Chihuahua, Chih.
Para que el amor se dé necesita de una gran cantidad de ilusión, que es, por definición, una distorsión del objeto real, porque suele fundarse sobre sueños y deseos, carencias y vacíos, imposibilidades, fragilidades, fracasos personales, arrebatos, alegatos que contradicen el sentido común, apuestas contra el destino.
La realidad, en cambio, siempre estará dispuesta a dinamitarlo, obstaculizarlo, ponerle trampas hasta hacerlo morder el polvo.
Sin embargo, sea relampagueante o cultivada la forma con que el amor se presenta, ésta no define su evolución, su perdurabilidad, ni predetermina el desenlace de las historias.
El amor escapa de los cuentos rosas y se pinta con los colores que la realidad le impone.
Nadie es tan vulnerable que cuando ama, y los amantes se arman con recursos letales. Una palabra puede contener más ponzoña que una cobra o una viuda negra; un detalle insignificante puede dislocar cualquier certeza.
Los demonios están ahí, no afuera de la pareja, sino dentro de ella, acechando, agazapados, dispuestos a roer, envenenar, marchitar o romper el corazón de quienes aman.
En la nota roja de los periódicos se esboza toda la literatura universal: crónicas de suicidas, crímenes pasionales, inesperadas esquelas de muertos que gozaban de cabal salud. Hay en todo esto un mar de fondo: un corazón destrozado. Y es que el amor se escribe como una gran novela que al principio se boceta como una colección de cuentos de hadas, pero que casi siempre termina siendo la descripción de un manicomio o un infierno.
Pero también es incuestionable que el veneno más eficaz contra el amor es el trato diario; ahí, se desmoronan las idealizaciones. Contrariamente a lo que se cree, no es la ilusión, sino la desilusión el principio de un amor verdadero.
De todos es sabido que el amor involucra todo el ser: perturba las emociones, altera el pensamiento, desestabiliza las convicciones, desenjaula los instintos, enferma ciertos órganos, embriaga los sentidos, y sin embargo, aún nos preguntamos por el lugar de su residencia.
Su domicilio original (el corazón, el cerebro, la chacra solar, el alma, los genitales) se lo disputan aquéllos que ingenuamente pretenden explicarlo desde una sólo perspectiva.
Dure un día o toda la vida, sea real o fantasioso, sea producto de un flechazo o de una ardua construcción, el amor posee las mismas características esenciales.
Sin embargo sus variaciones, matices, dimensiones, historias peculiares, lo convierten en un asunto complejo que lo único que permite o exige es vivirlo.
La experiencia amorosa la vivimos como marionetas que participan en actos cómicos, luego en trágicos, comedias de enredos, culebrones cursis, farsas bufas, pero siempre fuera de control de nosotros mismos y en manos de un sino cuyo talante resulta, ciertamente, voluble.
La vida es breve y el amor es legión.
Es imposible no sólo vivir sino imaginar la diversidad de sus manifestaciones. Además, la experiencia amorosa suele ser tan impactante y desestabilizadora que, luego de conocer sus estragos, intentamos rehuirla conscientemente, protegernos de ella, combatirla, o cínicamente negarla.
De algo sirve la experiencia pero el amor no causa inmunidad. Su veneno puede, incluso, resultar adictivo.
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