Chihuahua, Chih.
Es un país que secuestró y desapareció a miles de niños, es un país donde la corrupción política es legal, es un país que ha torturado con impunidad, un país que ha lanzado guerras ilegales, es un país cuyos narcotraficantes más exitosos son doctores y ejecutivos en jefe de farmacéuticas, es un país que amenaza a los periodistas y los declara oficialmente “enemigos del pueblo”, es un país que le niega derechos básicos a las mujeres, y en el que la xenofobia es política oficial, es el país con más encarcelados en el mundo, es el más armado del mundo, y este es el país que se declara, sin pena ni ironía, el juez del mundo.
Es una sensación muy extraña andar en medio de esto mientras reportamos sobre dos cosas muy distintas: la proclamación hecha por Washington de un cambio de régimen en Venezuela y el juicio de El Chapo en Brooklyn. No tienen nada que ver, pero a fin de cuentas ambos dependen de una ilusión oficial estadunidense de que aquí, por alguna razón, se puede enjuiciar a todos los demás.
La idea de que Washington con cualquier presidente, pero sobre todo con el actual, puede seriamente pretender que está preocupado por la democracia y los derechos humanos en otro país, o que está haciendo justicia con la “guerra contra las drogas”, debería provocar carcajadas históricas, pero sigue sorprendiendo que tantos políticos, asesores, analistas y, tristemente, periodistas lo aborden como si fuera en serio.
Las múltiples y constantes violaciones de derechos humanos y civiles, la violencia oficial, el hecho de que en gran medida este país se ha convertido en una plutocracia con toda la corrupción que eso implica (hasta el ex presidente Jimmy Carter lo ha denunciado), es más que suficiente para descalificar a este país como juez.
Apenas la semana pasada el gobierno de Trump acaba de reconocer que miles de niños más de los anteriormente reportados fueron arrebatados de los brazos de sus padres inmigrantes y que no saben dónde están. Eso es oficial. Pero esta administración no está obligada a rendir cuentas por estas violaciones masivas de derechos y aún no hay un coro masivo ni dentro ni fuera de este país exigiendo cuentas y enjuiciando a este gobierno.
¿Otro país, ya sea Venezuela, México, o uno europeo o árabe podría emplear la misma retórica estadunidense para exigir un cambio de régimen en Washington o amenazar una intervención para “rescatar a la democracia” en Estados Unidos? No cabe duda de que hay una crisis democrática dentro de Estados Unidos con graves consecuencias internacionales. ¿Qué le pasa a esa “comunidad internacional” que dice estar tan preocupada por la democracia, ese Grupo de Lima, esa OEA, esos europeos y canadienses que no están llamando por el cambio de régimen de Estados Unidos? No se oyen. ¿Por?
Por otro lado está el caso de El Chapo. Su juicio es reportado aquí en gran medida como un espectáculo (a muchos se les olvida la tragedia real que este show representa, incluso para algunos de los reporteros aquí cuyos colegas fueron asesinados por estos narcos y/o sus cómplices) y concluyen que México “es aún más corrupto y violento de lo que se suponía”. Esto nutre la retórica de Trump sobre México y los mexicanos, y El Chapoes buena publicidad para su insistencia en la necesidad de un muro fronterizo. El caso ofrece a todos una narcoserieen vivo, incluso con actores y productores de Narcos: México en Netflix visitando el “set” real en el tribunal de Brooklyn para compararlo con sus versiones ficticias. Nadie habla de las políticas antinarcóticos fallidas que se originaron en Washington, y sus masivas consecuencias humanas, incluyendo la encarcelación sin precedente de gente pobre en este país.
Mientras culminaba el juicio, se reportó que la familia Sackler, dueña de la farmacéutica que produce el opioide OxyContin, responsable en parte de una epidemia mortal en este país (casi 48 mil muertes causadas por opiaceos en 2017), obtuvo ganancias por más de 4 mil millones de dólares.
Los capos son acusados de ordenar miles de asesinatos y hasta masacres, pero lo mismo también se ha documentado a lo largo de la historia de otros empresarios, cuyos negocios también dependen de corrupción y violencia, pero por alguna razón nunca son enjuiciados. ¿Será porque entre ellos hay apellidos como Rockefeller, Vanderbilt, Carnegie y más, o que hoy tienen nombres de algunas de las empresas más “prestigiosas” del mundo?
A veces un juez no tiene nada que ver con la justicia.