Chihuahua, Chih.
Son los nuevos tiempos que vive la política mexicana y, con ella, la chihuahuense.
Apenas confirmada la designación de los candidatos a las alcaldías de Juárez y Chihuahua, Cruz Pérez Cuéllar y Marco Bonilla, en busca de la reelección, de inmediato se inició la carrera por la gubernatura en 2027.
No se batalla mucho para llegar a tales conclusiones, el hecho de que estas dos ciudades concentren poco más del 62% de la población y del padrón electoral, además de la muy abultada ventaja electoral que mantienen en sus respectivos ámbitos, los hace claros favoritos para encabezar a los dos bloques políticos electorales que se estarán disputando el país y la entidad a lo largo de todos estos años.
No hay nada resuelto en la contienda, particularmente en la presidencial; hay favoritos, sí, y estos podrán mantenerse en la cabeza, pero lo que muestran en el país, al contrario de lo que pareciera ocurrir en Chihuahua, en la contienda presidencial podrán cerrarse las distancias entre Claudia y Xóchitl; no así en las ciudades de Chihuahua y Juárez en la elección a senadores.
Por una razón, porque las evidencias de tales ventajas electorales no las obtenemos de las encuestas.
Lo que estará en el aire en ambas ciudades serán dos cosas: Por una parte, si la participación electoral en Juárez superará los niveles históricos, partiendo de que Morena se alzará con una contundente victoria y, por tanto, ver si la ventaja -en votos, no en porcentajes- es suficiente para empatar o superar la que obtenga el bloque opositor en la capital del estado.
Morena puede ganar con un muy elevado porcentaje de la votación en Juárez, pero puede darse el caso que, a pesar de ello, la diferencia en votos sea menor.
Es decir, que obtenga una ventaja de 80 mil votos -que pudiera ser una ventaja, en porcentaje, de 35 a 40%- y que el PAN-PRI obtenga una menor ventaja porcentual en Chihuahua, pero que por alcanzar una mayor participación electoral pudiera representar alrededor de 100 mil votos.
De darse esa ventaja Morena no tiene un reservorio en el estado para empatar y luego superar a los frentistas con los votos alcanzados en otros municipios; menos si se presenta la inercia que se ha dado en los últimos 3 procesos electorales, en los que el PRI obtiene más de 22 triunfos en los municipios más pequeños.
La contienda electoral de este año refleja, además, la tendencia presente en la clase política mexicana, la de migrar de partido con mucha frecuencia.
Sin sustento se quedó aquella descalificación hacia las alianzas, practicadas inicialmente por el PAN y el PRD, y ahora con el PRI, de que se juntaban «el agua con el aceite».
También enfrente, hace rato las practican.
Ya desde el 2006, el posteriormente reconocido como Partido de Encuentro Social (PES), de clara identificación cristiana y de inocultable tufo derechista (conservador le diría AMLO) apoyó al hoy presidente López Obrador, cosa que hizo en 2012 y 2018, al grado de que entre las dirigencias de ese partido le llaman «hermano» al líder morenista.
Además, algunos de los ahora destacadísimos dirigentes de la 4T, (sobresalientemente Marcelo Ebrard y Ricardo Monreal), pasaron por ser candidatos de Movimiento Ciudadano.
Y a partir del 2018 sumaron, primero en elecciones locales y luego en las federales, al PVEM, franquicia que es la emblemática -junto con el PT- de cómo estos partidos se alquilan a los partidos en el poder, cualquiera que éstos sean.
Y si los partidos eso hicieron y hacen ¿Qué podemos esperar de sus militantes y dirigentes?
El tránsito de aspirantes a algún puesto de elección popular -y, por supuesto, en el gobierno- es el signo característico de la actual etapa político electoral del país.
Planteada así la situación ¿Porqué habría de extrañar ver al alcalde panista de la capital, Marco Bonilla, enfundado en una camisola roja, al más puro estilo del priismo de la mejor cepa¿ ¿O que la coordinadora de campaña del muy priista dirigente estatal, Alejandro Domínguez, sea la muy panista Georgina Bujanda?
¿O que dos antiguos compadres, con una muy larga compartida carrera en el PAN, Cruz Pérez Cuéllar, por Morena, y Rogelio Loya, su compañero de muchas y luengas batallas políticas en el blanquiazul y quien ahora abandera a su partido, al PRI y los etéreos restos del PRD, se disputarán la alcaldía juarense; o que dos expresidentes estatales del PRI, Marco Adán Quezada, por Morena, y Alejandro Domínguez, por el Frente, buscan la diputación federal del distrito ocho; o que el panista Marco Bonilla se enfrentará al ex panista Miguel Latorre por la alcaldía de la capital del Estado?
