Chihuahua, Chih.
Resultó peor que lo imaginado por los más malos pronósticos, efectuados previamente a la realización de la elección de los consejeros distritales de Morena durante el último fin de semana de julio.
El acarreo, el condicionamiento del voto, el uso de la maquinaria gubernamental en favor de los candidatos de tal y cual dirigente o funcionario de gobierno, de los 3 niveles existentes en el país fue la moneda corriente de tan deplorable espectáculo.
En todos los tonos fueron prevenidos que ir a una elección y practicar lo que había sido uso exclusivo del antiguo partido del régimen (ya luego se extendió a todo el sistema de partidos del país) se constituiría en el peor error que pudieran cometer quienes dirigen al partido en el gobierno, de López Obrador hacia abajo.
Pueden fanfarronear diciendo que se convirtieron en el partido con el mayor número de miembros en México, que podrán ganar la mayoría de las elecciones, incluso las presidenciales del ’24, pero se han contagiado de la peor enfermedad que pueden padecer los partidos: La salvaje lucha por el poder sin regla ninguna.
Chihuahua no fue la excepción, acaso la diferencia fue que no se presentaron episodios de enfrentamientos violentos, pero al igual que en la mayoría del país lo que predominó fue la confrontación entre los aparatos de gobierno en manos de los morenistas locales, que no podía ser de otra manera, la disputa entre los equipos del delegado federal, Juan Carlos Loera, y del alcalde juarense, Cruz Pérez Cuéllar.
Es una norma, no puede ser de otra manera, que los partidos están hechos para luchar por el poder, para eso se constituyeron, pero que esto se haga sin el menor asomo de respeto a las más elementales reglas democráticas, violenta cualquier proyecto de esa índole.
Del ejercicio de ese fin de semana se puede anotar una temprana conclusión: La izquierda ha sido derrotada en Morena.
Hay una noticia aún más mala; no solo ha sido derrotada, sino que ha sido excluida, para siempre, en ese partido, de la conducción, de la dirigencia y de las oportunidades de acceder a los cargos públicos.
Podrán hacerlo, como casos particulares algunos de esa tendencia, pero serán, ostensiblemente, los menos y, como tendencia prevaleciente al interior, estarán obligados a comportarse políticamente como lo están haciendo hasta ahora: Con el abandono absoluto de las banderas de la izquierda moderna, cuya evidencia mayor es la asumida en relación a la decisión del presidente de llevar la militarización al extremo de acabar -por lo menos en este sexenio, y quizá en el próximo- con la posibilidad de contar con una policía civil, dirigida por civiles y con parámetros civiles en su actuación.
El patrimonialismo se ha asentado en Morena, lo impulsaron prácticamente todos los gobernantes. Frente a él, la mayoría de quienes pensaron en la construcción de una alternativa distinta, o fueron arrasados o se sumaron alegremente; lo mismo se comportaron, abrumadoramente, quienes llegaron a Morena al influjo, o de la elección presidencial, o al triunfo de AMLO.
Pero no fueron pocos los fundadores que también se sumaron festivamente a esa feria de excesos, de derroche de recursos de todo tipo, de maniobras extorsionadoras de todo tipo y, como antes el PRI, se cebaron en los más humildes, en los más pobres, especialmente con los senectos.
Lo más insultante que puede efectuar un militante de izquierda es repartir despensas, dinero, prerrogativas, promesas y el colmo las notas en las que iban impresos los nombres de por quien debieran votar quienes fueron llevados, no a la culminación de una etapa más de la 4T, sino a un episodio más de la larga saga de corruptelas político-electorales protagonizadas por la clase política en turno en el poder.
¡Qué vergüenza! ¡Cuánta indignación! ¡Qué cinismo!
Lo hemos dicho reiteradamente:
Morena sería la parte culminante -del proceso en la disputa por el poder- de la luenga historia de las izquierdas mexicanas. Lo que hiciera en el gobierno sembraría el futuro, no solo de la izquierda, sino de la sociedad mexicana. No parece haber congruencia entre los postulados por esas izquierdas y lo que hoy se hace desde Palacio Nacional.
Más aún, del modo en que se comportara el partido gubernamental, de la manera en que fuera construyendo su vida interna, representaría la dimensión de la transformación que impulsaría en la sociedad.
La discusión colectiva y la toma de decisiones democráticamente han sido sustituidas por la conducción personal, mesiánica, de un solo hombre y la definición democrática de las decisiones, de la elección de dirigentes y de candidatos se sustituyeron por las encuestas, o la transmisión directa de las órdenes, deseos y contraórdenes del habitante del Palacio Nacional.
¿Hay alguna posibilidad de que Morena se constituya en el partido de la izquierda democrática que necesita el país?
Por desgracia, ninguna.
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Fuente de citas hemerográficas recientes: Información Procesada (INPRO)