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Ausencia

Ausencia 30 de diciembre de 2020

Ethan Tejón Herrera

Chihuahua, Chih.

El año que estaba a punto de acabar se había convertido en una locura, pensó, mientras se encontraba sentada lejos de casa, mirando sus pies a bordo de un 747 con destino hacia la pequeña ciudad donde residía su madre.

La butaca azul con respaldos de color negro no era cómoda, pero no lo importaba en lo más mínimo, estaba absorta en sus pensamientos.

Era como si su mente estuviera en cualquier otro lugar, lejos de aquel Boeing que surcaba los cielos, lejos de los pasajeros que la acompañaban y de los miembros de la tripulación. 

Su mente estaba en casa, en los campos y en los prados que la acompañaron cuando era más pequeña, su mente estaba en los brazos de su madre, mismos que ansiaban poder abrazarla y sentir sus cabellos rojizos.

Se imaginaba a sí misma nuevamente en la puerta de su hogar. De pronto su fantasía se vio interrumpida tras escuchar la voz del piloto, que avisaba que se encontraba una tormenta en camino y que debían de parar en la ciudad cercana, haciendo un viaje de escala.

Tras escuchar aquellas palabras, volvió a su cabeza, su lugar seguro para refugiarse de un mundo que en su opinión estaba lleno de locura. ¿Pero acaso evadir la locura del mundo, no sería un acto equiparable a la locura?, mismo acto que ponía en entredicho su propia cordura; pero que parecía no importarle en lo más mínimo.

 


Desde pequeña se refugiaba en su cabeza y fantaseaba con lugares lejanos, con abandonar el pueblo y crecer en la ciudad, con irse para siempre del campo y quizá del país.

Muchos años después lo lograría, consiguiendo una beca de excelencia para estudiar en Alemania, a pesar de que el alemán siempre le pareció un idioma tosco o rudo, lo practicó y consiguió adaptarse, al menos parcialmente al estilo de vida y a la fonética alemanes.

Pero en el fondo, siempre supo que huir con rumbo hacia Alemania o alejarse lo más posible del campo y de su madre, no sería la puerta que le abriría el camino hacia la felicidad.

Sabía que faltaba algo más, sentía un vacío por dentro, pero no podía saber por qué. Era como si algo le inquietara y le perturbara la paz y la  tranquilidad. Se había cansado de buscar la respuesta y de lanzar un sinfín de preguntas al aire, como si el aire lo único que hiciera fuera atraparlas y repetir su eco, sin que nadie contestara del otro lado. 

Por lo tanto se había dejado de preguntar el motivo de las cosas, sus razones y cuestiones personales. Pero aún así, ese mismo sentimiento la rasgaba como si se tratara de un pequeño que jalaba del vestido de su madre fuerte y violentamente.

Intentó sin éxito dormir para apaciguar el sentimiento de intranquilidad, pero aquel sentimiento iba y venía como era de costumbre. Había en el fondo de ella un sentir que gritaba y exigía desesperadamente una solución, pero lo único que hacía era intentar ocultar ese sentimiento intentando ocuparse en cualquier otra tarea o intentando pensar en cualquier otra cosa, sin resultados de intentar de acallar aquella voz que exigía ser escuchada.

 


Un pensamiento emergió nuevamente de su cabeza, pensó en que quizá no pasaría la última noche del año en compañía de su madre, si no en compañía de pasajeros desconocidos.

Sentía que debía de estar lo más pronto posible en casa con ella, como si en el fondo sintiera que tuviera una deuda pendiente con ella, a pesar de la distancia que las separó largo tiempo, pensaba con frecuencia en la soledad de su madre. Se sentía culpable por haberla abandonado e irse lejos para quizá no volver hasta que llegara el momento de hacerlo, o quizá ese momento nunca hubiera llegado.

Volver de Berlín con rumbo hacia una pequeña población del sur estadounidense le traía sensaciones nostálgicas. Era como si una parte de ella se quedara prendada en un país extranjero y la otra mitad se quedara en Texas.

Se detuvo a observar el cielo de la tarde a través de la ventana, recargó su cabeza sobre el cristal sintiendo el calor de los rayos del sol que caían e iluminaban su rostro.

Aquellos serían los últimos rayos de sol que vería, antes de llegar la tormenta que se avecinaba.

Podía ver su reflejo a través del cristal y más delante podía ver las turbinas del avión y las nubes que se encontraban por debajo. 

Dentro de algunas horas sería Año Nuevo y quizá llegaría pasada la medianoche, tenía planeado aterrizar en Houston y desplazarse en automóvil unos cuarenta y cinco minutos hasta llegar a la pequeña población que la vio nacer y crecer.

Pero la tormenta que se avecinaba sería motivo suficiente para postergar aquel viaje, la visibilidad en medio de la noche se vería interrumpida por la llovizna que estaría por caer.

Mientras pensaba en los planes arruinados, se limitó a lanzar un pequeño suspiro y continuó observando los prados que se extendían a través de las llanuras.

Mamá quizás comprendería, se limitó a decirse a sí misma en un intento por colmar la culpa.

Este año no logré llegar a tiempo al igual que el año pasado, se dijo también.

Su pequeña Johanna, tan ausente, se había convertido en una mujer exitosa pero solitaria, le costaba aún encontrar su lugar en el mundo.

No logró adaptarse a las exigencias de la urbanización berlinesa al igual que a las exigencias de la sociedad rural texana.

Quizá su lugar no estaba ni en el campo ni en la ciudad, anhelaba volver algún día a los Estados Unidos y habitar en los suburbios, lejos de las grandes ciudades y lejos de los extensos plantíos.

Quizá su lugar estuviera en alguna ciudad más pequeña, lejos del bullicio y de las luces que provenían de rascacielos enormes.

Algún día encontraría la respuesta pero ese día no le importaba encontrarla.

Aquel sentimiento de búsqueda no estaba agotado aún, pero era como si estuviera en pausa.

Tan solo quería llegar a casa, mamá lo entendería se repitió de nuevo.

Tan solo quiero verla de nuevo, se dijo también.

El avión continuó fijando su curso, más delante se encontraba un grupo de nubes oscuras, faltarían algunas horas para llegar a Houston.