Chihuahua, Chih.
Muchas mujeres tienen el encanto de la seducción, Alicia era una de ellas, vivía a unas cuantas calles de la casa de David, sus familias, desde generaciones atrás, habían tejido lazos de amistad. Era frecuente que Alicia y él, en las tertulias familiares convivieran sin que David pensara en establecer alguna relación diferente al trato meramente amistoso.
En sus veinte y dos años David veía a Alicia como una mujer sensual, hermosa y extrovertida, miraba sus enormes ojos verdes, sus labios carnosos, y su nariz en armonía con esos rasgos. La veía de arriba abajo y la admiraba en su esplendor, unos grandes senos remataban su pecho, unas redondas y grandes caderas atraían su mirada. Todo aquello se sostenía sobre un par de bien torneadas piernas.
En las tertulias del Barrio de la Estación, cuando se agrupaban en un lado las mujeres y en otro los hombres, David frecuentemente irrumpía y se integraba entre las muchachas y señoras, sería porque se había criado entre las muchas mujeres que había en su familia. Nunca percibió que Alicia tuviera por él alguna inclinación especial, solo se sentía a gusto con ella sin mayores complicaciones. Sobre todo porque Alicia era seis años mayor que él, casada y con dos hijos.
Seguramente nada habría pasado si el azar no hubiera actuado en aquella fiesta a la que Alicia llegó sin su marido y compartió la mesa con David junto con otras personas más. Animado porque el resto de los ocupantes de la mesa salían a bailar con la música de la orquesta, él aceptó su invitación cuando ella tomó lo de la mano, acercó su rostro y sonriendo le pidió la acompañara.
En el baile trató de guardar distancia temiendo molestarla con su cercanía, al concluir la primera pieza Alicia no lo soltó de la mano, por el contrario se la sostuvo con firmeza y sentía aquel contacto casi como una insinuación. Las siguientes piezas que tocó la orquesta, David sentía que Alicia acercaba cada vez más su cuerpo al de él, hasta que sintió sus firmes senos frotarse en su pecho y de cuándo en vez ella lo miraba frente a frente. En el pensamiento de él se agolpaban las emociones, a su juventud, no distinguía si ella lo provocaba o simplemente malinterpretaba la situación.
Siguieron bailando durante el resto de la velada, al terminar la fiesta le quedó claro que entre ellos se había despertado el deseo carnal, pero también razonaba sobre los riesgos de cruzar la línea que dictaba la moral y más riesgoso aún tomando en cuenta que ella era casada, él más joven y la amistad entre las familias.
Pasaron las semanas sin novedad alguna para David en el tema de Alicia, hasta que la vio venir una noche mientras él departía con sus amigos en una de las esquinas del barrio. Ella le entregó un pequeño envoltorio diciéndole: Entrégaselo a tu mamá, al recibirlo sintió en la palma de su mano un trozo de papel, la volteó a ver y ella sonrió. De inmediato se fue a su casa entregó el encargo y a escondidas leyó el papel, el cual solo decía: “Te espero a las once en la casa, la puerta estará abierta”.
Cuando llegó la hora, David recorrió las calles y cuando se aproximaba a la casa de Alicia sentía el acelerado latir del corazón, la boca seca y un temblor en sus piernas. Se pegó a la pared, vio que la calle se encontraba a obscuras, eso le dio un poco de confianza, lentamente empujó la puerta y se abrió.
Ella lo esperaba, lo condujo a la sala, no alcanzaba a distinguirla pues la oscuridad cubría todo. Ya en la sala se dio cuenta que la mujer estaba desnuda, no hubo intercambio de palabras, solo la pasión desatada. Ahí permanecieron, abrazándose, besándose, explorándose mutuamente hasta que sus deseos e instintos fueron satisfechos. Solo conversaron pocos minutos antes de que él se vistiera y se despidiera de ella.
De regreso a su casa cruzó por las oscuras calles; esa noche la transcurrió en vela, continuamente su pensamiento repetía el inmenso placer que le había proporcionado aquella hermosa y apasionada mujer. Entre los dos había quedado el acuerdo de que las noches en que alguno de los dos faroles de la casa de Alicia estuviera sin encender, ella estaría sola y dispuesta para entregarse de nuevo al placer.
Aquellas visitas nocturnas se hicieron frecuentes, con el tiempo la pasión de David por Alicia se fue transformando en una necesidad y con insistencia le preguntarle si lo amaba, ella sonreía, lo besaba y contestaba: Te necesito y te disfruto. ¿No te parece suficiente?.
David pasó a ser muy demandante en la relación y presionaba a Alicia para citarse en otro lugar donde pudieran disponer de más tiempo y de más espacio, ella nunca aceptó. Él fue más lejos, frecuentemente le proponía a Alicia terminara su matrimonio e iniciar otra vida con él.
Después de algunas intentonas, sin emoción alguna, y con la sonrisa provocadora de siempre le contestó: Mi niño se enamoró, se siente hombre y piensa que está viviendo una novela de amor. Me parece que ya es tiempo de que se termine esto, los riesgos ya son demasiados y donde estoy, estoy bien.
Se vieron algunas ocasiones más, antes de despedirse se daban los reclamos y reproches de David. Una noche, Alicia dándole un beso y abrazándolo por la cintura, lo miró de frente y le dijo: Solo se trataba de disfrutarte y eso se acabó, ya no nos veremos.
Durante meses y años David pasaba diariamente en la noche por la casa que había sido refugio y testigo de aquellos ríos de pasión.
Los faroles siempre permanecieron encendidos.
Nunca más se apagó uno de ellos.