Juárez tirasup
Díaz Ordaz me hizo guerrillero

A 50 años

Díaz Ordaz me hizo guerrillero 5 de octubre de 2018

Francisco Javier Pizarro Chávez

Chihuahua, Chih.

El movimiento estudiantil de 1968 puso al desnudo a nivel mundial el autoritarismo, falta de democracia  y represión del Estado mexicano.

Cierto es que esto para los mexicanos no era ninguna novedad. Desde años la institucionalización de la Revolución Mexicana los diferentes gobiernos hicieron uso extremo de la violencia para sofocar el levantamiento de Rubén Jaramillo, el de los ferrocarrileros encabezado por Demetrio Vallejo y Valentín Campa, el de los maestros liderado por Othón Salazar y los movimientos campesinos de la década de los 60 encabezados por la UGOCM [Unión General de Obreros y Campesinos de México] y normales rurales.

La democracia no existía. El Partido Revolucionario Institucional (PRI) como partido de Estado, tenía la hegemonía política y social absoluta en todos los ámbitos; el electoral, el sindical, el campesino y por supuestos el de las instituciones de Educación superior.

No había en lo absoluto libertad de expresión y de manifestación; los periódicos –salvo raras excepciones– como la radio y la televisión estaban bajo control del gobierno en turno.

El detonante del movimiento estudiantil no fue el zafarrancho entre estudiantes del Politécnico y la Universidad del nivel medio el 16 de julio. Lo que prendió la mecha fue la brutal represión de los granaderos y la intolerancia del Regente del Distrito Federal, y del Presidente de la República, quienes al amparo del principio de autoridad desdeñaron los reclamos estudiantiles y por supuesto el pliego petitorio de seis demandas, todos los cuales les parecían intolerables:

Lo que más le preocupaba al Gobierno de Gustavo Díaz Ordaz eran en particular tres asuntos:

Libertad de todos los presos políticos, no solo de los activistas estudiantiles sino también de los presos políticos sindicales. El movimiento estudiantil contaba con el apoyo de amplios sectores de la ciudadanía, por lo que dejar en libertad a sus lideres, era un riesgo para el Presidente.

a) La derogación del 145 del Código Penal Federal que regulaba los delitos de disolución social, entre los cuales se incluía la difusión de ideas que perturbaran el orden público y/o afectaran la soberanía nacional. Aceptarlo significaba para ellos, violentar el sagrado principio de autoridad que les justificaba todo y abrir la puerta a la libertad de expresión, manifestación y ejercicio de las garantías individuales plasmadas en la Constitución.

b) Deslinde de responsabilidades de los funcionarios involucrados en actos de violencia contra los estudiantes y establecer un diálogo entre autoridades, incluyendo al Presidente de la República y el Consejo Nacional de Huelga para negociar las peticiones, lo que para el gobierno era literalmente inaceptable.

c) La  respuesta fue otra muy distinta: la masacre del 2 de octubre en la Plaza de las Tres Culturas con la participación del Ejército y provocadores que con moño al brazo abrieron fuego tanto contra los estudiantes como los militares, lo que conmocionó a todo México.

En su IV Informe de Gobierno, el 1 de septiembre de 1968, Díaz Ordaz asoció el descontento social con intentos de sabotear los Juegos Olímpicos. “Los desórdenes juveniles que ha habido en el mundo han coincidido con frecuencia con la celebración de un acto de importancia en la ciudad donde ocurren”.



En aquel entonces yo era un adolescente de escasos 16 años, presidente de la Sociedad de Alumnos de la Secundaria Federal No 1, en la ciudad de Chihuahua. No era fácil en esa época, a 1,441 kilómetros de distancia, tener información fidedigna de lo que estaba ocurriendo.

Los medios periodísticos locales, escasos canales televisivos y radiodifusoras no solo distorsionaban la hechos, sino además hacían apología del gobierno y por supuesto criticaban y denostaban a los estudiantes “enemigos de la Patria manipulados por fuerzas externas para desestabilizar al país”.

