Chihuahua, Chih.
“… Esa es una de las grandes tragedias de este país, que es la herencia corrupta, putrefacta del priismo, del nacionalismo revolucionario, que está en la oposición y en el poder al mismo tiempo. Ahora se han medio unido gracias a que los corruptos del PRI se aliaron al Presidente para impulsar la militarización”: Roger Bartra.
A lo largo de la semana que termina, el talante rencoroso, pugnaz, grosero e intolerante de López Obrador alcanzó su máxima expresión.
Andrés Manuel López Obrador es un presidente desquiciado a causa de una manifestación, quizá la más importante organizada en su contra, distinta a las de las mujeres, pues no se celebraron para oponerse al presidente, o a alguna de sus decisiones políticas.
La que hoy se realiza se aleja de aquellas porque en ésta participan activamente los partidos de oposición que, seguramente, -con las excepciones de los lugares en donde gobiernan- aportarán el menor número de participantes en ellas pues la mayoría de éstos serán quienes se alejaron del presidente en los casi 4 años de su gobierno.
Lo más destacado de la marcha “El INE no se toca” (luego de la mayor o menor afluencia de personas a ella) será que develó en toda su magnitud el talante autoritario del presidente.
No es un estadista.
Imposible imaginarse a Nelson Mandela desquiciado porque la oposición hubiese convocado a una marcha para oponerse a una reforma legal; tampoco se puede imaginar a Lula, o a Salvador Allende, a Michelle Bachelet, o a Pepe Mújica, desgañitándose lanzando improperio y medio en contra de sus opositores.
De antemano les pido disculpas a los lectores. El tema de hoy me obliga a escribir en primera persona.
Hace bastante tiempo que ya no sigo las conferencias mañaneras, las monitoreo obligado por las exigencias profesionales; a ellas regreso cuando dudo de las numerosas versiones circulantes en las que lo critican ásperamente.
Con harta frecuencia encuentro que las críticas tienen sustento, que muchas de las cosas son ciertas, que sí las dijo.
Me alejé de ese ejercicio, el más apartado del oficio periodístico, debido a la incontrolable molestia despertada por el presidente (dicho así, con la frialdad exigida por el periodismo, y no como “Andrés Manuel”, la manera cálida de dirigirse a él durante muchos años) que me lleva a plantear una dolorosa pregunta:
¿Para esto tantos luchamos, y tantos años, para que se instalara en Palacio Nacional la regresión autoritaria, la restauración del viejo dinosaurio priista, encarnado no sólo en quienes integran el grupo más cercano al presidente, sino que está anclado en toda la estructura gubernamental, en el mamotreto de partido que es Morena, en la absoluta perpetuación de los privilegios de la más poderosa élite empresarial del país y en el acelerado e irracional proceso de militarización, que jamás soñamos sería un presidente “de izquierda” quien lo encabezara?
Estoy como Juan Villoro, impactado por lo que hoy vemos, pero no arrepentido de haber impulsado las candidaturas de AMLO.
No, no nos equivocamos.
Que AMLO llegara a la presidencia era necesario para desarticular al viejo régimen. Eso pretendíamos.
Pero el que hoy es presidente es muy distinto a aquel que encabezaba las protestas de los chontales en Tabasco; es totalmente diferente al que nos convocó a luchar en contra del Fobaproa y que ahora, como presidente, en cada Convención Nacional Bancaria, los que cobran tasas de interés bancarias de hasta el 70% anual y ganan miles de millones de pesos por el cobro de comisiones, le aplauden a rabiar.
Su desempeño es lo más alejado que jamás imaginamos muchos de quienes estuvieron -estuvimos- junto a él.
Muchos años atrás, acompañé a Alejandro Gascón Mercado en su candidatura al gobierno de Nayarit, luego de ser un popular y querido alcalde de Tepic, la capital.
El gobierno, como era lo usual entonces, se robó la elección. El Excélsior, dirigido por Julio Scherer, publicó al día siguiente, en primera plana, una enorme foto en la que un soldado intentaba llevarse la urna electoral, llenísima de votos a favor de Alejandro. Unas mujeres se colgaban de la urna y del soldado, rabiosas, desesperadas intentando evitar que se la llevara.
Días después, en una más que dolorosa reunión, en la que no eran pocos los nayaritas que se habían armado, Alejandro y el grupo dirigente propusieron que no se tomara la decisión de buscar por otras vías el respeto a la decisión ciudadana. Hubo decenas de hombres llorando, con la rabia en los ojos, en las manos.
“Había que ir a todo el país para llevar las mismas ideas por las que los nayaritas nos apoyaron”, resumió Alejandro.
Pasaron más años. Un día, de repente, nos quedamos solos él y yo, para entonces se había desarrollado entre nosotros una relación paternofilial.
Le propuse ir al cine. Exhibían “Antonieta”, una película sobre María Antonieta Rivas y José Vasconcelos, en la que se aborda, de manera central, el fraude electoral sufrido por éste cuando buscó la presidencia en 1929.
