Chihuahua, Chih.
“La historia es nuestra y la hacen los pueblos”
Salvador Allende. Ex Presidente de Chile (1970-1973).
“Chile es el país más neoliberal de América Latina”: Yerko Castro Neira, antropólogo chileno, avecindado en México.
La víspera del domingo, los principales medios de comunicación anunciaban los resultados de la jornada electoral de la segunda vuelta en las elecciones presidenciales de Chile: el joven Gabriel Boric resultaba el vencedor de la contienda con el 55% de los votos.
Remontando una complicada primera fase, en la cual el neofascista José Antonio Kast parecía apersonarse sobre el Palacio de la Moneda, Boric dio un vuelco y derrotó con creces, a su rival en las antípodas: a partir del próximo 11 de marzo, será el sucesor de Sebastián Piñera en la Presidencia de aquel país austral.
Por otra parte, la llegada de Boric termina con las certezas que han rondado a Chile desde el retorno a la democracia, al comienzo de la década de 1990.
Si, en los últimos 32 años, el poder se alternó entre los personeros de la Concertación (un conjunto de partidos socialdemócratas, demócrata cristianos y liberales que mantuvieron el poder, sucesivamente, hasta 2010) y los alfiles de la derecha (cuyo representante más conspicuo es Sebastián Piñera, mandatario en dos períodos no consecutivos, viendo su popularidad mermada de manera muy notable), en esta ocasión se da una ruptura de aquel arreglo político, pues Boric no pertenece a ninguna de estas coaliciones, sino a una nueva constelación de fuerzas variopintas de izquierda, la cual tiene el apoyo del Partido Comunista, tan relevante en la desaparecida Unidad Popular de Allende.
Boric encarna, así, las esperanzas y los sueños de una generación que no ha visto cumplidas sus expectativas con el controversial “Modelo Chileno”. Esto porque, la perspectiva socioeconómica implantada en la nación austral, por la vía de las bayonetas pero conformada por la constitucional, ha dejado un cúmulo de huecos que a la postre devinieron en las acaloradas protestas que se gestaron a finales del año 2019.
Cabe destacar, esto no siempre fue así: el Dr. Allende pretendía darle un rumbo más social a su gobierno.
Sin embargo, el golpe de estado de Pinochet, el 11 de septiembre de 1973, detuvo aquel histórico y dialéctico proceso. Con la izquierda proscrita y la oposición en las cárceles o el exilio, Pinochet implantó –vía la asesoría de Milton Friedman- el neoliberalismo, siendo el primer país a donde llegaba aquel modelo desregulador y empoderador de corporaciones y del capital privado; arribando antes, incluso, que a los países que le dieron sustento: los Estados Unidos de Ronald Reagan (1981-1989) y el Reino Unido de Margaret Thatcher (1979-1990), pues el Chile pinochetista se tornó en el laboratorio para ver hasta dónde podían llegar el margen de acción del modelo neoliberal.
Así, si Reagan enfrentó a los controladores aéreos; y Thatcher a los mineros del carbón británicos; Pinochet demostró que, vía el shock (Naomi Klein, dixit) por medio de un gobierno antidemocrático, antipopular y represivo, podía deshacer el Estado y entregárselo al capital.
Aunque la propia oración sonara a una contradicción en sí misma; no lo era en el caso chileno, pues se tornó en el andamiaje que permitió operar al Chile contemporáneo, más allá de tintes o veleidades políticas.
La llegada de la democracia no supuso un quiebre radical a los postulados del modelo pinochetista.
Aunque los gobiernos de Alwin, Lagos y Bachelet –destacadamente- cimentaron el Estado de derecho y hubo una mirada a los más desposeídos; no hubo un cambio radical en muchas esferas.
La educación siguió concentrándose en manos privadas; y la salud siguió la misma tendencia. Bachelet entendió esto y, en su segundo gobierno, intentó masificar la educación y otorgarle gratuidad y costos más económicos para las clases populares; pues, debido a la privatización realizada en el pinochetismo, el costo de la instrucción en Chile es privativo para muchísimas personas.
Sin embargo, no pudo romper las ataduras que ligan al Estado con el capital privado, no obstante las inconformidades sociales que ya existían, las cuales llegaron a su cenit durante el segundo gobierno de Sebastián Piñera (2018-2022).
Aun así, diversos analistas veían al denominado “modelo chileno” como algo ejemplar.
A pesar de que, ciertamente, tuvo hechos rescatables, como la democratización y las alternancias izquierda/derecha sin mayores aspavientos, a contrapelo de lo que sucedió en otras latitudes del continente; la desigualdad producida en Chile resulta un hecho a considerar. Cuantimás que la población indígena ha sido totalmente relegada del proceso de desarrollo de dicha nación, y no ha tenido cabida en el metarrelato neoliberal, a no ser de una represión exacerbada por parte de carabineros y autoridades.
Como podemos atestiguar, los retos que enfrentará Gabriel Boric son colosales.
Como se dice en el argot político nacional, “no será un día de campo” para él. Si alguien con toda la experiencia política del mundo, como lo fue el Dr. Salvador Allende, tuvo dificultades sumarias para poder seguir su plan de gobierno ¿encontrará acaso Boric un ambiente más amistoso? Difícil de creer.
A contrapelo de lo que sucede en México, donde Andrés Manuel López Obrador ganó por una votación arrolladora y se llevó una mayoría holgada en ambas cámaras, Boric no enfrentará un escenario semejante, sino el opuesto; observará una total polarización entre fuerzas totalmente contrapuestas, motivo por el cual se verá si puede plantear un plan de gobierno innovador, o se ve obligado a seguir inercias para que su joven régimen no caiga en la anomia.
Existe mucha esperanza en el joven político chileno, aún así ¿llegará para transformar? Como parece ser su máxima. Se espera que sí; pero las necesidades administrativas tendrán la voz cantante para trazar la agenda a seguir (Ronald Reagan dixit) como sucede en este mundo contemporáneo, donde las transformaciones pueden apaciguarse por los reguladores del mercado y la globalización.
Las alamedas del hombre libre, que preconizó Salvador Allende en su último discurso –antes de que su gobierno se derrumbara trágicamente- parecen haber llegado a su patria, casi cinco décadas después.
Y no sólo eso, sino que vientos progresistas soplan a lo largo de América Latina. Ya habremos de ver hacia dónde conduce un eventual gobierno Boric. Por lo pronto, despertó esperanzas en jóvenes y maduros. Pero, como dijo Mario Cuomo, luego de la poesía (campaña) viene la prosa (ejercicio gubernamental) y ahí el reto de Boric será colosal, más allá de retóricas grandilocuentes.
Boric pudo vencer al fascismo (citando a “Venceremos” el himno de campaña de Allende) ¿podrá doblegar al modelo neoliberal y llevar a Chile por un nuevo comienzo? Está por verse. La historia apenas se escribe.