Chihuahua, Chih.
El 14 de febrero es un buen día para recordar que la mayoría de feminicidas dijeron amar a sus víctimas.
El mito del amor romántico, el amor como lo conocemos, el que nos define la entrega absoluta, colocar el destino de la propia existencia y la toma de decisiones en manos de alguien más, el que se lee y vive en términos de la posesión y que se traduce a “pertenecer” o “ser de alguien”, gestiona una situación de vulnerabilidad que difícilmente se logra remontar.
Hace falta decir amar a una hembra para poder dominarla, se piensa.
Porque se percibe de nosotras ser manipulables en voluntad y es precisamente el amor romántico la cuña que no permite el libre desarrollo de la personalidad de las mujeres al anularlas, desaparecerlas del espacio público, eliminar sus redes de apoyo y sociales inhabilitándolas de la posibilidad de huir de relaciones violentas u organizarse políticamente para desmontar, a través de la reflexión y el encuentro con otras mujeres, el daño que implica amar sin pertenecer y no solo a la vida en pareja, también en todo tipo de relación en cualquier espacio.
Y es que el aspecto político de la forma en que amamos es el menos abordado por atender lo inmediato de visibilizar, lo urgente que resulta romper con los lazos que la violencia de género requiere para seguir operando y así, mantener al amor como la más potente arma de control y sometimiento para las mujeres. Y el costo de la desobediencia, de rebelarse, literalmente, es la muerte.
De los 46.5 millones de mujeres de 15 años y más que hay en el país, 66.1% (30.7 millones) ha enfrentado violencia de cualquier tipo y de cualquier agresor, alguna vez en su vida.
El 43.9% ha enfrentado agresiones del esposo o pareja actual o la última a lo largo de su relación y está más acentuado entre las mujeres que se casaron o unieron antes de los 18 años (48.0%), que entre quienes lo hicieron a los 25 o más años (37.7%).
En 2018 se registraron 3,752 defunciones por feminicidio, el más alto registrado en los últimos 29 años (1990-2018), lo que en promedio significa que fallecieron 10 mujeres diariamente por agresiones intencionales, todo esto, son cifras de la estadística, a propósito del día internacional de la eliminación de la violencia contra la mujer (25 de noviembre), del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI).
Ante el fenómeno que implica la violencia de género teniendo al feminicidio como su máxima expresión, nuevos brotes de notoria brutalidad revisten cada ataque.
Sorprende que ante el supuesto consenso que se había ganado sobre el rechazo a las formas que habilitan que a una mujer la maten por el simple hecho de serlo –mire usted, que las mujeres no matan a sus parejas sistemáticamente por método- la respuesta gire más a cuestionar a las víctimas por sostener una relación donde son violentadas a indignarse o repudiar este delito, que es de lesa humanidad.
El reciente caso de Ingrid Escamilla, asesinada para ser desmembrada y desollada luego, tras su martirio, crueles críticas se vertieron sobre ella, primeramente cuestionando su decisión de tener una relación con un hombre mayor que ella (como si las mujeres no gozáramos de autonomía suficiente como para decidir con quién sí y con quien no relacionarnos siendo adultas) y luego, quedarse a pesar de haber denunciado a su marido meses atrás para finalmente, ser asesinada por él.
Es decir, no fue suficiente para la sociedad lo que padeció antes de morir como para seguir robándole su dignidad aún después de muerta. Similar caso el de María Elena Ríos, saxofonista oaxaqueña quemada con ácido por su expareja, Juan Vera Carrizal que a pesar de las múltiples denuncias, incluyendo la realizada al momento del ataque, sigue prófugo de la justicia sin mucho afán de las autoridades por encontrarlo, presumiblemente, por sus nexos políticos.
Quedarse se debe a que cuando una mujer se encuentra inmersa en un ciclo de violencia (I.Acumulación de tensión, II.Agresión, III.Luna de miel), le opera algo llamado INDEFENSIÓN APRENDIDA y tiene que ver con generar barreras psíquicas y mentales para soportar la tortura constante que implica la violencia emocional infringida en una escalada de agresiones que van desde manifestaciones mínimas e imperceptibles (ley del hielo, desprecio, chantajes, manipulación emocional, etc.) y desembocan en el feminicidio.
Es decir, quedarse en una relación violenta no es efecto de una decisión personal, como tampoco es no salir de ella.
Una mujer no deja a su agresor por una muy simple razón: no puede.
La violencia escala tanto y el miedo y la angustia paraliza tanto, que sabe que de intentarlo puede ser asesinada. La experiencia y la estadística nos señala lo común que es que para cuando se mata a una mujer, está ya denunció a su agresor por alguna vía, al menos una vez y “no pasó nada”; se requiere apoyo, pocas veces se logra hacerlo sola sin ayuda externa.
La incomprensión y cargar de culpas a quien padece algo así no ayuda, así que preguntémonos ¿solo el feminicida mata? La sociedad también contribuye en buena medida haciendo a las mujeres violentadas sentir avergonzadas si piden ayuda o señaladas por la forma en que eligen denunciar.
El amor basado en la conquista y la seducción requiere mujeres aisladas socialmente a las que se les ha insertado la noción de necesitar cariño específicamente romántico y las que más padecen la violencia estructural derivada del Estado son las más vulnerables, a diferencia de las que se pueden generar comodidades que las mantienen a salvo.
El amor romántico no es un salvoconducto para mantenerse viva, tampoco un vehículo para satisfacer anhelos y deseos.
A las mujeres tampoco las matan “por exponerse” porque sus asesinos son sus maridos, novios, amigos, parejas, exparejas, los hombres que dijeron amarlas y seguido ocurre en sus casas.
El día del amor y la amistad es un buen día para tenerlo presente.
@MarieLouSalomé