Azucena y la libertad de expresión

Azucena y la libertad de expresión 26 de enero de 2024

Luis Javier Valero Flores

Chihuahua, Chih.

El día de hoy publicamos tres artículos de opinión sobre la abrupta salida de la periodista Azucena Uresti del noticiero nocturno de Milenio.

Aquí leerá las opiniones de Carlos Loret de Mola, Héctor de Mauleón y Raymundo Riva Palacio.

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“Detrás de cámaras” en el caso Azucena Uresti

Que nadie diga que la palabra del presidente no pesa en los dueños de los medios.

Carlos Loret de Mola

Para cuando estalló la bomba entre Azucena Uresti y los dueños de Milenio, la periodista había ido sufriendo una sistemática escalada en la vigilancia editorial sobre su espacio estelar: todos los días llegaba a su oficina un emisario para cerciorarse de los dos o tres temas que no debía tocar, había otro supervisor encargado de que los temas que sí se tocaran salieran al aire con menos cafeína, el guion de su programa estaba bajo estricta supervisión superior, le habían exigido dejar de emitir opiniones en Twitter y cancelar su columna en Opinión 51, y en una ocasión incluso “se cayó la señal” justo cuando abordaba un asunto espinoso para Palacio Nacional que le habían dicho que no debía mencionar.

En ese contexto, lo del lunes 8 de enero fue sólo la chispa que encendió la corta mecha que detonó la dinamita que incendió la casa que quemó el pueblo. 

Ese día, el presidente López Obrador se quejó de ella. Para despreciarla, no le llamó Azucena Uresti sino “Susana Eréstegui”, a pesar de que su vocero le “sopló” dos veces el nombre correcto. 

La periodista respondió esa misma tarde en su programa de Radio Fórmula calificando al presidente de discriminador, misógino y agresor constante de mujeres.

Esto desató un huracán en Milenio. 

Empezó la presión desde lo más alto con un mensaje contundente: las cosas no pueden continuar así, si sigues en Milenio no puedes seguir en Radio Fórmula. Era claro: lo que decía al aire en Radio Fórmula -donde Azucena Uresti goza de más libertad- enojaba al presidente no solo con el dueño de Fórmula sino también con el de Milenio, donde ocupaba el espacio estelar. 

La periodista, su equipo y varios directivos de Milenio (algunos me dieron sus testimonios y en esos baso esta columna) interpretaron este mensaje como un ultimátum, un despido disfrazado de alternativa: si quieres seguir aquí, te tienes que callar, y ya no puedes estar en Radio Fórmula.

En coincidencia con esta crisis, Radio Fórmula había doblado su apuesta a favor de Azucena Uresti: le había ofrecido un mejor espacio: tres horas en el horario estelar de la mañana, en vez de una hora que tenía en la tarde-noche. 

Ella tomó el salvavidas.

Los días siguientes fueron un jaloneo entre chats, llamadas telefónicas y reuniones presenciales. Se fue extinguiendo la comunicación entre la conductora estelar y los dueños. Le ofrecieron regresar al estado de cosas previo a la crisis pero ese constante y sutil golpeteo a la libertad de expresión había llegado a su límite: la chispa había prendido la mecha que ya había detonado la pólvora que ya estaba incendiando la casa. 

Acordaron una especie de liquidación y listo. El viernes por la noche, Azucena Uresti anunció su partida dejando apenas un par de pistas en el camino: habló de “circunstancias actuales”, de que “hemos enfrentado muchas presiones profesionales”.

Que nadie diga que la palabra del presidente no pesa en el ánimo de los dueños de los medios de comunicación. 

Que nadie diga que la palabra del poderoso y autoritario presidente no incide en el destino y los márgenes de libertad de los periodistas.

Pero sí hay quien lo está diciendo.

Con la ayuda del presidente López Obrador, sus propagandistas y sus siempre obsequiosos periodistas funcionales, Milenio ha querido permear la idea de que su rompimiento con Azucena Uresti fue consecuencia de una decisión profesional de ella. Que escogió Radio Fórmula sobre Milenio. Que prefirió radio sobre tele, pues. 

La falta de lógica del argumento encendió aún más el debate. 