Luego, Alejandro se quedó callado durante horas. Propuso tomáramos un trago “en un lugar bonito”. Fuimos al bar del Hotel Palace. Después de nosotros llegaron los mariachis y con ellos cantando Cuco Sánchez.
Alejandro nunca superó la herida política provocada por el fraude.
En varias ocasiones discutimos acerca del peligro de caer en el sectarismo a causa de ese hecho.
En esa línea, su ánimo aperturista lo llevó a plantearse, junto con Arnoldo Martínez Verdugo -dirigente del Partido Comunista de México- y Heberto Castillo -dirigente del Partido Mexicano de los Trabajadores-, en un primer momento, la unidad de la izquierda.
Y en un segundo, con Roberto Jaramillo -líder del Partido Socialista Revolucionario-, Miguel Ángel Velasco y sus compañeros, todos estos líderes históricos de la izquierda socialista y comunista mexicana, agrupados en el Movimiento de Acción y Unidad Socialista; y los compañeros del Movimiento de Acción Popular, entre los que estaban Rolando Cordera, Carlos Pereyra, Antonio Gershenson y José Woldenberg, quien, en una acertada decisión, será el único orador de la marcha de hoy en la CdMx.
Fruto de esos afanes nació el Partido Socialista Unificado de México (PSUM). En el cierre de la campaña presidencial de Arnoldo Martínez, la izquierda regresó al Zócalo de la Ciudad de México. Alejandro lo denominó en él, “Zócalo rojo”.
Sin embargo, las diferencias políticas y en mucho las actitudes sectarias prevalecieron, se dió la ruptura y con Alejandro fundamos un pequeño partido -de la Revolución Socialista- sin registro electoral y sin el ánimo de buscarlo.
Ya prevalecía en el grupo dirigente la animosidad en contra de todos los demás que se reclamaban “de izquierda”. Al proponer una alianza con el PRD -secuela del PSUM- y luchar al lado de los deudores caídos en cartera vencida, entendí que ya teníamos opiniones distintas. El sectarismo prevaleció y Alejandro se alejó del líder carismático y popular que había ganado sin duda alguna las lejanas elecciones nayaritas de 1975.
Años después, en una brevísima conversación con Andrés Manuel, en el curso de una gira que efectuó por Chihuahua en enero del 2007, le comenté mis preocupaciones de que le ocurriese lo mismo que a Alejandro, a quien él conoció poco, a partir de pláticas de su padre, Don Andrés López, que fue integrante del Partido Popular, fundado por Vicente Lombardo Toledano, de quien Alejandro Gascón fue su secretario muchos años.
-No te vayas a sectarizar, Andrés Manuel, le dije brevemente. Ya salte del PRD, llama a formar otro partido, de izquierda, ahora.
-Sí, otros compañeros me dicen lo mismo. Respondió.
No superó el trauma del fraude electoral que argumentó le practicaron en 2006, inexplicablemente, pues ahora es presidente.
Cada que se regresa a ese año y a Felipe Calderón, me recuerda la película de Antonieta Rivas y Vasconcelos.
El López Obrador iracundo de la semana que termina lo confirmó.
De acuerdo con Leonel “Coco” Reyes Castro, López Obrador les endilgó a sus adversarios convocantes de la marcha de hoy, veintidós adjetivos: Rateros, corruptos, hipócritas, fifís, retrógradas, clasistas, racistas, matraqueros, achichincles, despistados, vulgares, sinvergüenzas, aspiracionistas, ambiciosos, farsantes, inmorales, saqueadores, ladinos, alcahuetes, ladrones, cretinos, mentirosos…
Tal actitud ha permeado a sus seguidores y a sus adversarios; el ánimo camorrero, beligerante y la pugnacidad es hoy lo predominante.
Eso explica la grosera, provocadora conducta del Secretario de Gobernación, Adán Augusto López, en su visita a Chihuahua.
Sus primeras frases al llegar ilustraron a que venía. Fueron la seguidilla de las lanzadas días atrás en Tabasco, cuando expresó que los tabasqueños eran más inteligentes “que los norteños”.
Al contestar una pregunta de la prensa acerca de la disminución de las partidas presupuestales a Chihuahua, denunciadas por la gobernadora Maru Campos, Adán respondió que traía “dos mil pesos, a ver si me alcanzan”.
¿Qué esperaba le dijeran en el Congreso?
¿Su respuesta fue a la frase lanzada días atrás por la gobernadora, en un evento panista, cuando dijo, “aquí le vamos a romper el hocico a MORENA”?
¿Por qué tanta rabia del presidente?
Porque pretende convertirse en un presidente de los del pasado, porque quiere apoderarse del instituto electoral, para asegurar los triunfos de su partido y porque sabe que puede no aprobarse la reforma electoral, a menos que doble al PRI.
¡Qué país! ¡Hicimos quién sabe cuántas cosas, para terminar, otra vez, en manos de la decisión del viejo dinosaurio!
*Columna de Plata-APCJ: 2008, 2015, 2017 y 2022
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Fuente de citas hemerográficas: Información Procesada (INPRO)
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