unos chicharrones.
Regresábamos a la plaza de armas a comer, ahí en el kiosco, ese era el lugar para comer; recuerdo el olor del pollo rostizado.
Un día, mientras comíamos sentados en el kiosco, se acercó un señor de edad avanzada; conocía a mi papá y compartimos con él el sagrado alimento. Nosotros colocábamos los carritos de paletas y bolis frente a nosotros y los usábamos como mesa, siempre frente al edificio del ayuntamiento donde el sol no pegara.
El señor, agradecido, parecía regresar el gesto con una anécdota, una historia o una mentira, algo que contar para reposar el pollo, y comenzó a platicar que el kiosco se construyó cuando la catedral fue terminada.
Y comenzó su plática con el rostro sonriente que se encuentra en ese barandal, un rostro enigmático, contrastante, diabólico…
Efectivamente es el rostro que los cristianos le han dado a la maldad, es el diablo, satanás, elegante y con porte. El rostro maldito ahí está en repetidas ocasiones en ese barandal del kiosco, frente al principal templo católico en la ciudad.
De acuerdo al señor, durante la construcción de la catedral de Chihuahua, que duró más de 100 años, el flagelo de la mano de obra recayó en los indígenas que habitaron Chihuahua en aquel entonces, el siglo XVII, donde perecieron muchos de ellos.
Sufrieron las penurias de erigir un templo a nombre de dios y otros santos.
Según el señor, la maldad se respiraba en aquellos tiempos alrededor de aquella construcción, un dolor que se vería reflejado en esos retorcidos hierros, donde se plasmó el sufrimiento de los indígenas.
Y en ese sentido, el señor continuó su historia; explicaba los motivos de cada grabado, las cabezas de dragón, las columnas, mi papá y yo estábamos impresionados ante tal narración. Jamás volví a ver esa plaza de la misma forma.
Años después, cuando se remodeló el kiosco y cubría la fuente de municipio, tuve que investigar sobre la historia de ese lugar, me enteré que aquella historia digna de un libro, era mentira. El kiosco se diseñó en Francia, casi 100 años después de que se concluyó la catedral, aunque me gusta pensar que esa historia del diablo, la catedral y dios es real.
Y es extraño, en este momento, como ese rostro burlón ha sido testigo de infinidad de hechos de la plaza de Chihuahua, y ahora, rodeado de personas que usan el nombre de Dios para justificar su campaña en contra de los derechos de otras personas.
Parecía disfrutarlo, su sonrisa no me dejó dudas, las personas que marcharon y se manifestaron este día en la plaza de armas, no buscan nada para ellos, lo que quieren es que no se les permitan derechos a otras personas.
¿En dónde está la maldad?