Ciro, el sicariato y nuestra libertad

Ciro, el sicariato y nuestra libertad 17 de diciembre de 2022

Juan Pablo Becerra Acosta*

Chihuahua, Chih.

Apenas el martes pasado por la noche entraba yo muy contento a la Librería Gandhi de Miguel Ángel de Quevedo para asistir a la presentación de un delicioso libro de dos colegas entrañables, la periodista Adriana Malvido y la fotoperiodista Christa Cowrie (Intimidades. Más allá del amor: encuentros con parejas del arte y la cultura de México, Editorial Paralelo 21, no se lo pueden perder), cuando más alegre me puse porque una dulce voz femenina que amo hasta la médula me dijo:

—Ahí está Ciro.

Y sí, viré hacia la derecha y ahí estaba mi queridísimo Ciro Gómez Leyva, aproximándose. Sonreímos de gusto y nos dimos un abrazote, como reflejo inmediato por la sorpresa. 

En algún momento nos aislamos y estuvimos cerca de una hora sentados en las sillas más alejadas de un salón haciendo lo que los amigos hacen cuando no se han visto en largos meses y sin importar que haya decenas de personas a su alrededor: poniéndonos al día en voz baja, mirando un poco hacia el final de 2023, molestándonos mucho, carcajeándonos de nosotros mismos, de nuestras obsesiones y de las fobias antisociales que nos hermanan. 

Ahí estábamos, bromeándonos, riéndonos, burlándonos fugazmente de algún personaje con ínfulas de Capitán Adonis al timón de un viejo ferry atracado en la Tarifa mediterránea. Ahí estábamos, jugando, cómplices del momento, imaginando travesuras para interrumpir el abusivo parloteo (se aventó como 57 spoilers) de una persona medio ególatra en perjuicio de un auditorio completo.

En fin, nos despedimos muy contentos, pensando en lo chingona que es la vida por permitirnos andar ahí, vivos, plenos, muy agraciados al estar haciendo periodismo aquí y allá, muy privilegiados de navegar la vida bien amorosos de nuestros respectivos amores. 

Chingao, estábamos felices de estar vivos, sanos, libres, y mire usted, 48 horas después, la infamia se le presenta a Ciro con su helado rostro sicario y henos aquí, atónitos, sacudidos por la canalla criminal que agobia a México.

No hay la menor duda: un disparo iba dirigido al rostro, a la cabeza de Ciro. Observo las fotografías de los dos impactos de bala que recibió la ventanilla izquierda de su camioneta y por la altura del primer balazo, por su trayectoria, el sicario que jaló el gatillo iba por su vida: buscaba dañar la cara, el cuello, o el cráneo de mi amigo. O, si acaso sabía del blindaje, quería aterrorizar a su víctima.

Un instante después, la segunda bala que estrelló el cristal del piloto apuntó poco más hacia adelante, rumbo al volante, pero se dirigía de nuevo hacia a la cabeza de Ciro, que se había inclinado para protegerse.

El horror en diez segundos.

Pero, más allá de los hijos del sicariato, pienso en quién o quiénes los contrataron y no sé qué pensar. Hoy, carezco de certezas. Ciro, también:

“No sé quién ni porqué”, dijo este viernes, y con gran aplomo y sensatez rehusó sumarse al coro de especuladores que ya peroran en las redes sociales a partir de sus filias y fobias que en días como estos deberían ser gobernadas. La gravedad del caso amerita una pizca de decencia, de sobriedad.

No seré yo quien te desacate este sábado, Ciro querido, ni quien te sea desleal. Me contengo. Aguardemos las investigaciones. 

Hoy solo te abrazo y espero que pronto podamos volver a caminar libremente, a tener una de esas entrañables y largas caminatas arboladas donde hemos compartido tantos rincones felices y dolorosos de nuestras vidas en este siglo que nos ha hermanado. 

Yo acá conservo una porción de mi cartera para que nos vayamos a un jardín a comer esas exquisiteces que nos gustan sin tener que estar volteando hacia todos lados hechos angustias. 

Yo acá te aguardo para molestarte y decirte viejito y carcajearnos cuando me repliques. Yo acá ando para juntarnos y murmurar en otra presentación literaria. 

Yo acá te espero para bailar un jazz con nuestras novias. Verás que seremos libres otra vez. ¿Sabes qué?, mejor ya me voy porque me están dando ganas de llorar de tristeza y de rabia, pero, ¿ya te dije que te quiero un chingo, cabrón?

Un abrazote.

Juan Pablo.

P.D. Ya no lo hablamos pero se me hace que le vas a Argentina. Désolé: gana Francia.

*Publicado en El Universal, 17 de diciembre de 2002