Chihuahua, Chih.
“Madrid, Madrid, Madrid, en México se piensa mucho en ti.
Por el sabor que tienen tus verbenas, por tantas cosas buenas que soñamos desde aquí.
Y vas a ver, lo que es canela fina,
y armar la tremolina cuando llegues a Madrid”
Agustín Lara, Madrid.
Trascendió que, el fin de semana, la consorte del Presidente, la Dra. Beatriz Gutiérrez, viajó a Europa en una especie de tour cultural e histórico. Primero, acudió a Francia, donde realizó algunas lecturas para niños y niñas; para, finalmente, recalar en Italia, donde, obligada escala, arribó al Vaticano, siendo recibida por el Sumo Pontífice, Francisco, a quien hizo entrega de una misiva, misma que era signada, a titulo personal, por el Presidente de la República.
La visita de la Señora Beatriz al viejo mundo, le da al escribiente más sinsabores que sentimientos festivos. Esto, porque, de manera semejante a como aconteció con España, un año atrás, el Presidente sacó la espada desenvainada, reviviendo, nuevamente, polémicos acontecimientos del pasado remoto nacional.
No sólo eso.
La misiva rayó un poco en lo estrambótico, porque, por un lado, se solicitan en préstamo algunos códices que se encuentran en poder de los estados pontificios; y, por otro, le pide, de la manera más atenta (no sin antes, expresar su admiración por el Papa Francisco, valga decir), una disculpa al Vaticano por los hechos acontecidos al calor de la Conquista y el Virreinato español, hechos en los cuales, como lo sabemos, la Iglesia Católica, -de la cual el Papa Francisco es el máximo representante en la Tierra- tuvo una actuación preponderante, debido a la evangelización y al acompañamiento que se le hizo a los conquistadores; así como a las autoridades coloniales -a las cuales brindó legitimidad-, por espacio de tres siglos.
A este respecto, debo decir que es positivo que se haga un revisionismo histórico. De manera semejante a como lo llevó a cabo el reverendo Desmond Tutu (Obispo Sudafricano, ganador del Premio Nobel de la Paz), es bueno abrir comisiones de la verdad, con el objetivo de restañar y cicatrizar heridas, y poder caminar hacia adelante, en naciones que han sufrido procesos históricos complejos y traumáticos.
Sin embargo, hay que visualizar el contexto y el lugar de enunciación: Desmond Tutu fue el encargado de la Comisión de la Verdad Postapartheid, en la nación sudafricana -por encargo de Nelson Mandela- y con base en investigaciones, se hizo un detallado inventario de las abusos cometidos por ambas partes del conflicto: el gobierno de Sudáfrica, y los partidarios del Congreso Nacional Africano.
Ahí era necesario tal proceso, pues las contradicciones se aceleraban, y era necesario cicatrizar heridas para poder empezar un nuevo ciclo en la nación arcoiris.
En el caso de México, se han propuesto llevar a cabo comisiones de la verdad, en temas polémicos que siguen causando escozor, tales como la Guerra Sucia de la década de 1970; así como el Caso Ayotzinapa.
En el segundo caso, hay ciertos avances; mientras, contra la “Guerra Sucia”, el único remedio fue abrir los archivos de la época, pero no ha habido mayores investigaciones como en las postrimerías de la transición del 2000, cuando el gobierno de Fox abrió una fiscalía para investigar crímenes del pasado.
A contrapelo de otros causales, aquí sí es necesario llegar hasta el final, pues son hechos que no han encontrado plena resolución en diversos sectores poblacionales.
Pero, más allá de la polémica actuación del otrora Imperio Español y de la Iglesia Católica en la Conquista de México ¿Qué gana el Presidente en abrir más frentes, en una época de por sí complicada, azotada por la crisis sanitaria aparejada con económica? ¿La monopolización del mensaje en tiempos complejos?
Es cierto que, si la coyuntura lo permite, nuestro país festejará, el año venidero, 300 años de la Consumación del Movimiento de la Independencia; así como 600 de la fundación de México-Tenochtitlán.
Pero, eso nos forzaría a que empezáramos a ver hacia adelante y no a estancarnos en debates bizantinos.