Ella misma refutó la versión oficial el lunes por la tarde: lleva 5 años trabajando en Radio Fórmula y su nuevo horario matutino radiofónico no chocaba con su horario nocturno en televisión. 

Además, es amplísima la lista de periodistas que hacen televisión en un medio, radio en otro y publican columna en un tercero. 

Cuando conducían espacios estelares en Televisa, Joaquín López Dóriga y Denise Maerker tenían programa en Fórmula. Ciro Gómez Leyva lo tiene mientras es la cabeza del noticiario más importante de Imagen TV. 

En Milenio también ha sido práctica común: el propio Ciro conducía el noticiario estelar en Milenio mientras hacía radio en Fórmula, y aún hoy Carlos Zúñiga hace tv en Milenio y radio en MVS.

Así que no había motivo para el ultimátum. 

Bueno, sí había: el enojo del presidente y las presiones sobre los dueños del medio. Porque en el fondo, la disyuntiva no era Milenio o Fórmula. Era callarse o no.

Publicado en El Universal, 23/01/2024.

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Azucena y “las circunstancias actuales”

Héctor De Mauleón

Todos y cada uno de los ataques con que el presidente intenta minar la libertad de expresión quedan grabados

La periodista Azucena Uresti se despidió el pasado viernes de Azucena a las 10, el noticiero estelar de Milenio Televisión. En su despedida aludió a “las circunstancias actuales” y a “momentos de definiciones”, lo que desató un torrente de especulaciones sobre posible censura, y obligó a plumas y voces afines al régimen obradorista a difundir que esas “circunstancias actuales” y esos “momentos de definiciones” obedecían, en realidad, a un acuerdo mutuo entre la periodista y la empresa, a consecuencia del inicio de un proyecto periodístico que Uresti emprenderá en febrero en Radio Fórmula.

Sin embargo, ese proyecto no se había cuadrado aún cuando la crisis entre la periodista y Milenio se desató.

El lunes 8 de enero el presidente López Obrador criticó la cobertura que Uresti había dado a un ataque con drones, ocurrido en el municipio de Heliodoro Castillo, en el estado de Guerrero, el cual fue denunciado por el padre Filiberto Velázquez, del Centro de Derechos Humanos Minerva Bello: un ataque que, según dijo entonces el sacerdote, habría dejado al menos 30 muertos.

En esa “mañanera”, en la que también fueron atacados Ciro Gómez Leyva, Joaquín López Dóriga, Carlos Loret de Mola, EL UNIVERSAL y los dueños de Radio Fórmula, el presidente se refirió a Azucena como Susana Uréstegui.

El mismo día, la periodista lanzó esta respuesta:

“El presidente se empeña en hacer como que no conoce mi nombre, en fingir que no sabe cómo me llamo, y de esa manera también discriminar, porque el presidente es misógino, porque el presidente es un agresor constante de las mujeres, ha sido un agresor constante de mi persona. A mí no me asusta que el presidente me nombre en sus ‘mañaneras’ porque, yo, si me equivoco, sí puedo aceptarlo, no como sucede en Palacio Nacional”.

Agregó Uresti:

“Esto me da pie a decir que el presidente es misógino, es discriminador, es un agresor contra las mujeres periodistas… porque finge cada vez que me menciona, una, dos, tres, diez, quince, veinte, veinticinco, treinta veces que no conoce mi nombre. Si no conoce mi nombre, señor presidente, y no le parece importante, no me mencione”.

Fue la gota que derramó el vaso en una larga historia de presiones. El teléfono de la periodista comenzó a sonar en cuanto terminó la transmisión.

En un texto subido ayer a X, Gibrán Ramírez Reyes, colaborador durante un tiempo en el espacio televisivo de Uresti, señaló que “En el noticiero de Azucena la presión por un control editorial oficialista era constante y tensaba el ambiente”.

“Eso yo lo vi —escribió Ramírez Reyes—. Puede negarse lo que quieran, pero cuando se haga la historia de este periodo y el perfil de las personas apartadas de las pantallas, el patrón va a ser muy claro”.

En el equipo de Uresti la historia no es la del “acuerdo mutuo” que las voces del oficialismo se han esmerado en difundir. El 8 de enero la periodista no había recibido aún la propuesta de extender su horario en Radio Fórmula a través de un nuevo espacio informativo.

