Chihuahua, Chih.
“La mejor política exterior es la interior”: Andrés Manuel López Obrador, Presidente de México.
“La disidencia es la más alta forma de patriotismo”: Howard Zinn, historiador norteamericano (1922-2010).
Al calor de la campaña por la presidencia en 2018, existía, en buena parte de la comentocracia nacional, la incógnita acerca de cómo serían las relaciones exteriores de México en caso de que el candidato puntero, Andrés Manuel López Obrador, resultara vencedor en los comicios venideros.
Aunque una parte de la misma daba por sentado que rompería los acuerdos -sobre todo los no escritos- que se habían dado en buena parte de la era neoliberal (1982-¿2018?), existía el temor sobre si una eventual administración obradorista tendería puentes con la izquierda latinoamericana, sobre todo con la más radical (Nicolás Maduro, Daniel Ortega, etc.); o si, eventualmente, decidiría adscribir al gobierno de México en órganos lidereados por la misma como el ALBA (Alianza Bolivariana de las Américas).
A este respecto, López Obrador deslizó un interesante precepto: “la mejor política exterior es la interior”, dejando entrever que su gobierno buscaría tener vínculos de armonía y paz con todos los pueblos del mundo (sic).
Este hecho pudo visualizarse desde su toma de posesión. Invitó a la misma a personajes históricamente contrapuestos: desde Donald Trump (quien no asistió, enviando como emisario a Mike Pence, a la sazón Vicepresidente de los Estados Unidos; así como a su hija y asesora, Ivanka Trump) hasta Nicolás Maduro; pasando por diversos personajes variopintos, tales como el Rey Felipe VI de España; el Presidente Colombiano, Iván Duque; su par cubano, Miguel Díaz-Canel; Evo Morales (ex Presidente de Bolivia); y Lucía Topolansky (ex Vicepresidenta del Uruguay y esposa de Pepe Mujica); entre otros.
Parecía una reminiscencia a los tiempos de la Doctrina Estrada y la vieja diplomacia, a la inauguración de un gobernante de izquierda apoyado por sus similares doctrinarios. Palacio Nacional avizoraba brindar señales de apertura y concordia.
Con el paso del tiempo, las cosas tomaron un curso interesante. López Obrador hizo honor a su adagio de campaña y lo cumplió con creces.
Si pensaba que “la mejor política exterior era la interior”, siguió este precepto a carta cabal, por lo menos durante la primera parte de su gestión. Si sus predecesores habían realizado fastuosas giras al exterior, en aras de entrevistarse con los líderes del mundo; AMLO prefirió recorrer el país de cabo a rabo, buscando tender puentes con los gobernadores y los alcaldes (así fuesen de oposición).
No obstante, en este período sí recibió algunas visitas del exterior, destacando la de Pedro Sánchez (Presidente del Gobierno español); Carlos Alvarado (mandatario costarricense); Laurentino Cortizo (Presidente de Panamá).
Cabe destacar, en esta época también se reunió con los Presidentes de Guatemala, El Salvador y Honduras, buscando que “Sembrando Vida”, uno de los programas estrellas de su administración, llegara a las tierras centroamericanas y se tornara en valladar para apaciguar la llegada de migrantes a la frontera sur de México (misma que, en el primer año de su gestión, se tornó en un problema serio y puso en vilo las relaciones entre México y Estados Unidos).
Durante este lapso, López Obrador declinó abandonar el país. Se negó a ir al Foro Económico Mundial, que tiene lugar año con año en Davos, Suiza; enviando como emisarios en su lugar al canciller, Marcelo Ebrard; así como al (entonces) Secretario de Hacienda, Carlos Urzúa. En este primer momento, también se negó a ir a reuniones de las Naciones Unidas, así como a tomas de posesión de mandatarios (así fuesen “hermanos” ideológicos).
Empero, a partir de 2020 pareció vivirse una especie de viraje. En julio de aquel año, el Presidente anunció un viaje a Washington, donde fue recibido por Donald Trump y el grueso de la legación norteamericana. Este viaje le concedió la mirada de la prensa internacional, pues lo que podía interpretarse como un desplazamiento de rutina, se convirtió en una especie de jornada épica, ya que López Obrador se movilizó de la Ciudad de México a Washington ¡en vuelos comerciales! convirtiendo una convención rutinaria en una faena que le granjeó simpatías y antipatías.
Después, fue visitado por algunos mandatarios y personajes con quienes posee identificación ideológica. En el curso del 2021 destacaron las llegadas de prominentes izquierdistas continentales como Alberto Fernández (Argentina), Luis Arce (Bolivia) y un nuevo arribo de Miguel Díaz-Canel como invitado de honor en el desfile del 16 de septiembre (hecho que le granjeó al gobierno federal acres críticas por parte de la oposición, cabe señalar).
Sorprendió también un segundo arribo del colombiano Iván Duque (bastante deslucido por cierto), así como el arribo de mandatarios conservadores, como el guatemalteco, Alejandro Giamattei (quien estuvo en una visita programada a realizarse en Yucatán, con motivo de una reivindicación del gobierno federal hacia el pueblo maya peninsular) y la de su homólogo ecuatoriano, Guillermo Lasso, quien, a unos cuantos meses de haber vencido en las elecciones presidenciales de su nación y de su toma de protesta, realizó una visita de cortesía a suelo nacional.
Vale recordar, la visita de Lasso pareció transcurrir en buenos términos, pues fue invitado a una ceremonia para conmemorar los tratados de Córdoba, a la par que solicitó la incorporación de su país a la Alianza del Pacífico y de la conformación de un tratado comercial con el gobierno mexicano.
Sin embargo, no todo ha sido miel sobre hojuelas, pues algunos columnistas aseveraron que el Presidente López no quiso recibir en alguna ocasión a su (entonces) homólogo chileno, el conservador Sebastián Piñera; cuando Díaz-Canel había tenido una bienvenida cordial por parte de las autoridades nacionales en esa misma coyuntura.
Por otra parte, a tres años de iniciada su administración, el Presidente López Obrador parece estar dando un giro relevante en su perspectiva de las relaciones exteriores.
Si, en la primera mitad de su administración, apenas hizo un par de viajes al extranjero (destacadamente a los Estados Unidos), hoy se apresta a romper ese adagio. Esto porque, hace unos días, comentó que, en el curso de los meses siguientes, hará sendos viajes a Cuba y a distintas naciones de Centroamérica, en aras de promover los programas insignia de su administración (Sembrando Vida, dixit).
Tal vez, enterándose de la “futura travesía latinoamericana de AMLO”, su colega argentino, Alberto Fernández, ya lo invitó a visitar Buenos Aires, a lo cual, baste decir, el Presidente no ha dicho que no.. sino que lo pondrá a consideración (lo que, viendo su narrativa, parece encerrar una respuesta afirmativa).
No me resta más que decir que celebro la ruptura paradigmática de Andrés Manuel López Obrador. Considero que sus giras a lo largo y ancho de la república son necesarias; pero también resulta relevante que conozcan su propuesta, de viva voz, allende las fronteras.
A este respecto, resulta importante destacar la interesante encrucijada en la cual se encuentra AMLO: parece ser situado al filo de la navaja por algunos analistas e instituciones tradicionales (de ahí el controversial jalón de orejas propinado por el Parlamento Europeo y por la vocería del Departamento de Estado de los Estados Unidos, recientemente); pero también tiene todo para ser un líder de la izquierda continental.
Quizá no tenga la juventud de Gabriel Boric ¡pero tiene la experiencia y el idealismo! ¡Veamos cómo es recibido en las hermanas naciones de América Latina! ¡Es cuanto!