Chihuahua, Chih.
En medio de una más que inquietante noticia, el presente fin de semana inició el complejo proceso eleccionario del partido gobernante en México, Morena. Ayer se realizaron los Congresos Distritales de Baja California, Baja California Sur, Sonora, Chihuahua, Sinaloa, Durango, Nayarit y Jalisco y el día de hoy se efectuarán los de Coahuila, Nuevo León, Tamaulipas, Zacatecas, Aguascalientes, San Luis Potosí, Guanajuato, Querétaro.
En los siguientes dos fines de semana se realizarán el resto de las elecciones distritales. En cada una de ellas los morenistas elegirán a 10 consejeros, independientemente del número de afiliados en cada distrito federal.
La información corrió como un reguero de pólvora al tiempo que se celebraban las asambleas distritales del sábado. El ex aspirante a la dirigencia nacional, Alejandro Rojas Díaz Durán, suplente del senador Ricardo Monreal, informó que “La sala superior del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) emitió un falló en contra del Comité de Honor y Justicia del partido Morena y determinó que no podrán ser reelectos los dirigentes que ya fueron votados en 2012 y 2015”.
Esto significaría que dos de las más fuertes aspirantes a la dirigencia nacional, Yeidckol Polevnsky, secretaria general de Morena, y Bertha Luján, presidente del Consejo Nacional, quedarían descartadas de la lucha por la presidencia del partido.
La resolución SUP-JDC-1236-2019 de la Sala Superior del TEPJF mandató al partido a emitir una “nueva determinación relativa al citado criterio de interpretación en los términos de esta sentencia, esto es, que únicamente los miembros de la dirigencia que, de manera paritaria, sea electa en la asamblea del 20 de noviembre de 2019 tendrán derecho a ser postulados de manera sucesiva hasta en dos ocasiones consecutivas, excluyendo de tal supuesto (dos reelecciones consecutivas) a los integrantes que resultaron electos en 2012 y 2015”.
Las consecuencias de tal resolución fueron desechadas por las aspirantes al cargo nacional, “Es Bertha quien no puede competir”, aseguraron en mensaje de texto los integrantes del equipo de Yeidckol Polevnsky. A su vez, Bertha Luján aseveró que la resolución “No cuestiona el fondo. Así que no modifica nada. La interpretación es incorrecta”. (Nota de Expansión, 11/X/19).
De ser cierta la versión de Rojas y las notas informativas, aplicaría no solo en el ámbito nacional, sino también en el estatal, por lo que los aspirantes a la dirigencia de Morena en el estado, integrantes del actual Consejo Estatal, estarían impedidos de convertirse en los nuevos dirigentes del partido del presidente.
Este es el problema: En los estatutos del 2015 quedó establecida la prohibición a reelegirse en los órganos de dirección de Morena, en todos los niveles. Luego, en 2018 esta norma fue cambiada y se aprobó la reelección. Fue impugnada y ahora el tribunal estableció que sólo se podía aplicar a quienes resultaran electos a partir de la actual elección, la del 2019, debido a que no se podía aplicar retroactivamente a los actuales dirigentes.
De ser así, Bertha Luján y Yeidckol Polevnsky quedarían fuera de la contienda pues no podrían repetir el cargo de consejeras nacionales, requisito indispensable para formar parte del Comité Nacional. Igual ocurriría con el actual presidente del Consejo Estatal, Omar Holguín, quien no podría ocupar un puesto en el nuevo Consejo Estatal.
No está dicha las última palabra.
Menudo problema que cruzará la estructura del partido gobernante. En la época de la plena competencia electoral, Morena deberá definirse ideológicamente, construir una sólida estructura orgánica, definir una identidad partidaria y, además, enfrentar la elección de diputados federales, la de 14 gubernaturas y la de cientos de alcaldes y diputados locales.
Una vez efectuados los congresos distritales, el total de Congresos estatales se realizará el 10 de noviembre y, finalmente, el Congreso Nacional, el 23 y 24 del mismo mes.
Quienes resulten electos en los congresos distritales elegirán a los dirigentes estatales.
Este complejo y largo proceso electoral lo protagonizará el partido que a pesar de su extremadamente corta existencia atraviesa por una profunda crisis, en la que arrostra, por si fuera poco, el reto de ser el partido gobernante en México y haber proveído al presidente de la república, que es, a diferencia de la mayor parte de los presidentes emanados del PRI y de la totalidad de los del PAN, el principal y casi único líder del partido y fuerza que lo llevó al poder.
Detrás de Andrés Manuel López Obrador y su triunfo electoral se encuentra un enorme bagaje político-electoral y de luchas de los mexicanos en contra de un régimen que lo fue casi todo, después de usufructuar durante décadas el legado del movimiento revolucionario de 1910 y que paulatinamente fue cediendo hasta convertirse en la otra faceta de la derecha mexicana, diferente a la formación política clásica de la derecha mexicana, el PAN, pero que al cierre del siglo XX, no sólo parecían, lo eran, dos caras del pensamiento conservador del país.