El 8 de enero Uresti fue puesta a elegir. Como había ofendido al presidente, o dejaba Radio Fórmula, donde no podía ser controlada y con frecuencia emitía comentarios que lo hacían rabiar, o se acababa el noticiero de las 10 de la noche en Milenio, la casa donde Uresti había trabajado durante los últimos 20 años.

Esas fueron “las circunstancias actuales”.

Esos fueron los “momentos de definiciones”.

Se ha querido hacer creer que Azucena dejó Milenio para irse a Radio Fórmula. El detalle es que ella ya estaba en Radio Fórmula desde hacía cinco años y que la conducción de un programa matutino (el que acababan de ofrecerle) no interfería en lo más mínimo con la conducción de su noticiero nocturno.

Hoy, el presidente que ha amenazado públicamente a los dueños de los medios, el presidente que ha cometido delitos exhibiendo datos personales de Carlos Loret de Mola, el presidente que lleva todo el sexenio atacando a este y otros periodistas, el presidente que lleva un lustro soltándole diariamente a los comunicadores las rabiosas jaurías que tiene a su disposición (“si ustedes se pasan, pues ya saben lo que sucede”, amenazó en abril de 2019, durante una “mañanera”), se hace el inocente tras la salida de Azucena: “que diga, que explique, yo no me atrevería, no somos iguales…”

Todos y cada uno de los ataques con que este presidente ha intentado minar la libertad de expresión han quedado grabados: para nadie, salvo para los que se niegan a verlo, es un secreto que López Obrador no tolera la crítica y solo admite a la prensa que lo adula.

Apenas la semana pasada, repito, vimos la manera en que agredió a Carlos Loret, cuando este periodista dio a conocer los negocios y el tráfico de influencias en que están involucrados sus hijos.

Lo ocurrido con Uresti estará anotado en esa cuenta, y quedará en la historia del sexenio.

Publicado en El Universal, 22/01/2024.

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La abrupta salida de Azucena

En el tramo final del sexenio, López Obrador eleva su conflicto con la prensa. La familia González al servicio de Palacio.

Raymundo Riva Palacio

El viernes por la noche Azucena Uresti, la periodista de medios electrónicos que brincó a la fama pública durante uno de los debates presidenciales en 2018 por sus preguntas incisivas, anunció en el noticiero estelar de Milenio Televisión que conducía, que sería el último en la empresa donde laboró por dos décadas, y que dejaba el canal. 

Su mensaje de despedida fue cáustico, pero una frase de tres palabras, "dadas las circunstancias", incendió las redes sociales que se volcaron a la discusión de si fue un acto de censura o una decisión de la comunicadora.

Milenio difundió un comunicado cuando la pradera estaba ardiendo para decir que había sido un acuerdo entre ambas partes. La periodista no agregó más detalles a los expuestos, y el propio presidente Andrés Manuel López Obrador, sobre quien cayeron las críticas por censor y autócrata, le pidió que explicara las razones de su salida.

La verdad ya es irrelevante. Nadie quitará en una parte del imaginario colectivo que se trató de un acto de censura, lo que explica que los voceros a sueldo de la Presidencia, fueran activados el fin de semana para hacer un control de daños. Aún si fuera cierto lo que aseguró Milenio sobre la salida consensuada, todo queda en entredicho.

Los antecedentes en la forma como suele actuar la familia González, propietaria del Grupo Milenio, y el contexto en el que se dio la salida de Uresti, abonan a la creencia de que se trató de un acto de censura del gobierno, que fue también la lectura que se le dio en el medio periodístico, donde un importante número de periodistas y comunicadores respetados expresaron su solidaridad con ella, en un juego de valores entendidos que sugerían represión política.

Francisco González Sánchez, Pancho González, un empresario regiomontano exitoso -visionario en centros de espectáculos y en el negocio de espectaculares-, entró al mercado de medios en la Ciudad de México a finales de los 90's, con la revista Milenio, la placenta del diario y del grupo, y se caracterizó por la manera pusilánime con la que veía al poder, plegándose a sus deseos.

Nunca cambió su política editorial al servicio del presidente en turno, y a lo largo de este siglo han habido periodistas y colaboradores que salieron del grupo por ser incómodos en el despacho presidencial, donde el quid pro quo ha sido la publicidad oficial. 

