Chihuahua, Chih.
Como ha ocurrido en todos los cambios del gobernante, de 2004 a la fecha, las muy elevadas expectativas surgidas alrededor del nuevo ocupante de la principal silla de Palacio de Gobierno de Chihuahua se derivan de las muy grandes desesperanzas, enojo, hartazgo, desilusiones y desconfianzas despertadas por el gobernante saliente.
Así llega la primera mujer a la gubernatura del Estado Grande, Maru Campos; quizá con algunos matices de diferencia frente a sus antecesores, la principal es que su triunfo se fincó en la indiscutida hegemonía política mantenida en la capital del estado, fruto de una percepción mayoritaria de que había efectuado una buena labor gubernamental en la alcaldía.
El relevo gubernamental ocurre al mismo tiempo que un fenómeno, -cuyo crecimiento era sostenido, pero de bajo perfil- el del “chapulineo” (el hecho de que destacados militantes de los partidos cambiaban, sorpresiva e inesperadamente, de partido, incluso a aquellos con los que se suponía tenían fuertes contradicciones ideológicas y políticas) se convirtió en un verdadero escándalo de “reciclaje” político.
Lo es, por lo menos, visto con las concepciones del pasado, pero que a ojos de las mayorías es, simplemente, la confirmación de que los políticos “son iguales, todos”.
Para explicarse el triunfo de Maru Campos deberán ubicarse dos factores más, a cual más de importantes: Una abrumadora mayoría de la población ya estaba harta de Javier Corral (y, sorpresivamente, no del PAN); y, también, a que una importante porción del electorado chihuahuense reprueba al presidente López Obrador.
Así lo reflejan las encuestas de distintas empresas, pero quizá quien mejor lo ilustró a lo largo de los últimos 3 años fue Mitofsky, especialmente en las más recientes, en las que Javier Corral resultó ser el peor evaluado de todos los gobernadores. A su vez, los chihuahuenses son quienes califican peor a López Obrador.
Sin embargo, los nuevos gobernantes no deberán perder de vista que su principal oponente -MORENA- obtuvo casi el 33% de la votación, que refleja la inserción en Chihuahua de los seguidores del presidente López Obrador.
Dicho en términos numéricos, 444 mil chihuahuenses votaron por Juan Carlos Loera y 576 mil por Maru Campos.
No está por demás asentar que el rumbo de la entidad dependerá del modo en que ambas fuerzas asuman el mandato del electorado; si el enfrentamiento continúa, la polarización influirá decisivamente en la conducta del gobierno federal hacia Chihuahua, y en la del gobierno estatal hacia AMLO y Morena.
Si el nuevo grupo gobernante lo hace bajo la óptica de la agenda de la oposición al presidente López Obrador, en lugar de dedicarse a gobernar y enfrentar los enormes retos existentes en la entidad, se sumarían el desdén, el bloqueo y la falta de apoyos federales.
Por las primeras expresiones públicas de Juan Carlos Loera, -que el miércoles asumirá la representación del gobierno federal- pudiera deducirse que continuará la confrontación con Maru Campos.
Si Loera no hubiese recibido el espaldarazo presidencial, no habría mayores problemas; simplemente se ubicaría como uno de los líderes de la oposición, de Morena, a la gobernadora (aunque no dejaría de causarle molestias al nuevo grupo gobernante), pero el escenario cambió radicalmente a raíz de su nombramiento.
¿Qué conducta asumirá, ya como funcionario federal, el más importante en el estado?
Las primeras acciones y actitudes de Maru Campos abonan a la distensión y al entendimiento con el gobierno de López Obrador, no solo por lo declarado a raíz de la entrevista entre ambos, sostenida semanas atrás, sino también por las frases dedicadas al representante del presidente, el Secretario de Agricultura y Desarrollo Rural, Víctor Manuel Villalobos Arámbula, cuya designación podría obedecer al deseo presidencial de contribuir a desactivar -o atenuar- la evidente molestia de casi todos los productores rurales, -pequeños y medianos- hacia el desempeño presidencial en esta materia, y no solo por lo relacionado con el conflicto del agua de las presas del centro-sur del estado del año pasado, cuyas secuelas aún se padecen en el entorno económico de la región y en la persistencia del encarcelamiento de cuatro productores, detenidos a causa, no de haber cometido algún delito, sino por haber protestado en contra de las políticas del presidente.
