Chihuahua, Chih.
¿Cómo ubicar el estado de las relaciones entre la gobernadora de Chihuahua y el presidente de la república, Andrés Manuel López Obrador?
La falta de invitación a la mandataria a la gira del presidente, en la que sostendría reuniones con los alcaldes de los municipios limítrofes de Sonora y Chihuahua, y ahora el anuncio de que el tabasqueño vendrá a Guadalupe y Calvo mañana, constituyen mensajes contradictorios de las relaciones existentes entre ellos.
Como nunca, los tiempos electorales se han adelantado. Calificarlos de esa manera tiene una explicación: El país se ha dividido políticamente en dos facciones a cual más de enfrentadas y casi todo lo que ocurra, o haga la clase política, tiene, necesariamente, un sesgo político.
En esa situación, como ha sido a lo largo de casi todo el siglo anterior, la actuación del presidente de la república ha sido de la mayor importancia.
En ese sentido, el gobierno de López Obrador no ha hecho más que aportarle a esa vertiente.
No hay nada casual en los hechos protagonizados por los actores políticos.
Mientras el delegado en Chihuahua de los programas federales, Juan Carlos Loera, movilizaba a todo el aparato federal a su cargo a Sahuaripa, Son. -en donde se celebraría la reunión de los alcaldes sonorense y chihuahuenses con el presidente-, la gobernadora Campos se quedaba esperando la invitación formal de presidencia de la república.
Ante la falta de ésta, Maru se fue a Durango a realizar algunos actos con el gobernador José Rosas Aispuro -de reciente extracción electoral panista y de un pasado más remoto ubicado en el PRI, al lado de uno de los “santones” de la CNC, ex dirigente nacional de esa organización campesina y ex gobernador local, Maximiliano Silerio- ¡En plena recta final de la campaña electoral!
Pero apenas dos días de los actos en los límites de Sonora y Chihuahua, el delegado federal, Loera de la Rosa, publicaba en El Diario un durísimo artículo criticando al grupo gubernamental de Chihuahua, a propósito de la aprobación de la reforma al Poder Judicial, y ubicando a Maru Campos como integrante del “duartismo”: “Es un hecho, la alumna aprendió bien y con estas acciones, de forma llana y simple, permite el fortalecimiento de la pandilla duartista y podría superar al maestro”.
¡Cuántas casualidades!
La discrecionalidad en el ejercicio del presupuesto federal es, todavía, una realidad. No es, ni con mucho, la existente en la época del partido “casi único”, -pero ah! cómo se le parece- en la que el presidente de la república, en las giras a los estados, “premiaba”, o “castigaba” a los gobernadores.
El premio consistía, en todos los casos, en la entrega de una parte del presupuesto federal, mediante el cual el presidente enviaba el mensaje, directo, claro, sin intermediarios, sin dudas, de que él era el “factótum” del país, el que resolvía el modo en el que se gastaba el dinero público de los mexicanos, quien designaba a los candidatos a todos los cargos importantes.
Ante esa realidad, los mandatarios estatales intentan no “malquistarse” con el presidente, y menos ahora en que López Obrador inauguró la época en la que los premios incluyen -igual que antes, pero entonces, porque esa era la realidad, no incluían a los gobernadores emergidos de los partidos de oposición- las embajadas de México en algunos de los países más “solicitados” y, además, porque el “castigo” presupuestal ejercido por el presidente puede ser determinante para, no solamente los planes del gobernador en cuestión, sino, fundamentalmente, para la entidad que gobierna.
Un factor más que enturbia esa relación es la elevada competitividad electoral, la que prácticamente todos los años está en vigor, merced a la enorme disparidad de las fechas electorales en el país, y en la que los “superdelegados” pueden influir determinantemente en esa relación, de ahí la importancia de tales funcionarios.
Son, a querer y no, los representantes del presidente en las entidades en las que se desempeñan y de ellos, así como de los mandatarios, se espera se comporten institucionalmente, algo que se deplora en el presente caso.
¿O habría que achacarle esa pugnacidad al presidente?
Es de no entenderse, pues existen bastantes evidencias de que la conducta del delegado Loera está en plena sintonía con el presidente López Obrador.
¿O será que éste ha inaugurado tal modo en la recta final de su mandato?
¿Acaso se está haciendo eco de quienes ubican a la gobernadora Campos como posible candidata presidencial?
Es mucha la antelación, pero la clase política no deja de sorprendernos.
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Fuente de citas hemerográficas recientes: Información Procesada (INPRO)