Chihuahua, Chih.
Difícil momento vive la izquierda electoral de México. En general esta corriente política en el país transitó mal por la así llamada “vía electoral”.
La izquierda de origen comunista y socialista efectuó a lo largo de décadas una intensa y a veces interminable discusión acerca de la participación electoral.
Al asociarse a los grupos rupturistas del PRI, a fines de la década de los 80’s, esa discusión fue superada por otra: ¿Cómo derrotar al régimen del partido casi único, el del PRI?
Así, prácticamente sin discusión, la izquierda socialista plegó sus banderas ideológicas y se entregó entusiastamente a las luchas electorales. Se olvidó de la lucha de clases y la construcción de un nuevo régimen, socialista o socialdemócrata, como en algunos pasajes de los primeros tiempos del PRD se llegó a plantear, fundamentalmente por Porfirio Muñoz Ledo.
Y le fue bien electoralmente, tanto abanderando a Cuauhtémoc Cárdenas como a López Obrador. Los triunfos electorales se dieron en prácticamente todo el país, el que no se podrá entender en el futuro sin esa aportación democrática de la izquierda y sin la participación decidida del ahora presidente. Con él en la presidencia perredista llegaron los primeros triunfos estatales.
Pero la participación en las contiendas electorales traía aparejada una buena cantidad de consecuencias, la primera de ellas, la plena aceptación de las reglas electorales y la del marco legal existente, lo que implica -si se sabía de ello, y si no, peor- la también aceptación de actuar dentro de un conjunto de normas, reglas, instituciones, dependencias, alianzas económicas y modelos económicos los cuales fueron construyéndose paso a paso por el bloque político hegemónico, los cuales pasaban por la plena integración a los EU.
Pero la primigenia discusión, la de aceptar, o no, subsistía, no solo en los cada vez menores sectores de la izquierda socialista, sino también entre quienes llegaban del partido fundado por Miguel Alemán -porque se equivocan quienes plantean que el PRI fue fundado por Lázaro Cárdenas- por ello, Morena, el partido gobernante, en sus primeros momentos fue cruzado por una, a la postre inútil discusión: Si el Movimiento de Regeneración Nacional se convertía en un partido o en un movimiento.
Era inútil, su principal activo y su más importante dirigente ya lo había resuelto: Había que derrotar al PRI y ganar la presidencia de la república.
Para lograrlo había que construir un vasto movimiento social en pos de ese objetivo, que requería alcanzar una gran organización electoral que compitiera con la poseída por el PRI y, además, -y no se necesitaba exagerar- enfatizar en todo lo negativo que sus gobiernos habían prohijado, pero, oh! Sorpresa, para López Obrador eso lo habían hecho solamente en el “período neoliberal”, no antes, no el PRI de antes.
De ahí el ensalzamiento del presidente López Mateos pero dejando de lado los aspectos, -y no fueron pocos- negativos, represivos, de ese mandatario. De ello podrán dar cuenta los más veteranos de aquella izquierda.
Pero si se enfatizó en todo lo negativo que fueron los partidos del régimen neoliberal, entonces las consecuencias son hasta lógicas: No puede haber arreglos con ellos, si se oponen a las directrices del presidente, porque éstas son las adecuadas, son las que van en el sentido de la nación -de la patria-, de ahí que nadie podrá oponerse a ellas, no obstante la existencia de un complejo entramado de reglas, normas, contrapesos y aspectos técnicos y financieros como los que rodean a la industria eléctrica de nuestros días.
Y si se oponen a los deseos del presidente, entonces son contrarios a la patria, son traidores.
Tal concepción se deriva, otra vez, del viejo dilema de la vieja izquierda.
Si entras al juego electoral, entonces tendrás que aceptar la existencia de los “otros”, que pueden, no solamente competir, sino ganarle a los “transformadores”; que hay sectores de la población que no comulgan con tus concepciones y que, por lo tanto, son “conservadores, fifís, reaccionarios, racistas”, etc., pero que, a menos de cambiar totalmente las reglas democráticas, electorales vigentes, entonces los transformadores deberán, necesariamente, que convivir con esas fuerzas.
Y ahí está el problema. También la acusación que en su visión no necesita comprobación, basta con el señalamiento: ¡Los compraron!
Por ende, quienes, en los medios de comunicación, en la academia, en las organizaciones no gubernamentales, las de la sociedad civil, mantenemos opiniones críticas, somos “chayoteros”; “les llegaron al precio” o, peor, los “manipulan”.
El lenguaje del odio, el de la confrontación política por encima de todo; la pretensión de eliminar verbalmente al adversario se está convirtiendo a grandes zancadas en el método principal de la discusión política.
Descalificar al otro, acusarlo sin más razones, ni pruebas; lincharlos, forma parte del discurso político de hoy.
Urge cesar ese discurso de odio.
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Fuente de citas hemerográficas recientes: Información Procesada (INPRO)