¿O que la disputa por el distrito 7, de Cuauhtémoc, al interior de Morena, se escenificara entre los ex priistas Roberto ‘Nono’ Corral y Lupita Pérez? ¿Y que los cargos morenistas en Parral recayeran en la misma familia, la Valles, entre padre e hija, él de muy cercana amistad con el ex gobernador César Duarte?
¿Porqué, si el ex gobernador Javier Corral es uno de los nuevos activos del morenismo, al grado de incluirlo en un lugar de privilegio en la lista de senadores (él sí será senador, con seguridad, al contrario de su muy entusiasta impulsor, Juan Carlos Loera, quien depende de que Morena gane más votos que el Frente en el estado, si no, po’s no), no apareció en la brevísima gira de Claudia en Juárez?
Y que, como es sabido, escenifica una muy añeja y áspera confrontación con su compadre, Pérez Cuéllar.
¿Acaso consideraron que no sería bien recibido, ni por los morenistas, ni por el ‘pueblo bueno y sabio’ que apoya a Morena, y ni por el alcalde Pérez Cuéllar, a quien un grupo de morenistas, entre los que descuellan algunos parientes de Loera de la Rosa, lo han impugnado estridentemente?
Morena perdió en unos cuantos años el perfil de partido de izquierda que alguna vez se soñó podría serlo; hoy, está claro, que no lo es, ni por su perfil, ni por la política gubernamental ejercida, ni por la mayoría de sus abanderados a los distintos puestos de elección popular.
Por otra parte, esta es nuestra realidad.
Hoy se enfrentan dos bloques políticos partidarios, cuyas diferencias, de proyecto económico, de plataforma electoral, de contenido y discurso ideológico, son muy tenues; son variantes de lo que el presidente López Obrador llama neoliberalismo, y sí, a pesar de algunos abnegados militantes del partido gubernamental, su partido y su gobierno no son más que una expresión de los proyectos neoliberales presentes en el mundo.
Hay, evidentemente, como en toda contienda electoral, matices de diferencia, de enfoques entre las abanderadas; con un añadido, éste sí cardinal, el de que la propuesta de la candidata de Morena es la profundización de las políticas más agresivas de López Obrador hacia la división de poderes y el armado institucional, construido paso a paso, -a pesar de la oposición, abierta o soterrada de los gobiernos priistas y panistas- orientado a quitarle poder al presidente de la república.
Va de cuento:
El acto celebrado en el mítico recinto priísta del gimnasio San Pedro en la capital del estado, para cobijar a Marco Bonilla , en el que estuvo toda la élite priista, además de un conjunto de destacados panistas, hizo que evocáramos el cuento de Renato Leduc, que hablaba sobre la rivalidad entre los veracruzanos habitantes de Alvarado y Tlacotalpan.
Como debe ser, cada pueblo rendía -rinde- culto a una virgen, a la del Rosario los de Alvarado, y a la de la Candelaria los de Tlacotalpan.
Bueno, pues un día decidieron poner fin a esa rivalidad y acordaron casar a la virgen del Rosario de Alvarado con San Cristóbal de Tlacotalpan (ó a la virgen de La Candelaria de Tlacotalpan con San Cristóbal de Alvarado, así de variadas están las versiones).
Y como sucede en cada pueblo que se respete, había un borrachito -de Alvarado- que entró en ‘sueños’ etílicos durante el tiempo de las negociaciones. Despertó justo cuando en una barcaza iban juntos la Virgen del Rosario de Alvarado y San Cristóbal de Tlacotalpan, en plena ceremonia nupcial.
El compañero estalló en ira y, pródigo en el lenguaje, como suelen ser los alvaradeños, gritó -¡Madre, prefiero verte de prostituta que casada con éste hijo de un mal dormir $%&!.
Ahí se acabaron los llamados a la reconciliación y a la paz entre ambos pueblos. Hasta la fecha.
No sucede tal ahora en ambos bloques.
Han llevado al país -especialmente el presidente López Obrador- a la división entre los buenos y los malos, entre el ‘pueblo bueno y sabio’ y los ‘conservadores’ y han impregnado -otra vez, sobre todo desde la tribuna presidencial- de un ánimo altamente belicoso en las contradicciones políticas.
Detener eso es impostergable, antes de que nos hundamos en la vorágine de la violencia política.
Columna de Plata-APCJ: 2008, 2015, 2017, 2022 y 2023
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