Fue por ello que  acordamos en la sociedad de alumnos elaborar un periódico estudiantil, “El liberal”, en el que difundíamos las causas del movimiento, divulgamos los seis puntos del pliego petitorio e información que lográbamos obtener, ya sea por fuentes familiares, maestros y estudiantes de la Universidad que, por cierto, tuvo larga data hasta fines de 1972.

Nos dimos cuenta de los alcances del movimiento  estudiantil cuando llegó a nuestras manos el documental “El Grito”, el cual proyectamos de manera clandestina a los alumnos de la secundaria.

El documental tuvo un impacto tremendo, inclusive entre algunos maestros que apoyaban el movimiento, a tal grado que cuando convocamos a un paro estudiantil  indefinido en repudio a la masacre del 2 de octubre, en una improvisada asamblea estudiantil, la mayoría  se manifestó a favor.

La reacción del director fue inmediata. Anunció la suspensión de clases con motivo de las Olimpiadas, como ocurrió también a los alumnos de secundaria de la Universidad de Chihuahua. Fue evidente que la orden de la suspensión de clases vino del gobierno.

La masacre del 2 de octubre es un punto de quiebre para mi generación. Un antes y un después. Fui uno más de los miles de estudiantes que agobiados por ese terrible oprobio, y otros más como el “Halconazo” del 11 de junio de 1971, nos convencimos que no había otra forma de hacer frente al autoritarismo y la represión que el de la lucha armada.

El Asalto al Cuartel de Madera es la primera acción de envergadura de la guerrilla contemporánea en México. Fue realizada por la organización insurgente Grupo Popular Guerrillero en la madrugada del 23 de septiembre de 1965; participaron campesinos, estudiantes, maestros y líderes agrarios, quienes intentaron tomar el cuartel del Ejército mexicano en Madera, Chihuahua.



La semilla ya la traía sembrada. Unos meses antes del asalto al Cuartel de Madera se realizó en casa de mi padre una reunión con Arturo Gámiz, los hermanos Ford y algunos normalistas más, alumnos todos ellos de él, en la que le informaron que tenían planeado levantarse en armas y asaltar el Cuartel de Madera.

La conversación fue larga y controvertida. Mi padre se oponía y les hacía ver que ese no era el camino, que además no tenían preparación para enfrentar a los soldados, que era un suicidio. Obvio es que no logró convencerlos.

Esta conversación quedó grabada por siempre en mi memoria y de una de mis hermanas, menor que yo, quien, preocupada por lo que oyó, le preguntaba insistentemente a mi padre: “¿verdad que no te vas a ir a la guerra?”.

En 1969 ingresé a la preparatoria de la Universidad que logró su autonomía justo en1968. En ese entonces había dos agrupaciones estudiantiles: El Círculo Estudiantil Preparatoriano, herencia del Instituto Científico y Literario creado el 19 de marzo de 1835 y el Frente Revolucionario Estudiantil Preparatoriano (FREP), al que me adherí y ganó las elecciones estudiantiles ese año.

Con el apoyo de la Sociedad Ignacio Ramírez, El Nigromante, de la Escuela de Derecho, muchos  de los cuales eran nuestros maestros de filosofía, historia y economía en la preparatoria, el FREP impulsó una reforma de los anquilosados programas de estudio prevalecientes, y pugnó por la democratización de la “Universidad Napoleónica” vigente, empezando por la paridad de alumnos y maestros de los Consejos Técnicos y del Consejo Universitario y el cogobierno en las preparatorias diurna y nocturna.

Un año después 1970 se logró la reforma, huelga de por medio. En ese entonces fui electo como Consejero Universitario de la Preparatoria, y participé junto con los demás consejeros en impedir la entrada de Luis Echeverría Álvarez, candidato del PRI, a la Universidad.

Formé parte de los oradores que el Consejo Universitario aprobó, con la anuencia del Rector, de hacer uso de la palabra en el Paraninfo Universitario y explicar a maestros y alumnos, que en respeto a la autonomía universitaria y repudio a su conducta como Secretario de Gobernación de Gustavo Díaz Ordaz, era inadmisible que Echeverría entrara al recinto universitario para promocionarse, como lo hizo en la UNAM, donde fue apedreado y corrido.

