Chihuahua, Chih.
La designación del ex secretario de Hacienda, José Antonio Meade, como candidato del PRI rebasa los antiguos parámetros del partido en el poder.
El mensaje es indudable: Para mantenerse en el poder, exhibir una vieja militancia en el PRI estorba en los momentos actuales, dado el enorme desprestigio de este partido, medido en todas las encuestas, y en prácticamente todas las elecciones posteriores al 2015.
El problema es que cambiaron los requisitos, pero fue lo único pues en los primeros días del “destape”, el inminente candidato recurrió a todas las viejas formas de los destapes del pasado, incluida la cargada en toda su plenitud, encabezada por los otros aspirantes, Osorio Chong en primer lugar.
La novedad fue el casi unánime apoyo de los principales voceros de los centros del poder que exponen como principal mérito de Meade el hecho de haber sido funcionario de los últimos cuatro sexenios, panistas y priistas, justamente los del desmesurado crecimiento de la deuda pública externa y del no menos preocupante endeudamiento de estados y municipios.
El destape de Meade, representa el auténtico proyecto transpartidario de las élites mexicanas.
Meade no llega con las mejores credenciales, su postulación obedece a la búsqueda del mantenimiento, a como dé lugar, del dominio de los más poderosos intereses empresariales del país, entre los que se cuentan las empresas y sus propietarios que a lo largo de la última década incursionaron en un novedoso negocio: La contratación, negociación, venta y bursatilización de la deuda pública de los estados y municipios, curiosamente, en aquellos en las que los gobernadores fueron los más fuertemente señalados de corrupción.
En esas empresas financieras aparece como el principal propietario Pedro Aspe, el secretario de Hacienda de Carlos Salinas, el que se ha convertido en el ideólogo de los funcionarios emergidos de las filas del Banco de México y del ITAM, la universidad en la que el mismo Aspe es el principal formador de la élite de funcionarios financieros que luego llegan a formar parte de las instituciones financieras y/o de los cargos de finanzas de los gobiernos estatales y el federal.
A esa élite pertenece Meade.
Y que, además, estos funcionarios forman parte, también, de la élite de los organismos financieros internacionales, formados para administrar las finanzas nacionales y a través de los organismos internacionales, las de la economía global, siempre con las recetas de la política económica que han llevado al mundo, al desastre, con deudas públicas inmensas pero bancos privados riquísimos.
Esa es la complejidad de la elección. Por tercera vez consecutiva, López Obrador aparece en el primer lugar de las preferencias electorales y aunque no es un hombre de la izquierda socialista, que impulsará un programa ya ni siquiera medianamente radical, pero cuya llegada a la presidencia de la república podría detener, por lo menos, el increíble saqueo al que han sometido al país los más poderosos consorcios nacionales e internacionales.
Y la elección, aparentemente, podría desarrollarse de manera distinta a las tres previas.
Ahora no arrancará con tres fuerzas en la verdadera competencia pues todo hace suponer que el Frente Ciudadano (PAN-PRD-MC) puede desfondarse pues el PRI-Meade le apostaría a dividir en tres al voto derechista -entre el candidato del Frente, Ricardo Anaya; Margarita Zavala y el candidato priista-, con lo cual, le apuestan, estarían en condiciones de alcanzar a López Obrador.
Elogiado hasta la saciedad por los círculos cercanos al priismo en todas las esferas de la sociedad, Meade lleva en las alforjas una de las críticas más sólidas, el del enorme crecimiento de la deuda pública de México bajo su conducción, además de otras perlas de la misma importancia.
La deuda externa creció del 28% del Producto Interno Bruto dejada por Vicente Fox, que Calderón llevó al 38% y que el gobierno de Peña Nieto, ha mandado al 48% en el momento actual.
Entonces, si los cálculos electorales les salen bien todo apuntaría a que la elección presidencial se deba disputar entre el candidato de la izquierda, AMLO, y el de la derecha, José Antonio Meade.
Es decir, entre la continuidad del régimen o el cambio por la izquierda, ese será el dilema de los mexicanos.