Delicias: una biografía solar

Delicias: una biografía solar 27 de marzo de 2022

Alfredo Espinosa

Chihuahua, Chih.

Nací en Delicias

por eso ando

entre espejismos

buscándome

La mejor ciudad es la que vive en nuestro corazón:

y la mía es Delicias.  

Una ciudad se lee como un libro o se hojea como un álbum de familia.  En ella existen páginas antiguas y recientes, memorables o triviales, luminosas o sombrías; páginas rotas, arrancadas, sobrepuestas.  Páginas que se caen como pétalos de una rosa marchita.  

Por ellas pasa el tiempo floreciendo jardines y muchachas, demoliendo viejas casas y edificando nuevos barrios, madurando experiencias y sabiduría para el arte de la convivencia, alzando del barro seco a las nuevas generaciones o desvaneciendo como nubes las vidas de quienes hemos amado.  Páginas que se miran con el cristal de los recuerdos y el suspiro de la nostalgia o con la esperanzada mirada puesta en el porvenir.

Los Vencedores del desierto son quienes encallecieron sus manos levantando una ciudad espléndida; de los agricultores de indómito corazón, de los que ofrecieron sus buenos oficios para aligerar la vida, porque de lo que se trataba ahí era “provocar de la nada, un vergel”, es decir, de la edificación en lo baldío, del amueblamiento de los páramos, de lograr la habitabilidad en el llano pelón, de hacer reales los espejismos.

Por eso, el verbo que determina y desarrolla este esplendor es el verbo hacer. Hacer para vencer lo inhóspito sin derrotar a la tierra. Una historia de vida y lucha; no de guerra y devastación.

En el comienzo todo era tierra yerma y polvorienta, víboras y lagartijas. “El mismo desolador panorama: Una tierra reseca y estéril, una llanura gris adornada aquí y allá por lánguidos mezquites, huizaches chaparros, espinosos tecomblates, esbeltos pero también espinosos ocotillos, yucas, larguísimos quiotes y largorcillos, miles de matas de guamis, incontables variedades de cactus al cual más sedientos y algún cerro ardiente medio cubierto de cilantro silvestre… únicamente animado  por el tembloroso conejito parado en sus patas con las orejas venteando el aire, por el ardillón montaraz, por el coyote huidizo, por uno que otro venado extraviado, por alguna zorra de larga cola, por el vuelo repentino de parvadas de torcazas pardas, por el rebuzno lejano de mulas errantes.

En su sueño, veía aquellos secos andurriales transformados en vergeles, donde además podría convertirse en realidad el viejo anhelo de tantos hombres desengañados que, habiendo dejado media vida en la revolución con la esperanza de alcanzar un pedazo de tierra, al final veían que sólo eran dueños del lugar donde los habrían de sepultar….” ( Carlos Gallegos, el mejor biógrafo de Delicias).

Cuando llegó el bautizo del agua con el legendario sistema de riego número cinco, aparecieron las Delicias. En la gestación de esta historia están el gobernador Enríquez y su hermano Benjamín, el plano del ingeniero del Pino, Carlos Blake, un incontable número de ingenieros, agrónomos y políticos, pero también los buscavidas, los gana panes, los verdaderos héroes cuyos nombres no aparecerán nunca grabados en cobre al pie de algún monumento, los que no tienen alcurnia ni pedigrí: los pioneros. 

La vida doméstica de los que hacen un pueblo es el hilo conductor de la fundación de Delicias: una belleza asesinada, un tractorista manco, un estibador sin piernas pero con patas, una de las cuales era la mala, porque era de encino, en cambio la otra, la buena, era de caoba. No faltan inmigrantes de nombres exóticos, vendedores de ropa y agua hervida, los herreros, peluqueros, expendedores de frutas y verduras, hoteleros, y todos quienes realizaban cada día un acto heroico.  

Todos estos personajes enfrentaron a un ejército de mezquites a hachazos que es todavía más difícil que vencer a La Gorgona con espejos y espadas; derrotar al cíclope Polifemo es más sencillo que hacer un buen vino en el desierto. Actos que vistos a través del cristal de la nostalgia se perciben ya con un aura milagrosa. 

¿Quién no recuerda el viento aromoso cuando meza la alfalfa verde y generosa bajo el sol de la tarde, o aquellos veranos jugando con los amigos en el placer sumergirse en un magro río cristalino, repleto de tortugas y tripoletas, o las noches en las plazas cuyos árboles se llenan de esos oscuros frutos vólatiles que son los chanates y los chirulos, pechos rojos y amarillos? 

Yo hubiera contado la historia de Delicias de otro modo: el mío sería el testimonio de un niño perplejo, de un adolescente hechizado por un puñado de actos maravillosos o aterradores. El niño que sacaba del canal a las tortugas pedorras, y los raudos cangrejos, el que descubrió un día en el baúl del abuelo los libros de poesía, hipnotismo y magia que definieron su destino, aquel que miraba pasar al vocero de “La Jeringa” denunciando cosas terribles contra el gobierno, mientras el Sanforizado le chupaba los aires delirantes a la gasolina recalentada de los muebles; el muchachillo que a los 14, después de llevarle gallo su madre a coro con sus amigos, llegó a la zona roja donde descubrió un mundo sorprendentemente animado y feliz, con música, cervezas, arrumacos y carcajadas, y ese nombre veracruzano que todavía me persigue: el Mocambo, donde seguramente estuvieron nuestros padres muchas veces gozando de las turbias carnes apetecibles. 

Yo hablaría con la voz  del chamaco que conoció el autoritarismo del poder atroz en plena calle tercera, cuando el Chewi Talavera en medio de una gira de algún presidente sacó una pancarta denunciando alguna injusticia, por lo que fue golpeado salvaje e impunemente, o la de alguno de esos  adolescentes con vocaciones utópicas y rockeras, de pelo largo, ropas estrafalarias, y hábitos canábicos que desdeñaban las no siempre admirables cátedras preparatorianas a cambio de disfrutar una buena puesta de sol.

Cada quien en encuentra en Delicias su Macondo, sus Placeres (Jesús Gardea) y su Albores (Alfredo Espinosa), su Laing y su Arguijo, (Carlos Gallegos), los vencedores, así sean del desierto, de la injusticia, o por simple acomodo político, oficializan los hechos con estatuas o asignando nombres emblemáticos a calles o colonias. 

Delicias es una historia viva en la que los personajes se nombran con algo de sangre, de pálpitos y escalofríos, de deseos y tragedias, es una gran enumeración de personajes reales que anduvieron en estos páramos y que regresan de vez en cuando como actores fantasmales para dar su función en el teatro de los recuerdos.

Y es que las cosas que uno mira con los ojos y con el corazón, son las que después serán dignas de contarse. 

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