A mi juicio, la carta enviada al Papa Francisco podría causar desconcierto en las autoridades vaticanas, con las cuales, hasta donde se puede alcanzar a visualizar, ha habido una buena relación diplomática que trasciende hasta el día de hoy.
Esto ya ocurrió con el caso español, pues de la camaradería y la buena recepción se pasó a una especie de enfriamiento en las conexiones entre ambas naciones.
Y esto se comprende, pues, si podemos recordar, el Rey de España acudió a la toma de posesión de López Obrador; mientras que, un mes después de haber tomado posesión, fue visitado en Palacio Nacional por el Presidente del Gobierno español, el socialista Pedro Sánchez.
La reunión entre ambos fue buena. Parecían dos mandatarios que hablaban el mismo idioma y compartían un mismo ideario. Sánchez, incluso, reconoció las semejanzas y el nexo histórico y cultural que guardan ambas naciones; le obsequió al Presidente de México el acta de nacimiento de su abuelo (un inmigrante cantábrico quien llegó a nuestro país, en los albores del Porfiriato) e, incluso, reconoció el valor cultural y social del exilio republicano en México, en el contexto de la Guerra Civil española (1936-1939).
Meses después de eso, en su consabida alocución matinal, López Obrador reavivó un viejo debate, al solicitar, de buenas a primeras, disculpas al Reino de España, por la Conquista de México.
En ese momento, la fuente presidencial encontró en personas como Pedro Salmerón (historiador, defenestrado director del INEHRM, al principio de la 4T) y Patricia Galeana (historiadora, hoy embajadora en Colombia), el aval a tan polémica decisión.
Sin embargo, la relación terminó enfriándose; y, recientemente, alguien expuso que el fallido arribo del subsecretario de Relaciones Exteriores, Jesús Seade (un sujeto destacado, conocedor de la materia económica y comercial; buen elemento a la hora de negociar el T-MEC), a la dirigencia de la Organización Mundial del Comercio, se debió a que contó con muy pocos avales ¡los peninsulares, por supuesto, no le dieron el visto bueno.
¡Cobraron, al parecer, con creces la afrenta¡
Visualizando tal escenario, espero que el Papa Francisco considere los aspectos positivos de la misiva (el reconocimiento de su liderazgo y la solicitud en préstamo de los códices), pero haga caso omiso de los negativos.
La buena relación que existe con el Vaticano, no ha sido algo que se haya generado por sentado; sino que sufrió muchos altibajos, sobre todo por diferencias históricas que en determinadas coyunturas, se gestaron en torno al estado laico.
Para llegar a donde estamos, tuvieron que pasar guerras (Reforma, Rebelión Cristera); a escenarios complejos, para, finalmente, lograr restablecer la comunicación entre ambos estados. Sería una lástima que se perdiera la comunicación con un pontífice progresista por un polémico acto surgido en el pasado lejano (aunque no exento de controversia), en el cual las condiciones socioeconómicas eran diametralmente opuestas a la actualidad.
Celebro que el Presidente busque reivindicar al México Profundo y llevar la justicia social a sectores que han sido históricamente desfavorecidos.
Algunas estrategias del gobierno que él encabeza, han tenido, por lo menos, una buena intencionalidad. Pero es menester caminar siempre adelante.
Con un escenario tan complicado como el actual, creo que la mayoría de la ciudadanía busca soluciones a lo que acontece en el presente; en lugar de estar arañando, cotidianamente, el pasado.
Además, si posee algún reclamo contra los Estados Pontificios, debió salir al quite, o mandar un representante de alto nivel (Marcelo Ebrard).
También, en mi opinión, la Dra. Gutiérrez debería definir si desea ser una intelectual de Estado; la Primera Dama; o ninguna de las anteriores; pues, hasta la actualidad, vemos su actuar como oscilante, dependiendo del contexto que se presente.
Por otra parte, considero que el envío de misivas operaba en otros tiempos; no en una época en la cual los Presidentes tienen acceso a Internet y a las telecomunicaciones.
Podría haber mandado un correo electrónico, con el membrete presidencial, a la Secretaría del Vaticano.
Es mi humilde opinión.