Su hijo, Francisco González Albuerne, el hombre fuerte hoy en día en Milenio, ha llevado esa actitud medrosa y entreguista, pero comercialmente redituable, a niveles que no había visto ese grupo en su historia.

Sin embargo, la historia en sí misma de la familia González no habría alcanzado para generar la discusión digital que produjo la salida de Uresti, de no haber existido un marco en el cual la sospechas de censura tomaron carta de identidad.

En la misma semana hubo ataques vitriólicos del presidente en contra de Carlos Loret, por haber difundido en Latinus el trabajo de su periodista de investigación Mario Gutiérrez sobre los conflictos de interés de los hijos del presidente en negocios irregulares, probablemente ilegales, a través de sus amigos y el jefe de la Ayudantía de López Obrador. 

No es inédita la violencia ni los fustigamientos contra Loret, pero en la semana compartió la metralla presidencial con Brozo, el personaje de payaso interpretado por Víctor Trujillo, cuya afirmación que el voto por la Presidencia sería "por la dictadura" o "por la democracia", provocó una crítica de López Obrador y una nueva réplica de Brozo, que lo llamó "dictador".

Otro de los periodistas favoritos de la crítica de López Obrador, Joaquín López Dóriga, volvió a figurar en la mañanera, y lo emplazó a que probara que la asistencia no había llegado a la población de Acapulco afectada por Otis, que había reportado días atrás. 

El periodista respondió sosteniendo su afirmación y retando a que sea el gobierno que pruebe lo contrario, lo que hasta la fecha no ha hecho.

La virulencia de López Obrador contra la prensa permite todo tipo de conjeturas, y alimenta la idea de la censura contra Uresti, a quien también ha señalado y atacado en las mañaneras, la última, días antes de su salida de Milenio.

La prensa y los medios son los principales receptores de los ataques, difamaciones y señalamientos beligerantes de López Obrador, porque no ocultan lo que quisiera que nadie supiera, que el Tren Maya no está funcionando como prometió, que tampoco refina su refinería de Dos Bocas, que el aeropuerto "Felipe Ángeles" está convertido en un elefante blanco, que la corrupción en su gobierno es más grande que en anteriores administraciones y que su política de seguridad ha llenado de sangre al país.

López Obrador afirma que hoy existe más libertad que nunca y, como corean sus voceros, no ha pedido a ningún medio la cabeza de ningún periodista. 

Esas afirmaciones son relativas. 

No hay más libertad que nunca, porque ha sido constante en tratar de ejercer previa censura mediante amagos y amenazas. 

No utiliza la exigencia directa de que despidan a nadie, pero desde Palacio Nacional, en la mañanera, ha cuestionado a los dueños de los medios de mantener en sus nóminas a periodistas críticos a su gobierno, y para presionarlos, los ha señalado de estar alimentando la crítica porque han perdido privilegios que tenían en el pasado, utilizando esa palabra -"privilegios"- como eufemismo mal aplicado de contratos públicos.

El presidente ha llegado a límites de ataques a la prensa y la libertad de expresión que no se habían visto, en forma y fondo, en la memoria. 

No ha sido discrecional, como lo han hecho gobiernos anteriores, sino ha generalizado contra todos aquellos que discrepan de sus acciones o critican algunas decisiones, incluidos periodistas que fueron afines a él y lo apoyaron, como Trujillo o Carmen Aristegui, o personas que están más cercanas a él en lo ideológico y político, como Roberto Zamarripa, el nuevo director de Reforma.

La virulencia de López Obrador contra medios y periodistas ha subido de intensidad desde hace unos meses, y elevado el tono inflamatorio y la difamación en las últimas semanas, donde no hay día que no haga una referencia negativa, acusatoria y que llama al linchamiento. 

Dadas las circunstancias, parafraseando a Uresti, la percepción de que la comunicadora salió por un acto de censura, tiene enormes asideras, subjetivas ciertamente, pero que están perfectamente encuadradas con el deseo del presidente de que toda prensa y periodista que no se le hinque y le rinda tributo, es su enemigo y hay que acallarlo.

*Publicado en Política on line, 21 de enero de 2024.

Luis Javier Valero Flores

Director General de Aserto. Columnista de El Diario