Chihuahua, Chih.
Los salvajes hechos del sábado pasado, ocurridos en el estadio “La Corregidora”, de la ciudad de Querétaro, entre seguidores del club local, Gallos Blancos, y el visitante, Atlas de Guadalajara han escandalizado -no sin razón- a todas las personas que se enteraron.
¿Es novedoso el hecho? ¿Es ajeno a lo que sucede en la sociedad mexicana? ¿Tenemos la formación educativa, social, moral y cívica que nos haga ser distantes de los principales actores de la refriega?
¿Es distinto a lo que acontece muy frecuentemente en cualquier grada, de cualquier canchita, de cualquier lugar del país, de prácticamente todos los deportes, en especial del futbol?
Duelen los hechos, estremecen sobrenaturalmente las imágenes, los videos; espanta que un cúmulo de factores -todos absolutamente “normalizados” en la sociedad mexicana- se hubiesen reunido para dar lugar a las increíbles y espantosas escenas del fin de semana anterior.
Vale la aclaración: El escribiente jugó 40 años futbol soccer competitivamente, tanto en la entidad nativa, Durango, como en la CdMx y en Chihuahua.
Hay cosas comunes en los escenarios del futbol: Se presentan con mucha frecuencia los actos agresivos en el curso del juego (no quiere decir que no haya lo contrario, por supuesto que sí), que son reforzados por los seguidores de los equipos en las tribunas, con palabras altisonantes o de refuerzo -“no te dejes!, pégale!”, etc.-.
También, con alguna frecuencia, se presentan las riñas colectivas (con menor frecuencia que en el beisbol, por ejemplo), o por lo menos, conatos, pero que cuando se desatan los ánimos lo común es correr y golpear (la mayor parte de las ocasiones tratando de tomar descuidado a quien va dirigido el golpe, generalmente un puntapié) y jamás detenerse porque se expone a recibir un golpe totalmente inesperado.
¡Ah, y además, prácticamente todos los jugadores intentan engañar al árbitro, simulan haber sufrido un golpe fortísimo y se duelen enormemente, sólo para levantarse y correr como gamos en la siguiente jugada!
¿Se está hablando mal de los futbolistas? No, en absoluto, sólo es reflejo de la realidad.
Durante la oleada más violenta en Chihuahua, 2008-2012, se presentaron alrededor de 18 mil homicidios dolosos en la entidad.
Lo sorprendente es que en la mayoría de ellos la autoridad no encontró relación con el crimen organizado; no fueron ejecuciones al estilo de las bandas de narcotraficantes; fueron producto de las riñas, conflictos y hechos circunstanciales del conjunto de la sociedad.
Es decir, que el conjunto de la sociedad chihuahuense mató a más personas que el total de los violentísimos sicarios.
Otro dato: Recientemente, luego de que sancionaron a la selección mexicana a celebrar un juego sin público, a causa de que siguió presentándose el grito homofóbico en los estadios, el juego de castigo se jugó con poco menos de 2 mil personas en el estadio. Eran los amigos y familiares de los jugadores; los directivos de la federación de futbol y de los equipos profesionales; cronistas deportivos.
Bueno, a pesar de lo selecto de los presentes, el grito homofóbico se presentó nuevamente.
¿Cómo separar lo anterior de lo ocurrido en el estadio de Querétaro? ¿Cómo separar del futbol hasta las rencillas de los grupos del crimen organizado, algunos de cuyos integrantes son aficionados al futbol y ahí participaron?
¿Cómo esperar que las condiciones de seguridad fueran tan endebles en el estadio si lo mismo ocurre al exterior?
¿Cómo esperar que no se “calienten” los ánimos si las cervezas -por aquello de las distintas marcas que se venden en los estadios- fluyen como ríos?
Y que luego, de los principales interesados en el máximo de asistencia a los estadios -lo que conlleva más ventas- sean las empresas cerveceras, algunas de las cuales son las propietarias de varios de los equipos.
Estamos frente a una explosiva mezcla de ingredientes que se liberaron en esa malhadada tarde sabatina, catapultados gracias a la descomunal incompetencia de los responsables de garantizar la seguridad de casi 20 mil personas, dejada en manos, al interior del estadio, de un minúsculo grupo de improvisados agentes de “seguridad”.
Por supuesto son numerosas las vertientes necesarias de abordar para enfrentar fenómenos como el ahora analizado, en particular los que nos permitan disminuir los niveles de agresividad de una sociedad que en 2021 arrojó -por desgracia- que 8 de las 10 urbes más violentas del mundo, según el Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal sean mexicanas.
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Fuente de citas hemerográficas recientes: Información Procesada (INPRO)