La conformación del gabinete de la gobernadora Campos obedece, primigeniamente, a las alianzas electorales, formales y de facto, conformadas para llegar al gobierno, que abarcaron no solamente a las fuerzas ajenas al PAN, sino a las internas, éstas en el propósito de bloquear el propósito de Javier Corral, de impedirle el acceso a la candidatura, de ahí que Maru y su equipo estrecharan aún más sus relaciones con el presidente panista, Marko Cortés, a tal grado que el delegado del Comité Nacional, Luis Serrato, es hoy el Coordinador del Gabinete.
Pero la conformación de la alianza con el PRI y los restos del PRD obedeció originalmente a una determinación nacional, basada en la integración de un bloque opositor a López Obrador-Morena, y que en el ámbito local, el grupo de Corral la buscó, desde muchos meses atrás, pero llevando como candidato a Gustavo Madero.
Bueno, pues resulta que esa alianza lo que hizo fue darles la oportunidad para que hicieran evidente su muy profunda y larga convergencia.
El PRI y el PAN de Chihuahua hace tiempo que comparten sus banderas políticas e ideológicas. Lo hicieron por una razón harto pragmática: Para disputarse a la mayoría del electorado chihuahuense, evidentemente conservador, que no lo es tanto, de ahí que el PAN atenuó sus banderas ultraderechistas y el PRI sufrió un acelerado corrimiento a la derecha.
Y no solo en los temas más controversiales, como el del aborto, o el del matrimonio de homosexuales, sino también en los temas económicos y en los sociales, de ahí que a muchos priistas no les incomoden los pronunciamientos del panismo, cuando tocan temas tan claramente identificados con los principios ideológicos del blanquiazul, como el del “bien común” (compartido con los mensajes de la iglesia católica) o el de “la familia”, que en el fondo esconde la pretensión de “rescatar” a la “original” familia, la tradicional, -la de papá, mamá e hijos- sin tomar en cuenta, no solamente a la gran diversidad de las familias chihuahuenses, sino al hecho de que más de una tercera parte de ellas están conformadas uniparentalmente.
¿Y el PRD? Bueno, es que eso ya no existe, por lo menos en Chihuahua.
El reciclaje de la clase política chihuahuense es de escándalo. Priistas y panistas de larga trayectoria, sin empacho, asumen cargos postulados por Morena. Este ha sufrido una “decoloración” de espanto y muchos priistas acuden, felices, a asumir cargos de la primera panista en el gobierno.
Así, las tomas de posesión de los nuevos gobernantes se convirtieron, por muchos momentos, en los reencuentros de quienes en el pasado compartieron las mismas trincheras partidistas.
Maru delineó, a grandes trazos, lo que pretende hacer; en su discurso inaugural pintó, además, sus rayas, y pretendió salirle al frente a las banderas de sus críticos y opositores.
De ahí su frase más rescatada, la de que a “César, ni perdón, ni olvido”, en la apropiación de una de las consignas más destacadas del feminismo de la hora actual.
Sin duda, Maru con ello pretendió sepultar el tema de la “nómina secreta”, en el cual el magistrado Juan Carlos Carrasco Borunda resolvió que la Fiscalía “no comprobó que los presuntos sobornos de Duarte influyeran en el voto de la exlegisladora”, por lo cual decretó su inocencia.
En la acusación de la Fiscalía Anticorrupción, la autoridad ministerial retiró los cargos al desistirse los testigos protegidos de sus declaraciones incriminatorias.
En ambas causas, la autoridad ministerial no aportó evidencias que acreditaran la comisión de los delitos imputados.
A pesar de ello, una buena cantidad de ciudadanos, militantes y dirigentes de Morena sostienen que la ahora gobernadora sí recibió el dinero, tal y como afirmó el ex gobernador Corral, sin que a la fecha se hayan podido mostrar los supuestos recibos de la nómina secreta.
Bueno, ni cuando ejercía el cargo, Corral pudo mostrar la evidencia de sus dichos, los que ahora, para desgracia nuestra, sólo abonan a la permanente guerra sucia sostenida por la clase política.
Quedará pendiente, para en las colaboraciones de la semana, la evaluación de los pronunciamientos de la ahora gobernadora Campos.
A ellos volveremos.
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