Chihuahua, Chih.
Una vuelta a la tuerca y ya no eres nadie, nada.
No supiste cuando sucedió: el caso es que tú, el centro del universo, el corazón del corazón de tu amada, eres el otro, estás al margen. Lo comprendes tardíamente porque hay turbulencias en tus emociones, porque te ciegan las cosas que están sucediendo y no logras asimilarlas y quieres aferrarte al esquema del pasado en que eras Dios Padre, y no te avienes a tu nuevo papel de segundón.
Y cuando te cae el veinte empiezas a sufrir como el mismísimo crucificado.
El amor pone al descubierto tus puntos flacos. ¿Quieres conocerte de veras? Espera ser traicionado por la persona amada y entonces conocerás al demonio que te habita.
Tonik Nibak, poeta chapaneca, escribe este Hechizo para matar al hombre infiel, y catartiza el demonio que la perturba:
“Que pague con su carne./ que no pase de mañana o pasado/ .
Que trece diablos Mujer, que trece diosas de la muerte/ borren su nombre.
/Que empiece un viento en el corazón que apague su vela/
Que muera en un camino./ Que le aplaste un carro. / Que le aplaste una bicicleta./
Rómpele una pata./ Y si se muere voy estar riendo./
Métele un cuchillo en su corazón./ Clávale un clavo en su cuerpo.
/ Que una termita gigante crezca en su ombligo/
una avispota, una hormiga en su oreja. /Que penetre nueve veces
en su cráneo/ el veneno de la culebra de las nueve narices./ Aviéntale a la mierda su
ánima./ Que los gusanos coman su alma y su miembro./
Que se agrande su panza. / Que se atragante con un frijol./
Dale chorrillo, sécale su semen./ Házle chiquita chiquita su verga. /
Que no se vaya a escapar./ Agárrenlo./ Mátenlo en su cama”.
El caso es que un día la buscas, le pides explicaciones o le suplicas que no te abandone, y ella te dice que la dejas, que el amor que se tenían da patadas de ahogado, que la olvides, que está inaugurando otra historia sin ti.
Y para que comprendes se envalentone y te dice: sin no es él, será otro, otros. ¿O qué, prefieres que ande de putilla, de cama en cama, incluso en la de tus amigos, o que me concentre en un hombre al que pueda darle todo lo que a ti te di y menospreciaste?
Le muestras el corazón desgarrado a la persona que amas, le imploras que vuelva a ti, pero ella te reclama que ya ha sido muy aporreada, que necesita aprender a respirar de otra manera, que se hunde y que en el naufragio toma lo que esté cerca de ella.
Y tú sufres como perro. ¿Has sentido el dolor del amor?
Quienes sostienen que el amor es un asunto de impulsos nerviosos, neurotransmisores, endorfinas y ferormonas, están equivocados.
El amor es un asunto del corazón, y ahí duele. Y duele cuando lo que amas, aquello de quien depende tu felicidad, no es tuyo o ha dejado de serlo. Una daga, a mansalva, con un solo golpe seco, se hunde en tu pecho.
¿La hundes tú mismo, la mano que amas o un tercero que se entromete? Sientes el metal, de pronto, en la intimidad de tu corazón porque descubres una deslealtad, porque desbocaste tus celos una noche de insomnio, porque te invade la incertidumbre, porque algo terrible que te dice la persona amada te hiere brutalmente, porque las circunstancias apremian a la ruptura, porque no puede ser lo que ya ha sido…
El pecho se te oprime, te duele hasta el aliento. El estómago se hace nudo, se cierra la garganta. Alguien te sofoca, te ahorca. No duermes, no comes, hay un desasosiego permanente. Te persiguen las sombras. Estás tan débil que un resfriado te puede matar, o una canción; no toleras los noticiarios ni los periódicos, te duelen los poemas, lloras cuando una pareja se besa en la calle o maúlla un gato hambriento.
La luna es una hostia del demonio. No te concentras, trabajas, necesitas un trago y pides un cuchillo. Cada instante dices su nombre y es un clavo ardiendo en tu frente; la sueñas, la sudas, la vomitas.
Sales a la calle y crees que se te aparecerá a cada momento. La imaginas, ah, la imaginas como cuando era tuya, y te arrepientes por los sinsabores que le hiciste pasar y te enfureces por la manera tan estúpida de perderla.
Los amores locos suelen ser breves, intensos, rompen el corazón y se recuerdan siempre. Las heridas que causan son curadas por otros, más sensatos y serenos, y estos son quienes se quedan con las amadas por otros.
Comienzan consolando, curando heridas, consolidando fracturas, encubriendo con besos los tatuajes todavía ardorosos, sobreponiendo sus historias modestas a La Gran Historia que nos rompió el corazón. Al final, la sensatez logra imponerse a aquella locura que recordaremos siempre.
