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Dime ¿Por qué tú, amor?

Dime ¿Por qué tú, amor? 11 de febrero de 2024

Alfredo Espinosa

Chihuahua, Chih.

El amor es, quizá, el fenómeno humano que más preguntas plantea. Todo es enigma, incertidumbre, anhelo. En el centro del misterio está la persona elegida: ¿Por qué tú?

¿Cómo saber si el amor existe; si no encubre otros sentimientos?, ¿o cómo distinguirlo del deseo de posesión o de control, u otros ejercicios del narcicismo? ¿O es sólo un deseo de ser protegido?

¿Qué se ama cuando se ama y a quién se ama? ¿Inventamos el rostro del amor cuando lo miramos como lo necesitamos? ¿Qué se esconde tras el aura mítica del amor? ¿Es el amor un instinto arcaico, una costumbre arraigada, y un simple control sobre una propiedad valiosa? ¿Qué sucede a nuestro corazón cuando el amor todo lo altera?

¿Cuál son las cualidad esenciales en el amor?, ¿pasión, cuidado, ternura, comunicación, respeto, compromiso?

¿Cómo se forman las parejas? ¿Existe la química? ¿Son elementos psicológicos inconscientes que los empujan al encuentro? ¿Es la casualidad, el destino, una elección divina? ¿La manera de amar de las personas se repite como la huella digital? ¿Es la disposición y la apertura de las personas para el encuentro amoroso? ¿Se trata de una especial vulnerabilidad? ¿Es simplemente la circunstancia, el momento? ¿Es el amor un hambre que busca ser saciada?

¿Todo es misterio, azar, capricho?

¿La circunstancia histórica determina el modo en que se relacionan y se aman las parejas? ¿Habrá una manera esencial que contenga todos los elementos del amor, independientemente de la época que se estudie? ¿Puede realizarse un estudio del amor sólo desde el corazón de las personas? ¿Colaboran realmente los estudios de las neurociencias para conocer más sobre el amor? ¿Será necesario cambiar de sede de los afectos del corazón al cerebro? ¿Es la antropología que siguiendo la ruta de las necesidades humanas lo que determina la conducta tal como lo afirmaba Darwin?

¿Cuántos son una pareja?, ¿está en crisis la pareja?,  ¿por qué las personan que viven en pareja necesitan de un tercero? ¿Por aburrimiento, por desquite, por la fascinación o el enamoramiento de otro, por experimentación, para recuperar la autoestima, por convicción, por expandir sus propios límites de la libertad, por la necesidad de indagar en la alteridad?

¿En qué momento deciden que el otro irrumpa en el supuestamente íntimo mundo de la pareja? ¿Es realmente una decisión conscientemente asumida? ¿Existen circunstancias, sociales o individuales, que fragilicen la pareja o vuelvan vulnerables a sus miembros? ¿Es la doble moral necesaria para satisfacer demandas socialmente prohibidas? ¿La infidelidad a la pareja es la fidelidad a si mismo? ¿Es polígama la naturaleza humana? ¿Es el amor monárquico?

¿Cómo llegan a la cama los amantes? ¿Llegan con las armaduras puestas, o se las quitan sólo para recibir placer, o para abrir el corazón? ¿Es la intimidad otro ejercicio del onanismo?

¿Cuándo es el momento preciso para abandonar a una pareja y unirse a otra que le ofrece una pasión novedosa, la aventura, un halo de misterio, una oportunidad para ser feliz? ¿Cuándo, y de qué misterioso modo, el amante se convierte en el amado largamente esperado?

¿Cuándo se rompe la pareja, qué demonios se apoderan de la mente y el corazón? ¿El demonio de la pérdida que rompe el corazón, o el de la obsesión que lo envenena? ¿Por qué se sigue viviendo la separación de los amantes como una pérdida y como un fracaso y no como una liberación?

¿Habrá que esperar hasta que la muerte nos separe? ¿De qué muerte estamos hablando? ¿Sólo es necesario que perezca aquello que unió a la pareja y que, quizá, no es, ni fue, necesariamente el amor?

¿Por qué es tan corto el amor y tan largo el olvido?

2.- ¿Quién es esa persona que amamos?

La diversidad entre una y otra persona es infinita: todas son iguales del mismo modo que todas son distintas. Las diferencias pueden ser físicas pero las más significativas y susceptibles de ser identificadas inconscientemente por la otra persona, son emocionales. La peculiaridad que una persona distingue en otra puede ser real y tan significativa que sea capaz de llenar una carencia o engranar con los mecanismos afectivos de la otra persona. Eso es la química.

Casi todos obedecemos ciega, repetidamente, a un modelo psicológico, a una programación, a un script del cual no somos nosotros mismos el autor. Reeditamos lo vivido en la infancia. Hay mucho del niño que fuimos y somos en el acto amatorio. De hecho, algunos afirman, y sus ejemplos abundan, que el amor es una necedad, una tontera que pasa por sublime, un camino hacia la estupidización, un entontecimiento impermeable a las críticas y capaz de hacer sentir orgullosos a quien lo padece. Y cuidado con advertírselos o  confrontarlos con su propia imbecilidad: amistades prolongadas y fuertes, argumentos irrefutables y bienintencionados, se desmoronan ante el patético comentario de “es que yo la (lo) quiero”.  El enamorado, como el loco, que aunque tiene advertencia de su enfermedad, no discierne con apego al buen juicio de realidad acerca de lo que tiene ante sus narices, ni tiene la fuerza para decidir en un sentido contrario a la fuerza que lo avasalla.

¿Quién es la persona elegida? En realidad, no importa. Helena, la mortal, no sería quien es si no se hubiera forjado el mito sobre Helena de Troya. Dejemos a las mujeres bonitas a los hombres de poca imaginación, ironizaba Proust, los hombres dotados de imaginación verán a la más hermosa en toda mujer. Pregúntenle a Don Quijote por Dulcinea. O aun borracho a las tres de la madrugada.

¿Qué rostro sobreponemos al rostro real de quien será nuestra amada? ¿Qué enigmas esconde en esa zona inexplorada o desconocida de su existencia? 

La persona que habremos de amar ya existe en la mente de quien habrá de amarla. Hay un tatuaje en su corazón. Y esa persona se percibirá como alguien desconocido, alejado, imposible, aunque esté, en realidad, al alcance de la mano. Da lo mismo que alguien diga a quien será su amado: desde el primer momento que lo vi me enamoré; o me eras tan antipático que desde el principio te odié.

Construimos un rostro, un cuerpo, un modo de ser, que previamente ya estaba esbozado en nuestra mente. Y esa ficción crece al margen de nuestra conciencia y cuando en realidad conocemos a la persona real le transferimos los sentimientos forjados en nuestras ensoñaciones. 

Nos enceguecemos ante los defectos que nos muestra con esmero el ser que amamos. Se le sustrae de la crítica y se le estima con los valores más altos. Es una sobreestimación.

Es innegable que la persona amada es una invención del otro; la otra, proyecta en ese sujeto muchas de sus carencias y se ilusiona con la esperanza de que se las complemente; pero también es indudable que existen características reales que atraen con una fuerza hipnótica. Las peculiaridades personales reales se expresan más nítidamente en el enamoramiento y en la pérdida.

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