El movimiento estudiantil universitario de 1968 a 1973 tuvo un papel relevante en esos años. Antes del 68 las protestas y luchas estudiantiles tenían como eje las escuelas normales rurales y la Normal del estado donde se forjaron los guerrilleros del Asalto al Cuartel Madera y el Grupo Popular Guerrillero junto con campesinos despojados de sus tierras.

El activismo político universitario no se  circunscribió únicamente al ámbito estudiantil, se extendió a lo social. Participamos en la conformación de clubes de estudio en la Colonia Francisco Villa, creada en junio de 1968,  apoyamos la  huelga de la Escuela de Agronomía Hermanos Escobar, la de Triplay Parral, Pepsi Cola, trabajadores de la Junta de Aguas, entre otras.

Ese año fui reclutado por Diego Lucero, ex presidente de la Sociedad de Alumnos de la Facultad de Ingeniería, quien formó parte de las redes urbanas de apoyo de la guerrilla rural de  Arturo Gámiz y Oscar González y formó la guerrilla urbana conocida en sus inicios como “Grupo N” y posteriormente como “Los Guajiros”, como le puso Lucio Cabañas, quién le dijo a Diego –con quien entabló una estrecha relación–, que su propuesta de unir los diversos grupos armados que operaban en ese entonces, era “un sueño guajiro”.

Se me encomendó como primera tarea contrabandear armas de Estados Unidos para el Partido de los Pobres de Guerrero. Una vez concluidos mis estudios preparatorianos, Diego me pidió que pasara a la clandestinidad como militante profesional de la organización, lo cual acepté con plena convicción con la única condición de que se me autorizara casarme con quien era mi novia desde 1967. Tenía en claro –por lo que ya había leído en manuales–, que la libertad y la vida de un guerrillero era sumamente corta. Regresé del Distrito Federal donde ya operaba en agosto de 1971, para casarme con ella.

En apenas cinco meses de ese año, participé en la expropiación o asalto, como usted quiera nombrarlo, de tres bancos: uno en el Distrito Federal en septiembre, otro en Guadalajara en diciembre y el 15 de enero de 1972 en el fatídico triple asalto bancario de Chihuahua, donde perdieron la vida Diego Lucero, Avelina Gallegos, ambos originarios de Chihuahua y parientes, además Oscar, Ramiro y Gaspar (seudónimos) provenientes de Jalisco, Nayarit y Baja California, y resultaron heridos José Luis Alonso y capturados otros más integrantes de Chihuahua, entre ellos, Marco Rascón, Marco Antonio, hermano mío y Rosendo Colomo.

A otros participantes logramos sacarlos de la ciudad que se encontraba en un verdadero Estado de sitio con patrullaje militar.

Fui trasladado junto con Marco Rascón al Campo Militar No. 1 (Rascón fue regresado a Chihuahua) donde sistemáticamente fui torturado durante dos semanas y después enviado al Palacio Negro de Lecumberri, donde estuve varios meses en la crujía D, de Homicidios, y luego “apandado” en castigo a un levantamiento que protagonicé contra los guardias de la prisión por la golpiza propinada a un integrante del Frente Urbano Zapatista (FUZ), durante las “labores de fajina” que todas las noches nos obligaban a realizar en cuclillas en el penal.

Posteriormente se me trasladó a la crujía de siquiatría al frente de la cual estaba Goyo Cárdenas, por órdenes de Arcaute Franco, entonces director del penal de Lecumberri, para ver si así “entraba en razón”, como me lo confesó avergonzado el médico que me dictaminó como “enfermo mental” para justificar el traslado a esa crujía.