Estás en ese punto que describe el soneto de Jorge Luis Borges, si tuvieras su talento, lo podrías haber escrito tú:
Ya no es mágico el mundo. Te han dejado.
Ya no compartirás la clara luna
Ni los lentos jardines. Ya no hay una luna
Que no sea espejo del pasado,
Cristal de soledades, sol de agonías.
Adiós las mutuas manos y las sienes
Que acercaba el amor. Hoy sólo tienes
La fiel memoria y los desiertos días.
Nadie pierde (repites vanamente)
Sino lo que no tiene y no ha tenido
Nunca, pero no basta ser valiente
Para aprender el arte del olvido.
Un símbolo, una rosa, te desgarra
Y te puede matar una guitarra.
Pero ya es muy tarde. Llega el momento en que la persona amada se convierte en un instrumento de tortura letal. Oh, ella, que ha sido para ti el nombre mágico de la dicha.
Y entonces, por fin, entiendes que las ecuaciones del corazón son más complejas que el cálculo infinitesimal y la trigonometría; más explosivas que la pólvora, más impredecibles que la conducta de un delirante. Que nada se sabe, solo que el amor es un ciego guiado por una loca.
La esencia del amor es la libertad, pero para quien ama, la libertad de la persona amada es intolerable.
Quien ama desea que esa persona le pertenezca absolutamente. Quiere unirla a sí con grilletes, o herrarla como si fuera una res, o más civilizadamente, firmar ese contrato de pertenencia, hoy llamado matrimonio, pero eso no lo salva de los cuernos.
La libertad es el conflicto más poderoso del amor. Su mayor felicidad es cuando dos se funden en uno; y el peor infierno es cuando dos juran ser uno y resultan, por lo menos, tres.
La posesividad, casi inevitable en el amor, lleva a los tormentos más acerbos. Esa es la raíz de lo trágico. Todos los días leemos en las notas rojas de los periódicos acerca de los crímenes más atroces cometidos por la desmesura del amor.
Toda historia de amor comienza con una traición. Todo mundo tiene a alguien que desecha cuando conoce a otro más atractivo e interesante. Esa es la traición más vulgar de las historias amorosas y, sin embargo, sigue doliendo. El grito se refina en canciones y poemas, pero nunca deja de doler.
Son las congojas del amor desairado. Quienes olvidan su historia están condenados a repetirla. Y quienes han sido traicionados, aprenden a traicionar. Primero por desquite, la segunda por capricho y la tercera por placer. Quizá logren perdonar, pero no olvidan. Se desencantan del amor y van agarrando valor; hablan con verdades y hieren las reputaciones y pican el amor propio, con palabras de una dama, te ventanean diciendo que fuiste un fiasco en la cama, y bueno, ¿qué tanto es tantito?, una noche de copas, una noche loca, amanecen en sábanas desconocidas. Total: el amor dura lo que dura dura.
Un tequila, el mariachi y una canción nos empujan a seguir, dando tumbos, el tortuoso itinerario del sentimiento mexicano. A tientas nos percatamos de las mudanzas del corazón que primero ama y luego odia, luego se reconcilia hasta que termina separándose, solo por el gusto sentir nostalgia, para finalmente echarse a la perdición de los alcoholes delirantes, a los amores sin sentido, a recordarnos a cada instante que debemos olvidar a la que amamos sin remedio.
El amor que se apaga, o que se muere, cuando en el otro está vivo y ardiendo es el drama, la telenovela, la ópera bufa –cada quien escribe su propio guión– de un trasunto harto común y barato, una simple ecuación de amor, lágrimas y bragas.
Mezclas lo dulce con lo amargo, la miel con la cicuta y a sorbos te lo vas tragando, con besos e ilusiones, con abrazos y adioses, con recuerdos y canciones, con esperanzas y desconsuelos. Con los primeros tragos sientes que te embriagas, flotas, conversas con los astros, te emborrachas con los dioses, viajas en nubes y entre pájaros, y de pronto, ¡zaz!, comienzas a caer.
Y habrás de enterarte que una versión del infierno es esta: a persona que más amas se vaya de tus brazos y te deje el mundo habitado por su ausencia; pero además –el infierno es infinito en sus formas de proporcionar castigos– que ella se abandone a los brazos de otro con el mismo fervor con que lo hacía en los tuyos, y que a ese otro le entregue todo, todo, todo, ¿me entiendes?, todo lo que te dio a ti, todo eso por lo que enloqueciste, por lo que darías todo lo que tienes. Por su magia, por su dicha, por el paraíso, por su amor. ¿Sabes de lo que estoy hablando?
*Fragmentos del libro Amor, miel y veneno. Éste y otros libros del autor Alfredo Espinosa, se encuentran a la venta en Librería Kosmos, a un lado de las Fuentes Danzarinas.
Comentarios: [email protected]