Sus posturas y hechos los retrataron nítidamente. En ese viraje los acompañó el PRD, ya sin el ropaje de partido de izquierda que aún le quedaba.
Dos serían los componentes -siendo esquemáticos- que llevaron al triunfo a López Obrador: Por un lado, las luchas de los agrupamientos de la izquierda y de la izquierda social a lo largo de las más de ocho décadas previas y, segundo, el inmenso hartazgo ciudadano ante la enorme corrupción del régimen y su enorme incapacidad para resolver los dos principales problemas de los mexicanos: La incertidumbre económica y la creciente inseguridad.
La conjunción de ambos catapultó al tabasqueño para obtener los 30 millones de votos y avasallar al resto de los partidos.
Pero habrá de tomarse en cuenta ese factor, el de que poco menos de la mitad de esos votos provienen de ciudadanos que se convencieron, no tanto por las propuestas del morenista, sino por los desaciertos y corruptelas de los partidos del régimen y que su hartazgo por la enorme corrupción encontró como su mejor cauce la figura del líder oposicionista.
Eso es lo importante que, a partir de hoy y hasta casi fines de noviembre, el morenaje habrá de resolver.
Llegar a la presidencia implicaba efectuar alianzas -algunas de ellas hasta inconfesables-, cuyas facturas podrían ser extremadamente costosas, no sólo en el número e importancia de las posiciones gubernamentales concedidas, sino, también, en las posturas frente a distintos fenómenos y problemas de la moderna sociedad mexicana.
Pero una cosa es el gobierno y otra la necesidad de convertirse en el partido de la izquierda que la sociedad mexicana requiere.
No parece fácil, tampoco parece ir en esa orientación, a juzgar por los pronunciamientos y posturas de sus principales liderazgos, los que se encuentran enfrascados en una reyerta callejera, en la que se advierte una descarnada lucha por las posiciones del poder gubernamental y los espacios de elección popular de las próximas etapas electorales.
Los retos son aún mayores pues, sin contar con una sólida capa dirigente, ya que el peso del liderazgo de López Obrador es inmenso, está obligado a conformarse en un auténtico partido de izquierda, lo que implica definiciones, no sólo programáticas, como hasta ahora ha sido el caso, sino las del largo plazo, las que van más allá del sexenio del tabasqueño y que, precisamente por el peso de éste, no han aparecido; vamos, ni siquiera ha surgido el debate sobre la definición ideológica y política de Morena.
Pero un problema, no precisamente menor, es el que inunda al morenaje, y es el de la muy aguda intolerancia; el del rechazo a la autocrítica y a la aceptación de la comisión de errores en el ejercicio gubernamental. Estos no son, ni pocos, ni menores, al contrario.
Y en el cogollo de ellos el procesamiento y asimilación de las concepciones de la democracia moderna, que pasan por el respeto y vigencia de los llamados derechos de tercera generación, del empoderamiento de la ciudadanía, del fortalecimiento del entramado social, ejes que quizá sean las más identificadas con la de la socialdemocracia -quizá el molde ideológico más asequible en la actualidad para nuestro país-, pero que es algo aparentemente lejano a la mayoría de los morenistas, a juzgar por los pronunciamientos de quienes buscaron ser consejeros estatales en Chihuahua.
Y si en el gobierno tiene no pocos inconvenientes dejar la operación de la 4T en manos de operadores del viejo régimen, peor será hacerlo en el partido gobernante.
Los resultados de tal orientación se aprecian en todos los ámbitos del poder ejercido por Morena; los escándalos por supuestas prácticas nepóticas son preocupantemente frecuentes, no sólo en Chihuahua; el malestar de las bases y dirigentes medios por la llegada al gobierno de auténticos heraldos del pasado crece con los días y lo peor es que en los programas estelares del gobierno federal, los errores, las fallas y la ineficiencia son cosa de todos los días.
Y las reyertas son el pan cotidiano, en la que la confrontación Loera-Cruz Pérez ocupa lugar central.
La falta de brújula es evidente, lo mismo en sus legisladores, que en los funcionarios gubernamentales y sus dirigentes.
El partido gobernante no alcanza a contar con media docena de comités municipales en Chihuahua y está a meses de afrontar una vital elección en la que, paradójicamente, a pesar de que las encuestas lo ubican en el primer lugar de las preferencias electorales en Chihuahua -sin candidatos- pudiera ser que su real ubicación se encontrara por debajo de la de los candidatos del PAN y la del emergente polo independiente, encabezado por Armando Cabada, Alfredo Lozoya y Marco Adán Quezada.
Son muchos los retos ¿Podrá enfrentarlos la nueva dirigencia que surgirá a partir de la elección de ayer?
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