Gracias a la solidaridad de alumnos de la Escuela de Antropología e Historia, donde cursaban carrera muchos amigos originarios de Chihuahua y la de estudiantes del Instituto Tecnológico de Chihuahua, que se trasladaron en un camión al DF para protestar por esa arbitrariedad que ponía en riesgo mi vida, me sacaron de esa crujía y me enviaron a la “Crujía O”, donde eran recluidos integrantes de diversos grupos guerrilleros rurales y urbanos.

Ahí conocí a compañeros entre ellos a Florencio Lugo sobreviviente del asalto al cuartel Madera; del Movimiento de Acción Revolucionaria, (MAR); del Frente Urbano Zapatista (FUZ); de la Asociación Cívica Nacional Revolucionaria (ACNR), de Unión del Pueblo, de Lacandones y otras organizaciones de menor presencia.

El 4 de mayor de 1973, las Fuerzas Revolucionarias Armadas del Pueblo (FRAP) secuestraron al Cónsul norteamericano de Guadalajara, Torrance George Leonhardy, quien fue canjeado por 30 presos políticos de diversas entidades en la República que fuimos trasladados a Cuba dos días después.

De la “Operación 15 de enero Chihuahua”, como se le llamó a esta acción, ya tenía conocimiento que se realizaría y se me encomendó designar la lista de los que estábamos en Lecumberri y se incluirían en el canje.

Como era de esperar, Miguel Nazar Haro, entonces director de la Dirección Federal de Seguridad, fue por mí y me llevó al Cuartel Militar No. 1, donde se me advirtió que en cuanto localizaran al Cónsul, me iban a matar.

Para sorpresa mía, los soldados que me custodiaban eran quienes me informaban que no lo habían localizado, que ya los gobiernos de México y Estados Unidos habían aceptado las condiciones de las FRAP, por lo que en dos días más (el 6 de mayo) seríamos trasladados a Cuba, y así fue.

Al decretarse la Ley de Amnistía en el Gobierno de José López Portillo, la mayoría de los exiliados regresamos a nuestro país. Ya en 1976, me había adherido al Partido Comunista Mexicano, teniendo como “padrinos” a Arnoldo Martínez Verdugo y a Valentín Campa, quienes durante un viaje a Cuba me invitaron a afiliarme.

En la isla del Caribe conocí a muchos guerrilleros de diversos países de América Latina, por lo que al triunfo de la Revolución Nicaragüense fui invitado por el Frente Sandinista de Liberación Nacional, un mes después de mi arribo a México, para apoyarlos en la creación de la Escuela de cuadros del FSLN y dar una conferencia en torno al movimiento obrero internacional en el acto fundacional de la Central Sandinista de Trabajadores, evento en el que conocí a Jorge Castañeda y Américo Zaldívar.

De 1980 hasta 1988 fui secretario de organización del PCM en la Laguna, fundador del PSUM en Durango, y posteriormente miembro del Comité Central del PSUM y el PMS y Secretario de la Comisión Ejecutiva, encabezada por Pablo Gómez y Gilberto Rincón Gallardo.

Formé parte del grupo coordinador de la campaña presidencial de Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano en la región de la Laguna y rechacé afiliarme al Partido de la Revolución Democrática y que se asignara el registro legal del PCM, del que se valieron tanto el PSUM como el PMS.

De entonces a la fecha he ejercido el periodismo en diversos medios impresos, televisivos y de radio.

Ese es, a grosso modo, el legado de mi vida política que me dejó el movimiento estudiantil de 1968, que podría sintetizar de esta manera: el 2 de octubre es  un parteaguas fundamental de la lucha contra el autoritarismo, la represión, la intolerancia, el control político del Estado y, consecuentemente, punto de referencia social de conceptos vacíos en aquel entonces, como los de libertad, democracia, ciudadanía, libertad de expresión y de manifestación.

Lo es también de rebeldía e insurgencia, que impulsó a las nuevas generaciones de jóvenes a transitar el camino de la lucha armada a costa de su propia vida: miles de ellos fueron asesinados, desaparecidos y arrojados al mar durante la “Dictadura perfecta”, como en su momento la definió Mario Vargas Llosa.

Francisco Javier Pizarro Chávez

Periodista y analista político.