Chihuahua, Chih.
1.- En “Cien rostros culturales de Chihuahua” hubo, entre la fotografía y la literatura, entre dos artistas, Lilly Blake y Arturo Rodríguez Torija, amoríos artísticos que ahora florecen en este hermoso libro.
Ambos se acompañan, se respetan, se complementan, se potencializan, para gestar y alumbrar este libro.
Hay mucho trabajo y tesón en este libro: Es una tarea titánica los ocho años en los que Arturo anduvo persiguiendo por Chihuahua y el país, a sus personajes, para encerrarlos en su jaula de luz y obligarlos a sacudirse la rutina, quitarse la máscara, hasta que en sus rostros expresen todo lo que son.
Lilly, por su parte, entrevistó a unos 80 personajes, transcribió muchas páginas, luego redujo a una sola cuartilla una trayectoria de toda la vida. Y esto lo hizo en un año.
¿El resultado?: cumple con lo que Octavio Paz exigía sobre una fotografía: “El ojo piensa, el pensamiento ve, la mirada toca”.
Aquí hay danza entre la palabra y la imagen. La foto describe; el texto retrata.
Aquí se logra ese instante irrepetible en el que la fotografía respira.
Un gran trabajo de dos profesionales del arte.
2.- Quizá no sabíamos lo que en este libro se testimonia: estamos viviendo los resplandores de la generación de artistas más brillante de todos los tiempos en Chihuahua. Qué difícil se ve volver a tener una generación como la de Águeda Lozano, Sebastián, Benjamín Domínguez, Carlos Montemayor, Jeannette L. Clariond, Luis Aragón, Jesús Gardea, Enrique Servín, de Lucha Villa, Juan Gabriel, Joaquín Cossío (Cochiloco) por mencionar algunos.
Hay mucha grandeza en estos rostros. Hicieron historia, cultivaron alma.
Hayan saltado la tranca y se hayan aventurado a otros estados o países, o hayan decidido arraigarse en el terruño, la obra es descomunal y trascendente.
Son parte de este resplandor cultural, iconos de sus pueblos, orgullos de la ciudad, cartas credenciales que mostramos en el país o en el mundo. Son rostros que ya son parte de la historia y la leyenda.
Este libro se une al interés de muchos artistas para que esta generación solar se visibilice. Varios libros y otros trabajos artísticos, han sucumbido al hechizo de sus obras y trayectorias: ya se gestan nuevos proyectos de museos, fundaciones, que alberguen y expongan sus legados. Ojalá las universidades del estado abran las aulas y otros espacios para el estudio y difusión de estos artistas.
Este libro nos muestra también que en lo cultural, la ciudad de Chihuahua dejó su hegemonía de ser el centro cultural del estado. Juárez y la región de Cuauhtémoc han ganado jerarquía: están produciendo exponentes artísticos y obras que enriquecen notablemente nuestra riqueza cultural.
La participación de los empresarios es novedosa. Y esperanzadora. La aparición de los mecenas del arte siempre ha sido un factor definitivo para el desarrollo cultural.
De los artistas elegidos: existen algunas ausencias, pero con los que están, hay fiesta.
Las trayectorias artísticas son impresionantes. Esfuerzos personales impensables arrastrados por las turbulencias de la creación. No, no es un hooby, más respeto por favor, es una apuesta de vida; cumplen con una exigencia de sus destinos. Y nadie los detiene.
Lilly Blake nos dice “Muchos de ellos nos contaron también los problemas asociados al sector cultural, en algunos casos, esa parte se omitió, porque los obstáculos en cada área se repiten, no así los logros personales”.
Es sorprendente que, pese a la precariedad de los apoyos recibidos, Chihuahua ha dado una generación artística extraordinaria.
Me enorgullecen, los respeto y los admiro.
3.- Todo transcurre. El río de la vida pasa y nosotros con él. Vivir es escribir con nubes la biografía. Lo que miras pasar, te mira pasar. Pero soy testigo que cuando Arturo Rodríguez Torija se lo indica, la vida se detiene. Sólo un instante, lo que dura un click. Y ese relámpago alumbra, revela y aparecen los rostros bajo una nueva atmósfera y otras perspectivas.
Cada uno de los Cien Artistas Chihuahuenses llega al estudio de Arturo Rodríguez Torija. Uno a uno se van despojando del tráfago de la vida. El artista ingresa a un espacio extraordinariamente iluminado con grandes lámparas y cicloramas. El set está armado. Frente a él, la cámara le apunta. El artista está rodeado de objetos que le son entrañables: Instrumentos musicales, máquinas de escribir, libros. Está en un estudio fotográfico, y sin embargo, ya se siente en su espacio creativo. Esa persona que llegó de la calle ha logrado su transformación: ahora es el artista. Y el fotógrafo está a la caza.
Mientras miramos al ojo, el ojo nos ve.
Los artistas poseen sensibilidades extremas, son turbulencias ambulantes. Sus miradas miran al mundo más allá del baile de máscaras de las sombras coloridas que somos.
A través de la máscara, el rostro, a veces, se asoma. La persona permite que mejor se exprese la persona.
Arturo sabe que la fotografía es un juego: o mejor aún, un coqueteo. Un cruce de miradas y el relámpago revela, brevemente, ese gesto, esa luz, esa mirada, ciertos ademanes, que mejor lo definen.
Algo hay ahí que mantiene alerta a Arturo. Un guiño de la luz lo hechiza. Entre la mirada y el relámpago sucede el instante del click y del flash.
Se detiene el tiempo. La imagen respira.
Rostros en blanco y negro. Colores elementales, primarios, pero sorprendentes. Las fotos de los artistas, o en casi todas, son de medio cuerpo, pero con especial énfasis en el rostro. El retrato es, en sí mismo, una especialidad. El retrato artístico es el acercamiento más perturbador e intimidante que existe. Exige al rostro que confiese sus verdades. Y que exprese esa fuerza interna, ese fuego con el que arde, esa naturaleza que ha florecido en arte.
El artista es polifacético y, más aún, polihédrico. Las fotos muestran aquí varias dimensiones del artista: La mirada del fotógrafo, el retrato hablado de Lilly, el personaje que proyecta el artista, la historia que se sugieren en el lector.
El rostro transparenta y sugiere; oculta y revela. Y cuando la mirada toca, sucede la callada lectura de una foto y las historias que en la imaginación provocan.
4.- Reconocer es el palíndromo que orienta los trabajos de Arturo Rodríguez Torija. Reconoce al artista que fotografía: Lo ha visto, lo conoce, lo reconoce; sabe de sus talentos, de su obra y de su persistencia para crearla, y lo reconoce. Pero también el artista fotografiado sabe que de otro lado de la cámara hay un artista al que reconoce.
Este es un libro sobre intelectuales, creadores y promotores de cultura realizado por otro artista. Arturo Rodríguez Torija tiene arte hasta en su nombre y sus iniciales. Y ha logrado construir un libro entrañable, un libro con alma.
Nadie se fotografía dos veces en el mismo instante. Aquella cosa, o sombra, o paisaje, o persona, siempre fugaces, se evaporan pronto y vuelven al polvo; pero de estos Cien artistas Chihuahuenses quedarán sus obras y las fotos de Arturo Rodríguez Torija. Este libro, hermoso en sus imágenes como en sus textos, es trascendente entre otras cosas por ser un libro de arte y al mismo tiempo, un documento histórico.
Las fotografías poseen el vicio de la nostalgia porque siempre son un recuerdo que revela y devela rasgos nuevos y misteriosos. Ninguna fotografía es real; es una aparición que perdura del instante a la perpetuidad.